"Es horrible ver caos a tu alrededor, saber que de alguna forma es tu culpa, pero que nadie quiera decirte que pasa realmente"
En dieciocho años que llevo viniendo a este lugar jamás los había visto salir de su zona de absoluta calma. Por un segundo pensé que de verdad se acercaba el Apocalipsis al verlos tan asustados, nerviosos y desorientados corriendo de un lado a otro buscando adelantar no sé qué.
Miré a Osmon buscando respuestas, pero él estaba igual que el resto de los monjes. A diferencia de los otros estaba estático, pero su rostro hablaba más que mil palabras o gestos. Sus ojos abiertos de par en par, sus labios se movían tratando de decir algo, pero nada salía de ellos.
—¿Osmo? ¿Qué está pasando? ¿Por qué rayos están todos así? ¿A qué te refieres con que no queda más tiempo? ¡¡No entiendo nada!! ¿Alguien me puede explicar? —pregunté algo alterada y nerviosa por lo que estaba pasando.
—Vengan conmigo. Le daré todas las respuestas que tenga —Minutos después tuve mi respuesta por parte del monje mayor a quien seguimos alejándonos de todos.
—¿Qué está pasando? ¿Por qué todos actúan como locos de la nada? ¿Para qué no hay más tiempo? —pregunté una vez que estuvimos en un lugar lejos de todo aquel caos.
—Teníamos pensado prepararte poco a poco, pero ya no nos queda tiempo. El hechizo que te mantiene a salvo en este lugar en cualquier momento se caerá y no podremos hacer mucho contra todos ellos —comentó Osmond confundiéndome y asustándome aún más.
—Tenemos que sacarte del país y llevarte al último lugar en el planeta en el que ellos te buscarían. Para eso tienes que cambiar, pensábamos hacerlo poco a poco, pero lo mejor será que para mañana a esta hora estemos saliendo del país o nunca lo lograremos —La seguridad con la que lo dijo casi me convence y me hace olvidar lo absurdo y nada real que sonaba todo aquello.
—Espera, espérese ahí… ¿Cómo que sacarme del país? ¿Cambiar qué? ¿Y cuándo se supone que me iban a decir esto? Me estoy cansando de que estén manejando cosas importantes en mi vida sin consultarme nada —dije exhausta de no saber nada y siempre tener que hacer lo que los demás digan sin saber por qué.
—Queríamos decírtelo poco a poco para que no reaccionaras de esa forma —dijo Osmond suspirando pesadamente mientras negaba —. No hay más remedio y tú lo sabes… ¿O acaso quieres que la muerte de Nadeem sea en vano?
—No lo uses a él como excusa. Ni lo menciones… No quiero que sea en vano, pero es que no entiendo absolutamente nada… —Me molestó que metiera a Nadeem en esto, que mencionara que había muerto por mi culpa.
—No es momento para pelear. Tenemos que actuar rápido. Lo primero será que me dé su celular, no podemos dejar que la rastreen de ninguna forma o todo será en vano —Extendiéndome la mano para que le entregara el aparato.
—¿Mi qué? ¿Y si mis padres me llaman? ¿Pero cómo voy a mantenerme en contacto con mis amigos? Se van a preocupar si no lo hago —dije, negándome a soltar lo único que me mantendría en contacto con las personas que amaba.
—No podrás hacerlo pelirojita… yo me encargaré de que sepan que estás bien… En cuanto a tus padres cuando intenten contactar contigo y vean que no respondes sabrán que estás con nosotros y harán lo que puedan para llegar hasta ti o contactarnos… Es lo mejor y la única forma de que no te rastreen —Que Osmon dijera eso me hizo dudar un poco, nunca había estado mucho tiempo sin saber de mis padres o amigos.
—No lo tengo conmigo, se me cayó en algún momento mientras venía para acá —dije no muy segura de ello.
Tenía pensado recuperar mi celular en algún momento, pero que me dijeran que eso no iba a ser posible no ayudaba para a mi situación. Aquel aparato tenía todos mis recuerdos con mis seres queridos… con Nad… ya no podría ver su rostro nunca más, ni siquiera en fotos… no tenía nada conmigo como recuerdo. Fue como dejar ir todo lo que había sido mi vida hasta ese momento. Todos mis recuerdos. Todo…
—Bien, ahora venga conmigo, tendremos que hacerle un cambio de imagen —Miré a Osmond sin entender o mejor dicho sin querer entender a qué se refería el monje, pero mi amigo solo asintió.
Caminamos hasta una de las habitaciones en las que nos esperaba otro monje, una silla y una máquina de pelar. Tragué en seco al confirmar a lo que se refería. Nunca me había cortado el pelo más allá de la cintura, era mi mayor característica, por la que todos me conocían, de ahí venía mi apodo. Mi parte favorita de mi cuerpo.
Los miré asustada sentándome en aquella silla sin replicar, sería por gusto… Mis ojos se aguaron porque si podía ser una bobería, pero para mí era algo muy importante y a lo que le dedicaba gran parte de mi día. Cada pedazo de cabello que caía una parte de mi desaparecía. Ya no tendría el cabello alborotado, cayéndome en la cara.
Cuando terminó pasé lentamente mi mano por mi cabeza y al no sentir ni un solo cabello pequeñas lágrimas cayeron por mis mejillas. Me mordí el labio, nerviosa, me sentía descubierta, como si estuviera desnuda.
—Ahora necesito que me de sus pendientes, collares y brazaletes o cualquier joya que lleve consigo —Suspiré y comencé a quitarme cada una de las cosas que traía puesta.
Tres pendientes en una oreja, cuatro en la otra, dos de ellos los tenía puesto desde que nací. Las dos cadenas que tenía puestas, una de ellas con mis datos de nacimiento. Una pulsera con mi nombre y otra negra que siempre traía conmigo. Por último, mi reloj. Todo lo dejé en una cajita que ellos guardaron.
—Ahora pareces uno de nosotros. ¿No que siempre me preguntabas que era ser como yo? Ahora lo vas a saber pequeña… —Trató de bromear con aquello, pero que no me dijera pelirojita me dolió más de lo que pensé.
—¿Para qué es todo esto? ¿Por qué tengo que verme igual que ustedes? —pregunté sin ánimos ninguno.