Sangre de Hacedor

IV. El libro robado

«Tu objetivo se encuentra en la habitación principal de la mansión». Las palabras de su contratante, que rebotaban en su mente, le permitían enfocarse en el siguiente paso a seguir. Tess se hallaba oculta en uno de los pasillos de la mansión de la familia Ürathe, los regidores de Ventos y una de las familias más ricas de todo Sulhätar. Con su vestimenta era fácil fundirse en las sombras para ella: corsé negro y cuero del mismo color para piernas y brazos, y una capucha también de cuero negro. Era una ladrona profesional, vivía de ello y, para Tess, cada robo era su obra de arte más personal. Sus rasgos mestizos se acentuaban cuando se enfocaba en una presa o en cualquier obstáculo en su camino: sus ojos parecían los de un halcón, color amarillento, contrastando con su tez color canela, fina y joven. Estaba estudiando a los guardias que tenía delante, los cuales protegían las escaleras que permitían subir a los aposentos familiares. Se movían de un lado a otro, por separado, escudriñando todos los rincones cercanos. Eran profesionales, rudos, con varas de acero como armas y armaduras metálicas en pechera, brazos y piernas, con aperturas en articulaciones para permitir el movimiento, donde se entreveía ropa de tela. Era algo normal en las largas guardias portar bajo la armadura ropas de tela para evitar la fatiga que podía causarte el calor asfixiante que se pasaba con aquello puesto.

—Menudo aburrimiento, ¿eh, Lothar? —le dijo uno de los guardias al otro, que se hallaba mirando hacia el pasillo izquierdo.

—Y que lo digas... Pero nos pagan bien, así que estate atento si no quieres que nos echen, Brotus. Desde que no están los Ürathe...

No le dio tiempo a acabar la frase. Tess se lanzó hacia ellos en un pestañeo, derribando a ambos. Al primero, le golpeó en la garganta con la empuñadura de su daga, justo donde se hallaba una de las aperturas de armadura. Al segundo, el cual aún se estaba girando para ayudar a su compañero, le golpeó en la nuca. Un golpe seco con la empuñadura de su otra daga. Los dos guardias cayeron inconscientes al suelo. La rapidez con la que se acababa de mover la joven no era algo natural, los guardias solo pudieron vislumbrar una sombra. Tess se hallaba sudorosa y un poco fatigada por el esfuerzo. «¿Por qué demonios se empeñan los nobles en tener tantísima protección? ¿Tantas traiciones hay?». Bueno, sin duda alguna, los de su profesión eran uno de los motivos por los que los nobles necesitaban tener guardias apostados en sus casas. Tragó saliva y, sin hacer el más mínimo ruido, subió las escaleras en dirección a las habitaciones.

Al llegar arriba, no pudo evitar fijarse en que esta planta no estaba provista de muebles en los pasillos. Presentaba un estilo diáfano que, a su parecer, era de suma belleza para una zona tan extensa, llena de habitaciones, dedicada toda ella al descanso o el estudio. «El libro. Céntrate, maldita sea». Siguió observando el pasillo desde las escaleras. Sorprendentemente para ella, esta planta estaba desprotegida. Ni un solo guardia en ningún pasillo ni en ninguna habitación. Tess avanzó manteniéndose alerta. Aquella tranquilidad era perturbadora. «Si algo es demasiado bueno para ser cierto... posiblemente no lo sea» se dijo a sí misma. Finalmente, llegó a la habitación del señor y la señora Ürathe, donde, según su contratante, se hallaba su objetivo. Usó sus ganzúas de hierro para abrir la puerta, con una eficacia casi divina, logrando entrar en cuestión de segundos. Una vez dentro, ojeó la habitación, de esquina a esquina, hasta encontrar la librería que se hallaba en el lado izquierdo de la enorme cama. Había, por lo menos, cuatrocientos libros en aquel mueble, cuyas medidas eran mucho más grandes en comparación con otras librerías, más pequeñas, tamaño estándar. Pero ella buscaba uno grueso, con tapa dura negra y adornos en color bronce: dos espadas cruzadas sobre lo que parecía la representación de un sol justo detrás de estas. Lo encontró justo en el centro de la librería, pues destacaba por su grosor. Lo envolvió con un paño de seda y lo metió en su bolsa. Giró sobre sí misma para dirigirse a la puerta de la habitación, pero una figura le impedía el paso: alto, corpulento, vestía lo que parecía una túnica abierta por delante, de color negro, con capucha, la cual ocultaba gran parte de su rostro, y los bajos descosidos. La figura se mantuvo impertérrita al verla. Tess fue directa hacia ella, esta vez, con una velocidad más mundana. Trató de someterla, golpeando con una rápida patada giratoria a la altura de su cara, pero al golpear, la figura ni se inmutó. Le dirigió una mirada, como quien mira a un insecto, perdonándole la vida al pasar bajo sus pies. Acto seguido, la figura le propinó un rápido puñetazo en el pecho a la joven ladrona, lanzándola contra la cama. A Tess no le dio apenas tiempo a ver con qué la había golpeado, pero le había hecho mucho daño. Pese a no llevar puesta una armadura de acero, el cuerpo le pesaba como si así fuese tras ese duro golpe. Se palpó rápidamente el costado para ver el alcance de las lesiones: dos costillas rotas y una gran contusión en todo el tronco. Notó como un hilo de sangre brotaba de su boca, cayendo por su comisura derecha hasta su barbilla. «Tengo que salir de aquí ya... No se trata de un cualquiera...». Sabía que corría peligro. Otro golpe más así y no saldría de allí con vida.

—Tú no eres un Ürathe... ¡No te he visto nunca en mis vigilancias!— estaba confundida y cabreada —. ¿Por qué demonios te interpones en mi camino?

—No, niña. —dijo la figura, con voz ronca —. No soy de la familia Ürathe. Ellos ya no están. Yo estoy muy por encima. Si crees que voy a dejar que una ladrona del tres al cuarto se cuele en mis aposentos es que eres una ilusa. Pero no importa, tu camino acaba aquí.

Dicho esto, la figura se abalanzó sobre la cama donde se hallaba Tess. Esta, al ver lo que iba a ocurrir, se concentró, inspirando profundamente, y sus dagas se iluminaron. De ellas brotaron rayos, los cuales pasaron al interior del cuerpo de la joven ladrona. Un leve instante después, Tess se encontraba al otro lado de la puerta, desde donde vio como la figura se cernía sobre la nada, en el lugar donde debía estar ella. Cuando usaba su habilidad el tiempo parecía ralentizarse a su alrededor. Su agresor todavía no había tocado el suelo con su puño cuando Tess aprovechó que aún tenía lo que ella llamaba "tirón" y corrió a una velocidad vertiginosa hasta llegar a las afueras de la mansión y perderse en las sombras.



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En el texto hay: fantasia, amor, magia

Editado: 04.11.2024

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