UNAS SEMANAS ATRÁS...
Rakeem caminaba con paso firme mientras volvía a su cuarto después de informar a los secretarios reales sobre los detalles de su encuentro con los altos nobles del reino vecino. Pese a que su cuerpo estaba entrenado para mantener siempre la postura regia digna de un comandante, podía notar el peso de su edad en el renquear de sus articulaciones después de un largo viaje, como era el caso, además de en su lacio pelo canoso. Anduvo por un pasillo largo, lúgubre, nada más iluminado por las antorchas que se hallaban colgadas a dos metros del suelo. El techo se encontraba muy por encima de su cabeza, a pesar de que el comandante era una persona más alta que la media. Sólo hacía una semana de la muerte de la anterior familia real, la casa Prim. Él se encontraba fuera, en una misión diplomática en el reino de Cörum, cuando ocurrió. No fue hasta hacía algunas horas que llegó a puerto en Ventos que se enteró de la noticia. Kresnar, la capital del reino, estaba sumida en una profunda tristeza por ello.
—¡Bienvenido, mi general! —dijo un soldado dirigiéndose a Rakeem, en firme, saludando.
—Descanse, soldado. —le devolvió el saludo. Pero el comandante seguía inmerso en sus pensamientos, en un mar de dudas y en su culpabilidad por no haber estado cerca de su rey. De su amigo. Pasó por una infinidad de cuartos y salas de estar que formaban parte de la segunda planta del palacio más grande del planeta. Giró a la derecha al final del pasillo, justo hacia las escaleras que daban al piso superior, donde se encontraba su cuarto. Rakeem lo usaba a modo de vestuario donde ponerse el uniforme y donde guardar todas las armas y armaduras. Al entrar, se encontró con un hombre de unos cuarenta años de edad. Esbelto a la par que corpulento, de casi dos metros de altura. Portaba su espada larga en su vaina de color medianoche ubicada a la altura de la cadera izquierda. También iba vestido con la armadura negra de placas especial de la escuadra Obscure. Mirarla era como asomarse al interior de un agujero negro que engullía toda luz existente. La escuadra Obscure era una unidad de élite a la que pertenecían los cinco comandantes del ejército Noir.
—¿A qué se debe tu presencia en mi habitación, Kael? —preguntó Rakeem a su segundo al mando.
—Vaya... ¿Así recibes a los amigos? —contestó mientras se levantaba del banco que había en medio de la habitación —. He venido a hablar, Rakeem. El rey está preocupado por tí. Cree que no estás... del todo con él.
—Kael... Por Valänos... Dime que tú también tienes dudas sobre las muertes de los Prim. Estaban sanos y tú lo sabes. Enfermedad del sueño... Algo no me cuadra. —había rabia en su voz, por no entender qué había ocurrido y por no haber estado presente en caso de haber podido evitar lo que fuese que ocurrió.
—Rakeem, viejo amigo... Yo estuve aquí. Tú bien lo sabes. Se encontraban en sus aposentos durante la noche. No entró ni salió nadie... Déjate de conspiraciones. Ha sido doloroso para todos, pero ¿quiénes somos nosotros para oponernos a la voluntad de los dioses? —dijo mientras le ponía una mano en el hombro —. El rey Notsmer, el actual rey, te necesita centrado en su nuevo proyecto. Tenemos una reunión en diez minutos en el salón principal del palacio. Te espero allí.
Kael se dio media vuelta y abandonó la habitación.
Rakeem no daba crédito a lo que había escuchado decir a Kael. ¿En serio era fiel a Notsmer? Una sabandija que había aparecido de la nada hacía años para ganarse la confianza del bondadoso rey Böhren y poder vivir de la realeza. ¿En serio se creía que murieron de causas naturales? Kael era una persona inteligente. Rakeem no se podía creer que no dudase, que no investigase a fondo, más aún, sabiendo que todo pasó durante su ronda de vigilancia. No le quedaba más remedio que acudir a la reunión que el rey había organizado. Era su deber como principal cargo del ejército. Escucharía lo que tuviese que comunicarles el rey, pero trataría de hablar con él sobre la muerte de la familia Prim. Notsmer era el consejero real, por lo que, seguramente, estuviese en el palacio la noche que pasó. Tenía que saber algo...
Cuando Rakeem llegó a la reunión todo el mundo estaba dispuesto alrededor de una mesa redonda de unos diez metros de diámetro. Seis sillones alrededor de la mesa: cinco para los componentes de la escuadra Obscure, uno para el consejero real y el trono, unos metros por encima de la mesa, tras una escalinata con una alfombra rojiza, donde se ubicaba el rey Notsmer. Este último, era un hombre apuesto, delgado y alto, mediría más de dos metros de altura. Tenía el pelo rojo oscuro, medianamente largo, despeinado desde el flequillo hacia atrás. El rey era joven. Tendría unos veintisiete años y llevaba ocho siendo consejero del rey Böhren, lo que demostraba su extraordinaria inteligencia. Vestía con una capa de rey, pero toda en negro humo, portando la armadura de la escuadra Obscure y, aparentemente, sin armas. Solo unos guanteletes negros, con pequeñas chapas metálicas de color gris rodium en cada una de las falanges, recubriendo también los nudillos. Allí estaba, sentado en su trono, mirando fríamente a Rakeem con ambas manos juntas, una mano cerrada sobre el otro puño, tapándose la boca. El general llegó hasta el sillón que quedaba libre y se sentó.
—Bienvenido, general. —dijo con tono oscuro, casi burlón, el consejero real.
—Buenas tardes, caballeros. —saludó Rakeem —. ¿A qué se debe esta... reunión extraordinaria? —preguntó mientras mantenía la mirada fija en el rey Notsmer.
El rey bajó sus manos y se inclinó hacia delante, subiendo la pierna derecha al trono doblando su rodilla hacia el pecho, con su brazo apoyado por la parte exterior de la pierna.
—¿Extraordinaria? —contestó, con aires de superioridad —. ¿Quién decide que una reunión, ordenada por tu rey —alzó la voz— es extraordinaria? A partir de ahora, las reuniones serán cuando yo quiera. Aunque sea sin previo aviso serán reuniones oficiales dentro del organigrama político porque así lo he decidido.