Sangre de bruja

3: Eirene y Eridani

—¿Por qué lo hiciste? —preguntó la gemela de cabello negro.

—Ese chico me da curiosidad. —contestó la albina. —¿A ti no?

—¿Por qué me daría curiosidad? —preguntó Eridani.

—Tiene un libro sobre brujas lunares. —contestó Eirene.

—¿Eh?, ¿El libro que estaba leyendo era sobre brujas de la Luna? —cuestionó Eridani.

—Así es, mi querida hermana.

La de cabello negro elevó una ceja mirando a su hermana con sorpresa. Eridani sabía que Eirene era una persona observadora, pero, sin embargo, le sorprendía que fuera tan observadora. A veces la hermana albina daba un poco de miedo.

—Estás loca. —concluyó Eridani.

—Gracias, hermanita. —sonrió Eirene.

—No era un alago. —murmuró entre dientes la ojiazul.

—Sonó como uno. —rio la de ojos grises blanquecinos.

Eridani cerró los ojos y respiró profundamente mientras contaba hasta diez y se planteaba seriamente matar a su hermana. Eirene se mantuvo callada y quieta, sabía, por experiencia, que no debía interrumpir a su hermana mientras trataba de tranquilizarse.

—Bien. —dijo una Eridani más tranquila. —A partir de ahora tienes que cumplir las normas, Eirene.

La muchacha nombrada hizo un puchero.

—Pero... —trató de reprochar, pero su hermana la mandó callar.

—No. Eirene, tienes que seguir las reglas, si no, ¿para qué están?

—Para romperlas. —afirmó la albina.

—No tienes remedio. —suspiró la pelinegra masajeándose la sien.

Eirene rio.

—Creo que exageras, hermana.

—No, no exagero, es peligroso que salgas, aún hay gente a la que no le gustan las brujas. —aseveró Eridani.

—Sí, es que yo voy por ahí haciendo magia y rituales. —ironizó Eirene.

—No vas haciendo magia ni rituales, pero sí que te transformas. —contestó Eridani.

—Tus normas son estúpidas. —murmuró la menor de las gemelas.

—¡Mis normas son las que nos mantienen vivas! —gritó la pelinegra llena de ira.

Los ojos de la albina se abrieron como platos al notar el aura de su hermana, el odio y la cólera que desprendía su delgado cuerpo, el miedo corría por las venas de la gemela más joven, de repente, las lágrimas se agolparon en sus ojos, sus ganas de llorar eran inmensas.

¿La razón?

Eridani, ella con una sola mirada de odio podía hacer que te sintieras como la persona más miserable del mundo, la albina solía decir que era un don que tenía su hermana.

—Vete. —ordenó la pelinegra.

Su tono de voz fue tan frío que Eirene sintió esa palabra como una ligera corriente de aire gélido que le causó un escalofrío. La albina agachó la cabeza y a paso lento se fue a su habitación. Una vez en su habitación, sus lágrimas se abrieron camino sobre sus mejillas.

Eirene miró por la ventana, soltó un suspiro entrecortado y en lo más alto del firmamento vio a la luna acompañada de aquellas bolitas brillantes, abrió la ventana y apoyó sus brazos en el antepecho de esta. Juntó las manos y entrelazó sus dedos mirando a la luna.

—Madre Luna, por favor, haz que ese chico deje de investigar. —rogó en un susurro entrecortado la albina sin despegar sus ojos de aquella gran esfera que presidía el cielo. —Él parece muy agradable, madre, él no tiene por qué verse involucrado en nuestro mundo.

Eirene observó atenta a cualquier señal de la madre Luna, pero esta nunca llegó. Eirene miró sus manos durante unos segundos para después volver a dirigir su mirada al esférico.

—Bueno, al menos haz que a Eridani se le pase el enfado. —bromeó.

Una estrella fugaz cruzó el cielo y los ojos de Eirene se abrieron mucho.

—¿En serio vas a cumplir eso?, ¡pero si era de broma! —se quejó la albina secándose las lágrimas.

—Eirene. —la llamó su hermana desde el otro lado de la puerta.

—¿Qué?

—Siento haberte gritado antes. —susurró la de pelo negro aún del otro lado de la puerta.

Seguramente Eridani no quería abrir la puerta para que su hermana no notara las lágrimas en sus ojos, y, es que, la gemela mayor había estado llorando desde que Eirene salió del salón en el que habían estado discutiendo. Las lágrimas de Eridani eran de preocupación y frustración. A ella no le gustaba llorar delante de su hermana, Eridani pensaba que eso la hacía ver débil.

—Da igual Eri. —contestó la albina sin abrir la puerta.

Eirene sabía que si su hermana no abría la puerta era por algo, y a juzgar por la voz rota de su hermana, no abría la puerta porque había estado llorando y no quería que la viera así.

—¿Segura?, no te oyes demasiado bien.

—Tú tampoco te oyes muy bien, hermana. —rio la albina.

—Buenas noches, Eire. —le deseó la pelinegra.

—Buenas noches, Eri. —le deseó de vuelta la de piel excesivamente pálida.



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En el texto hay: brujas, luna de sangre, marte y luna

Editado: 21.10.2023

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