Sangre Azul, Corazones Rotos.

Capítulo 7:“¿Así le rogaría a su ex o qué?”.

Meses Antes.
Ciudad de México (México).

Casa Borbón.

Viernes.

4:00 A. M.

NOAH.
—Joven Noah…
Siento cómo mi cama se hunde y el roce de una mano en mi frente.
—Mmm… —Suelto un quejido. Ahora mismo solo quiero seguir durmiendo, no conversar con nadie.
—Joven Noah… —Insisten de nuevo.
No estoy para atender a nadie. Tomo mi edredón y me envuelvo en él como un taquito. ¿Desde cuándo hace tanto frío?
—Joven Noah- Por amor a Yisus, ¿así le rogaría a su ex o qué?
—Por la Virgen… —Me quito el edredón de la cara y el antifaz—. ¿Está temblando o por qué me despiertas?
—Disculpe que lo levante —Me dice una joven a la que jamás he visto, aunque supongo que es del servicio porque lleva el uniforme—, pero me mandaron a despertarlo porque es hora de su pastilla.
—Por la Virgen… —Bendito sea el comienzo de este día—. Dámela, por favor.
Me acomodo en la cama. No quiero morir ahogado por una pastilla.
Extiendo la mano esperando el medicamento. Cuando me lo dan, tomo el agua y la trago de inmediato. Que me traten como un enfermo solo porque debo tomar una pastilla para la alergia me irrita.
Cuando la chica se va, me estiro un poco antes de levantarme. Con este frío, salir de la cama es casi un sacrificio, pero ya estoy despierto. Camino descalzo hasta el baño, sintiendo el frío del mármol en los pies.
Abro la regadera y espero a que el agua se caliente. Me observo en el espejo mientras me deshago de la pijama. Ojeras, una creciente barba… un desastre total. Suspiro y entro a la ducha, dejando que el agua caliente relaje mis músculos.
Después de un rato, salgo envuelto en una toalla. El vapor llena el baño, y me limpio el espejo con la mano para poder verme mejor. Apenas estoy secándome el cuerpo cuando escucho movimiento en mi habitación.
—Joven Noah, le dejamos su uniforme en la cama —Anuncia una de las chicas del servicio desde la puerta.
—Gracias —Respondo, aunque sé que ya se han ido antes de escucharme.
Camino hasta la cama y ahí está mi uniforme, perfectamente acomodado: pantalón de vestir, camisa blanca impecable, saco, corbata… lo mismo de siempre. Me visto sin prisa, abrochando cada botón con calma.
Cuando termino, me dirijo a mi tocador, donde está la verdadera decisión del día: ¿qué sombrero usar? Tengo varios, todos alineados perfectamente en el estante. Tomo uno y me lo pruebo frente al espejo.
—Demasiado formal. Parezco un banquero de 1800…
Lo dejo en su lugar y pruebo otro.
—Este es demasiado casual. No quiero parecer turista en mi propia ciudad.
Me cruzo de brazos, analizando las opciones. Finalmente, tomo uno de mis favoritos: un elegante sombrero negro con detalles sutiles. Me lo coloco y sonrío al verme en el espejo.
—Perfecto.
Tomo mi bolso y salgo de la habitación, listo para enfrentar el día.
El aroma a café y pan recién horneado inunda el pasillo mientras bajo las escaleras con calma. El comedor de mi casa es amplio, con grandes ventanales que dejan entrar la luz de la mañana, aunque a esta hora todavía hay un aire frío en el ambiente.
Cuando entro, mis abuelos ya están en la mesa. Mi abuelo, con su elegante bata de dormir y gafas en la punta de la nariz, lee el periódico con la misma seriedad de siempre. Mi abuela, impecable como de costumbre, está revolviendo su té con delicadeza.
—Buenos días, Noah —Me saluda mi abuela con una sonrisa cálida—. ¿Dormiste bien?
—No lo suficiente —Respondo con un suspiro, sentándome frente a ellos—. Me despertaron demasiado temprano.
—Es por tu pastilla, cariño —Me recuerda ella, con ese tono dulce que usa cada vez que quiere convencerme de que algo es por mi bien—. No queremos que te olvides.
—Ya, ya lo sé…
Antes de que pueda decir más, una de las muchachas del servicio se acerca y me sirve un café exactamente como me gusta: negro, fuerte y sin azúcar. A los pocos segundos, otro plato aparece frente a mí, con huevos, pan tostado, frutas perfectamente cortadas y hasta un pequeño bol con miel.
—¿No es demasiado? —Pregunto, mirando la cantidad de comida.
—¡Por supuesto que no! —Responde mi abuelo, dejando el periódico a un lado—. Eres un muchacho en crecimiento. Debes comer bien.
—Además, eres nuestro único nieto, querido —Agrega mi abuela con cariño—. No podemos permitir que pases hambre.
Tomo el café y doy un sorbo mientras ellos me observan con orgullo. Desde que tengo memoria, siempre han sido así: atentos, protectores… y un poco exagerados.
—Deberíamos pedirle a la cocinera que te haga algo especial para la cena —Dice mi abuela, como si fuera la mejor idea del mundo—. ¿Qué se te antoja, cariño?
—Está bien, abuela, cualquier cosa estará bien —Respondo con una leve sonrisa. Sé que, aunque diga que no es necesario, igual lo harán.
Mi abuelo asiente y vuelve a su lectura, mientras mi abuela me observa como si quisiera decir algo más. Finalmente, suspira y me da una mirada tierna.
—Eres tan parecido a tu madre cuando tenía tu edad…
Bajo la vista a mi plato. No sé qué responder a eso, así que simplemente sigo comiendo.
El desayuno transcurre entre charlas ligeras y más intentos de mis abuelos por asegurarse de que estoy bien. Cuando termino, me levanto, ajusto mi sombrero y beso la mejilla de mi abuela antes de despedirme.
—Byeeee.
—Ten un buen día, querido —Dice ella, con una expresión llena de ternura.
—Y compórtate —Añade mi abuelo con seriedad, aunque sus ojos reflejan su habitual orgullo.
—Maybe haga un desastre descomunal —Respondo con una sonrisa antes de salir.
Cuando salgo, el auto ya está esperando en la entrada. Mi chofer, el señor Bernal, me abre la puerta trasera con su formalidad de siempre.
—Buenos días, joven Noah.
—Buenos días, Bernal.
Subo al auto y me acomodo, ajustando mi sombrero mientras el vehículo se pone en marcha. Apenas hemos avanzado unas cuadras cuando mi teléfono vibra en el bolsillo de mi saco. Miro la pantalla: Odessa.
Respondo de inmediato.
—Dime, Odess.
—Noah, ¿puedes pasar por mí? —Pregunta con su tono casual de siempre—. No quiero lidiar con mi tío esta mañana.
—¿Qué hizo ahora?
—Está en histeria total por el desfile de hoy. No deja de preguntar cosas, llamar por teléfono, es un caos, mi casa está llena de gente entrando y saliendo.
—Está bien, vamos por ti —Digo con resignación, aunque sé que lo haré de todos modos.
—¡Gracias! Te espero.
Cuelgo y me giro hacia Bernal.
—Cambio de planes, vamos a la casa de Odessa antes de ir a la escuela.
—Como ordene, joven Noah.
Cuando Odessa sube al auto, suspira dramáticamente.
—Dios, gracias por ser un héroe en esta mañana de histeria.
—No exageres —Comento con una leve sonrisa—. ¿No se te olvida nada?
—Tengo que acabar la tarea de Idiomas…
—¿Dejó tarea?
—Sí, una historieta con verbos gramaticales.
—Genial. En el primer receso estaré ocupado… —Gruño.
Odessa me mira con una sonrisa pícara.
—Te la paso, pero cambia cosas —Me sonríe.
Cuidad de México (México).
Institute of International Education of Mexico (IIEM).
Viernes.
6:15 A. M.
Cuando Odessa y yo entramos al aula, lo primero que encontramos es puro caos.
Kaida camina de un lado a otro sujetándose la cabeza con ambas manos, murmurando para sí misma como si estuviera teniendo una crisis existencial. Alejandría está en su pupitre con la mirada perdida, parpadeando rápidamente como si estuviera a punto de llorar. Kalel, por su parte, tiene un montón de hojas frente a él y las está hojeando a una velocidad ridícula, como si mágicamente fuera a aparecer el proyecto terminado entre ellas.
—No, no, no, esto no está pasando… —Masculla Kaida, respirando agitadamente—. Esto es un mal sueño. ¡No puede ser real!
—Vamos a morir —Dice Alejandría en un tono de derrota absoluta—. Literalmente, nos vamos a morir.
—¡No, no podemos morir porque todavía no tenemos el proyecto hecho! —Exclama Kalel, desesperado—. ¡Si al menos tuviéramos algo! Algo que presentar…
—¡Podemos hacerlo rápido! —Grita Kaida, deteniéndose de golpe—. ¡Yo busco en internet y tú lo pasas en limpio!
—¿En cuánto tiempo crees que podemos hacer un análisis económico decente? —Se burla Alejandría, pero su voz tiembla.
—¡Cinco minutos si escribimos rápido! —Responde Kaida con convicción.
—¡No sirve de nada escribir rápido si no tiene sentido lo que ponemos! —Gruñe Kalel—. ¡Necesitamos gráficos!
—¡Podemos inventarlos! —Interviene Kaida—. ¡Nadie revisa los gráficos de verdad, solo hay que hacer que se vean bonitos!
—¡No, no, no! —Kalel niega con la cabeza frenéticamente—. ¡Y si decimos que un hacker nos robó el proyecto!
—¿Qué hacker te va a robar un análisis económico? —Pregunta Alejandría con una mueca.
—¡Uno interesado en la bolsa de valores, no sé!
—¡Podemos fingir que tenemos fiebre! —Propone Kaida—. ¡Si nos desmayamos, nos dan prórroga!
Kaida, Alejandría y Kalel siguen en modo crisis total, pero ahora han decidido que, en lugar de aceptar su destino, intentarán hacer el proyecto en tiempo récord.
—¡Rápido, rápido! —Exclama Kaida mientras saca su celular y empieza a buscar información frenéticamente—. ¡Tenemos que hacer aunque sea algo presentable!
—¡¿Cómo vamos a hacer un análisis económico en cinco minutos?! —Grita Alejandría, con los ojos bien abiertos y el cabello hecho un desastre de tanto pasarse las manos por él.
—¡Cállate y escribe lo que te diga! —Le ordena Kalel, que ya tiene una libreta abierta y está escribiendo palabras al azar en una hoja, sin siquiera ver lo que está haciendo—. ¡Kaida, dime lo que encuentres, aunque sea puro Wikipedia!
—¡Dice aquí que la inflación es el aumento generalizado y sostenido de los precios de los bienes y servicios en un país! —Recita Kaida rápidamente.
—¡Eso es de primaria, Kaida! ¡Necesitamos análisis! —Gruñe Alejandría, aunque igual lo anota.
—¡Pues qué esperabas en cinco minutos, Shakespeare! —Le responde ella, histérica.
—¡Necesitamos gráficos! —Dice Kalel, sacando su laptop como si fuera un salvavidas—. ¡Voy a hacer uno con barras aleatorias!
—¡Ponle números que suenen creíbles! —Sugiere Kaida.
—¿Qué números suenan creíbles? —Pregunta Kalel, con cara de desesperación.
—¡No sé! ¡Algo con decimales! ¡Siempre que hay decimales suena realista!
Alejandría sigue escribiendo cualquier cosa en su hoja, sudando a mares.
—¡Ok, tengo un título! —Anuncia de repente—. “Análisis del impacto de la inflación en la economía moderna”.
—¡Eso suena importante, me gusta! —Kaida asiente, escribiendo en su propio cuaderno.
—¡Ya tengo el gráfico! —Grita Kalel, mostrando una tabla de barras de colores que claramente no tiene sentido alguno.
—¡No importa, agrégalo! ¡Que se vea bonito! —Ld dice Alejandría.
—¡Tenemos que hacer una conclusión! —Exclama Kaida.
—La economía es complicada y la inflación afecta a todos —Alejandría recita lo primero que se le ocurre.
—¡Me sirve! —Dice Kalel, tipeando sin mirar, con una expresión que mezcla estrés y desesperación.
—¡Lo imprimiré! —Kaida agarra la USB con la velocidad de un rayo y sale corriendo del aula como si la estuviera persiguiendo un tornado.
Odessa y yo estamos observando toda la escena, absolutamente hipnotizados.
—No sé si admirar su determinación o sentir lástima —Comenta Odessa, con una sonrisa algo torcida.
—Yo solo estoy esperando ver si logran sobrevivir a este caos —Respondo, cruzándome de brazos, como quien espera el inevitable desastre.
Kaida ya está fuera del aula, corriendo como si no hubiera un mañana. Mientras tanto, Alejandría sigue escribiendo con una furia que podría derretir el teclado, y Kalel parece que se va a desplomar en cualquier momento. El ambiente en el aula es como una olla de presión a punto de explotar.
De repente, la puerta se abre de golpe, y todos giramos hacia la puerta, pensamos que sería el profesor.
—¡No me van a creer lo que pasó! —Exclama Vittorio emocionado.
Nos miramos todos, confundidos, pero antes de que alguien pueda procesar lo que está sucediendo, un fuerte golpazo resuena en la habitación.
Kalel, completamente inmóvil, cae de lleno sobre su pupitre.
Alejandría, en un acto digno de una obra teatral de tragedia griega, lo mira unos segundos, parece considerar su situación… y, sin pensarlo, cae también, desplomándose con una gracia completamente innecesaria.
Vittorio, que acaba de presenciar todo el espectáculo, se queda mirando con los ojos bien abiertos, sin poder procesar lo que está pasando.
—¿Qué pasó chicos? —Dice, acercándose a Kalel y dándole un par de golpecitos en el hombro, con esa cara de total confusión. —¡¿Qué pasó?!
Y es en ese momento cuando Odessa y yo estallamos en carcajadas. No podemos evitarlo, es demasiado ridículo.
—¡Vaya, parece que el estrés los desmayó a los dos! —Me río yo, señalando a Kalel y Alejandría, que parecen dos estatuas caídas en medio de la tormenta.
—¡Eso les pasa por no saber manejar la presión! —Odessa se ríe tanto que casi se cae de la silla.
Akira y Alejandro, en cambio, no parecen estar tan entretenidos con el show. Se acercan rápidamente, con caras de preocupación genuina.
—¿Están bien? —Pregunta Alejandro, agachándose junto a Alejandría, con una mano en su hombro.
Akira, al lado de Kalel, parece estar revisando su pulso como si fuera una médica de emergencia.
Y Vesper, que estaba un poco más atrás, observa toda la escena con una sonrisa que intenta disimular, aunque claramente no puede evitar reírse de lo absurda que es la situación.
Yo no puedo dejar de reír mientras veo a Akira y Alejandro, completamente serios, intentando parecer que tienen todo bajo control. Pero, sinceramente, ambos parecen tan perdidos como si estuvieran tratando de salvar a un pez fuera del agua.
—¿Seguro que están bien? —Pregunta Akira, con una mirada inquieta mientras le agarra la muñeca a Kalel para tomar su pulso, como si de repente fuera una experta en primeros auxilios.
Alejandro, por su parte, no tiene idea de qué hacer con Alejandría, quien sigue desmayado sobre su pupitre. Lo mira por un segundo, como si esperara que alguien le diera un manual de instrucciones.
—¿Lo sacudimos? —Murmura él, mirando a Akira como si estuviera buscando alguna respuesta mágica.
Yo, desde mi rincón, no puedo más que disfrutar de la escena. Esto es un espectáculo digno de presenciar.
—¡Despierten, chicos! —Grito, con sarcasmo en la voz—. ¿Acaso no ven que llego Britney Spears?
Odessa no puede aguantar más la risa y se dobla de la hilaridad.
—Parece que los dos se pasaron de estrés —Dice ella, intentando calmarse, pero su risa sigue escapando como si no pudiera parar.
En ese momento, Vesper, que no ha dicho una sola palabra, da un paso al frente, mirándolos con una mezcla de preocupación y resignación.
—Esto es un desastre —Murmura, pero su tono deja claro que también está tratando de no reír.
Mientras tanto, Kaida regresa al aula después de haber impreso el proyecto, sin darse cuenta de lo que acaba de suceder. Entra con una sonrisa triunfante, como si hubiera derrotado al mundo entero.
—¡Lo logré! —Exclama, levantando la USB como si fuera un trofeo.
Nosotros, entre risas y preocupaciones, le indicamos que mire a los dos caídos en el suelo. Kaida se queda completamente quieta por un segundo, su sonrisa se congela al ver la escena.
—¿Qué…? —Dice, mirando a Kalel y Alejandría, luego a los demás, sin saber si reír o preocuparse.
Y eso es cuando finalmente todo el aula se convierte en un caos total, con todos hablando al mismo tiempo, entre risas, preguntas, y una cantidad absurda de “¿Qué hacemos ahora?”.
Cuidad de México (México).
Casa Borbón.
Viernes.
8:30 P. M.
Llego a casa y, como siempre, la mansión de mis abuelos es un oasis de tranquilidad, rodeada de lujo y grandes ventanales que permiten que la luz del atardecer entre en cada rincón. No hay ruido ni agitación, solo el sonido suave de los relojes de pared y el murmullo lejano de las sirvientas.
Mi abuelo me llama desde la sala principal, donde está sentado con un libro en las manos, mirando por encima de sus gafas.
—Noah, ya sabes que el desfile es esta noche. Asegúrate de estar listo a tiempo —Dice con tono tranquilo pero firme, como si fuera una regla de vida, la misma que se repite cada año.
Suelto un suspiro, sabiendo que no tengo escapatoria. Subo a mi habitación en la mansión, cruzando las amplias escaleras de mármol. Mi cabeza rapada se refleja brevemente en el espejo del pasillo, lo que me recuerda que, por supuesto, el sombrero será mi mejor amigo esta noche. Siempre llevo uno, una costumbre mía, y me ayuda a mantener mi toque extravagante sin perder la elegancia.
Me cambio rápidamente. Elijo una camisa de seda de tono oscuro que me queda perfectamente, acompañado de una chaqueta que no es ni demasiado formal ni demasiado relajada. Los pantalones de vestir ajustados completan el look, y claro, mi fedora negro está listo para dar el toque final.
Me miro en el espejo, satisfecho con el resultado. Soy extravagante, pero con estilo. Es lo que soy, y esta noche no será la excepción.
Con los zapatos en su lugar y el celular en el bolsillo, bajo las escaleras con tranquilidad, sin prisa. Mi abuelo, aún en su sillón, me lanza una mirada aprobatoria al verme.
—¿Listo para el desfile, muchacho? —Me pregunta con una sonrisa sabia.
—Casi, abuelo. Ya vamos —Respondo mientras salgo al coche, mi sombrero perfectamente colocado.
La mansión se va quedando atrás mientras nos dirigimos hacia el evento. Ya sé cómo será: formal, aburrido, lleno de gente que intenta impresionar, pero con Odessa involucrada siempre hay algo inesperado en el horizonte.
El coche avanza por las calles tranquilas de la ciudad, y la mansión de mis abuelos se desvanece detrás de nosotros. Los faroles de la calle parpadean en la noche y el ambiente se llena de esa calma anticipatoria que siempre precede a estos eventos. Aunque, honestamente, no puedo evitar que mi mente vagabundee un poco hacia lo que sucedió hoy en la escuela: la comedia de Kalel y Alejandría desmayándose, las carcajadas de Odessa, y lo de siempre, la extraña tensión que se siente en el aire entre todos. Pero no tengo tiempo para pensar en eso ahora.
Al llegar al lugar del desfile, me encuentro con un mar de personas perfectamente vestidas, todas hablando de negocios, de contactos y de relaciones. Un ambiente tan pesado de formalidad que hasta mi sombrero parece un intento de rebelión contra la rigidez de todo eso.
—¡Noah! —Escucho la voz de Odessa a lo lejos, y giro para verla acercándose con una sonrisa amplia. Su atuendo es tan deslumbrante como siempre, un vestido largo y elegante que casi brilla bajo las luces. Sin embargo, hay algo en su mirada que me hace pensar que ella está tan aburrida de todo esto como yo.
—¿Nos vas a hacer compañía en este desfile tan emocionante? —Dice, con su tono sarcástico característico.
—¿Qué, y perderme la oportunidad de escuchar hablar de dinero por horas? Claro que sí —Respondo, sacando mi sombrero un poco y sonriendo de vuelta. No puedo evitar la ironía.
Se ríe y se cruza de brazos.
—No me extraña que pienses así —Dice, mirando alrededor con desdén—. Todos estos eventos son una farsa. Pero supongo que hay que estar aquí para seguir con las apariencias.
Yo asiento, completamente de acuerdo, pero no digo nada. Odessa es de esas personas que, aunque odie este tipo de cosas, siempre sabe cómo aprovecharlas a su favor.
En el fondo, veo a su tío, el anfitrión del evento, saludando a los invitados con una sonrisa profesional. Es un hombre que sabe cómo mover los hilos del poder, pero siempre con esa fachada de “hombre de familia”, lo que lo hace aún más irónico.
—Vamos a nuestros asientos—Digo, cambiando de tema mientras observo la multitud. No quiero seguir pensando en las máscaras de estas personas ni en lo que representa todo esto.
Odessa me sigue, mirando por encima de su hombro como si pudiera ver a través de las personas.
—O mejor, vamos a hacer que esto sea menos aburrido —Responde, y me lanza una mirada cómplice.
Apenas va iniciando la noche y ya tenemos un regaño asegurado, pero todo lo vale si es por la anécdota.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.