Sangre de Hacedor

V. El muelle sur

Ereden se encontraba en algún punto del camino entre Wensa y Ventos cuando la oscuridad de la noche comenzó a bañar el cielo. Mucha de la gente que conocía serían incapaces de merodear un sendero desprovistos de compañía durante la noche por temor a ser sorprendidos por delincuentes o, según los rumores, por extrañas bestias. A él no le asustaban los primeros porque la mayoría conocía de qué era capaz. En cuanto a las bestias... seguía teniendo serias dudas al respecto. Giró la cabeza y al lado del camino pudo ver el resplandor de una fogata que rompía la monocromía que causaban las noches en Pyrmenion. Se acercó poco a poco al lugar y encontró a un grupo de unas doce personas alrededor del fuego: ancianos, mujeres, niños y algún hombre de mediana edad. Parecían exhaustos. Como si llevasen tiempo sin poder dormir bajo algún tipo de estrés. Ereden no quería parar, pero se dio cuenta de que su caballo estaba algo cansado y no quiso forzarlo más de la cuenta. El grupo de gente observaba con atención al joven cazarrecompensas. Le estudiaban. Era como si tratasen de dilucidar si constituía una amenaza para el grupo o no. Dos mujeres aferraron a sus hijos con fuerza como respuesta a la mirada de Ereden. Definitivamente, aquella gente se encontraba en una situación de estrés en la que pocas veces se habían visto. Esa actitud recelosa denotaba la falta de familiaridad con esa sensación. Ereden descabalgó, levantando arena al tocar el suelo con sus botas. Varios murish huyeron despavoridos reptando como serpientes al notar vibración cerca de ellos. Cogió un tronco hueco que había cerca del camino, lo cortó por la mitad, horizontalmente, y lo rellenó de agua, improvisando un abrevadero para su fiel compañero de viaje. Acto seguido, se giró hacia la fogata y se sentó al lado de un hombre corpulento que, por su actitud estoica y su uniforme, parecía ser el que se encontraba al mando de aquella pobre gente.

—¿Quién eres? —preguntó el hombre al cabo de un rato, mirando su espada.

—Nadie importante. —contestó Ereden mientras sostenía la mirada a aquel hombre, que le estudiaba de pies a cabeza —. Solo tenéis que saber que no supongo una amenaza para vuestro grupo.

El hombre no parecía estar conforme con aquella respuesta. Frunció el ceño y habló más bajo de lo normal para que el resto no se alarmase.

—Eso lo decidiré yo. Escucha, chico, venimos del mismísimo infierno y no dudaré en acabar con tu vida si haces algo que ponga en peligro a esta gente.

Aquel hombre hablaba en serio. Por su actitud, su porte y la espada que colgaba en su cinto, parecía que tenía formación militar. A pesar de ello, presentaba una herida en el lado derecho de su cara, donde un pañuelo cubría su ojo y parte de la cabeza. Ereden no tenía constancia de conflictos entre poblaciones y, aun menos, tan cruentos como para que un militar formado sufra tales heridas. Los militares en el reino de Sulhätar eran gente de una competencia extrema en cuanto al arte del combate, no cualquiera podía enfrentarse a uno de ellos, aunque se tratase de un soldado raso.

—Solo estoy de paso. Mi nombre es Ereden. —le dijo el joven —. No se que os ha debido pasar, pero si me dejáis descansar un rato a vuestro lado, os ayudaré en caso de que ocurra algo.

—Te tendré el ojo encima, Ereden. —dijo el hombre, amenazante pero algo más tranquilo —. Yo soy Rix, teniente de la escuadra Beta para la protección civil.

Ereden le tendió la mano en un gesto de amabilidad y reconocimiento. Pese a no saber qué había ocurrido, aquel hombre había logrado mantener a salvo a un grupo de once civiles, de todas las edades, cuyo comportamiento denotaba que todavía huían de algún tipo de amenaza y no estaban a salvo.

—Siento por lo que estais pasando. No tengo conocimiento de ningún conflicto entre ciudades del reino, ni entre Sulhätar y Cörum. ¿Qué demonios os ha llevado a esta situación?

Rix se quedó mirando el fuego de la hoguera sin volverse para contestar a Ereden. Era como si quisiera que aquel fuego destruyera el recuerdo que estaba despertando en su mente. Demasiado reciente. Demasiado cruel.

—Venimos de Carantur. —comenzó a contar Rix, cuyo dolor era palpable en su voz —. Éramos una ciudad de comerciantes, de trabajadores del campo... Vivíamos tranquilos. Hasta hace dos noches. Sin previo aviso, algo rompió el bienestar del que gozábamos desde hacía años. —siguió mirando el fuego, apretando los puños —. Soy militar, como ya te he dicho, y no existía ninguna orden de arresto. No se había cometido ningún crimen contra la Corona en mi territorio. —dijo Rix, esta vez sí, girándose para mirar a Ereden —. Llegaron de madrugada. Todo un batallón de la escuadra Obscure. Trescientos militares de los mejor preparados del reino. Fueron puerta por puerta, interrogando y matando a todos los civiles sin ningún miramiento y sin oposición. Mi equipo y yo nos sublevamos. No podíamos dejar que algo así pasase. Era injusto. Era cruel. Eran inocentes, ¡maldita sea! —dio un puñetazo al suelo, pero trató de sosegarse para no alarmar a su gente —. Aguantamos cuanto pudimos, pero eran muy superiores a nosotros, tanto en número como en habilidad. Eso no fue lo peor. —Rix movió los labios queriendo decir algo, pero era casi inaudible —. Monstruos... —dijo por fin, casi en un suspiro. Ereden le miró con ojos de sorpresa, pero sin decir una palabra —. Aparecieron tras el primer ataque del batallón. Acabaron con la vida de todo lo que se ponía a su paso. Perdí a mucha gente... Perdí a cincuenta hombres y mujeres de mi escuadra entre las garras y los dientes de esas abominaciones. Usé el poder de mi espada para darle una ventana de tiempo a las pocas personas que quedaban para huir hacia el bosque. Eso casi acaba conmigo. Logré escapar hiriendo en una de las patas a una de las abominaciones que casi logra sorprenderme. O eso creo. Juraría que eran incorpóreas. Nunca había visto algo así. Ni siquiera tenía conocimiento de que esos seres existiesen en Pyrmenion. —Rix, finalmente, se rompió. Las lágrimas comenzaron a caer por sus mejillas pese a que no se dio el lujo de sollozar ni bajar la cabeza ante la gente que había logrado salvar.



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En el texto hay: fantasia, amor, magia

Editado: 04.11.2024

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