AQUELLA MISMA MAÑANA…
Era bien temprano y los tenues rayos de sol que asomaban tímidamente por el horizonte no eran lo suficientemente cálidos para eliminar la niebla que engullía el pueblo costero de Truj. Las ventanas de las casas se encontraban llenas de pequeñas gotas de agua, condensada debido a la alta humedad presente en el ambiente. A pesar de lo temprano que era, la taberna principal del pueblo llevaba unos minutos abierta. A duras penas se podía leer a través de la niebla el letrero que rezaba: “La taberna del pescador”. El dueño se encontraba tras la barra terminando de secar los vasos que acababa de fregar cuando por la puerta irrumpió un encapuchado con una capa larga, de un color marrón ébano. La empuñadura de un arma grande sobresalía por el lateral de la capa, a la altura del hombro. Se sentó en el extremo de la barra, sin levantar la cabeza ni para mirar al dueño.
—Un vaso de agua, por favor. —se dirigió al tabernero con voz rasgada.
—Por supuesto, caballero. Aquí tiene. —le dijo mientras le entregaba el vaso con el agua.
El hombre encapuchado bebió mirando la pared, haciendo algún que otro gruñido de dolor. Dejó el vaso en la barra y, en un movimiento fugaz, agarró el brazo del tabernero. Este intentó liberarse de la presa de aquel hombre, pero sus esfuerzos fueron en vano. Aquel encapuchado tenía demasiada fuerza. Levantó la cabeza hacia el tabernero y le miró, con media cara a la sombra de su capucha.
—¿A qué hora suelen venir los pescadores a desayunar? —preguntó al tabernero con la voz ronca.
Este, presa del pánico al no poder zafarse de aquel hombre, no pudo hacer nada más que asentir una vez tras otra sin parar, como si de un tic se tratase.
—S-suelen venir u-una hora después de que abra la taberna. —contestó tartamudeando. Podía notar como unas gotas de sudor comenzaban a resbalar por su frente.
—¿Cuánto tiempo queda para eso? —soltó el brazo del tabernero.
—Unos pocos minutos… —contestó mientras se tocaba la zona donde había mantenido el agarre el encapuchado.
Este metió su mano en una bolsa que tenía atada con una cuerda a la cintura. Sacó 10 kruks que puso encima de la barra y deslizó hacia el tabernero.
—Por las molestias…
El tabernero cogió el dinero sin dejar de mirar a aquel hombre, todavía con miedo por lo que le pudiese hacer. Sin embargo, no entraba en los planes de aquel hombre hacer daño al tabernero de un pueblo pesquero. Pronto entraron por la puerta cinco hombres vestidos con chaquetas y pantalones de cuero, usados para repeler lo máximo posible el agua salada durante las largas horas de trabajo en el mar. Eran pescadores, sin lugar a dudas. El encapuchado echó una última mirada al tabernero y se giró a mirar a aquel grupo de hombres mientras comenzaban a reír por un chiste mal contado del más joven de ellos. El encapuchado se acercó a la mesa mientras estos, percatándose de su presencia, le observaban. Se limitó a coger una silla de la mesa más cercana y sentarse con ellos.
—Esta es una reunión de pescadores. —dijo el más mayor de ellos, un hombre de más de cincuenta años con una larga barba grisácea por las canas —. No veo que lleves vestimenta para hacerte a la mar así que, por favor. —levantó la mano señalando hacia el sitio que había ocupado antes en la barra el encapuchado, dándole a entender que no era bien recibido.
—Verás… —contestó el encapuchado mirándole a los ojos —. No llevo una buena racha últimamente. Así que trataré de ser lo más amable que pueda. —volvió a meter una mano en la bolsa y puso algo encima de la mesa —. Seré breve: necesito realizar un trabajo, necesito transporte por mar y sois lo más a mano que tengo. —levantó su mano y dejó ver muchas monedas —. Quinientos kruks como pago a tres horas de vuestro servicio.
Los hombres se miraron unos a otros tras ver aquella suma de dinero en la mesa. Se giraron todos a una a mirar al que, sin duda alguna, parecía ser su capitán. Se trataba de gente humilde, trabajadora. Si un día iba mal la jornada en el mar no tendrían para comer. Aquella cantidad era lo que cobraban en una semana entera de trabajo. El encapuchado se lo estaba ofreciendo por unas pocas horas. Era una oferta demasiado tentadora. Más aún teniendo en cuenta lo poco que estaban pescando últimamente.
—Muy bien. —el capitán había decidido —. Pero con una condición —dijo levantando un dedo delante de su cara.
—¿De qué se trata?
—No te conocemos. No realizaremos nada ilegal. —hizo un gesto de negación —. Así que cuéntanos qué tienes en mente y, si nos interesa, estrecharemos nuestras manos.
—Me parece lo justo. —dio un suspiro —. Necesito que me llevéis por la costa hasta Ventos.
—¿Y…? —el capitán le hizo gestos para que continuase hablando.
—Y nada más. —vio como el capitán no estaba convencido de aquello —. Es solo vigilancia. Nada más. ¿Aceptáis o no? —le tendió su mano.
El capitán, aunque muy dudoso, estrechó su mano. Necesitaban ese dinero que el desconocido les estaba ofreciendo. Y si de verdad resultaba ser un simple paseo por la costa parecía que el universo les estaba haciendo un regalo.
—Pues desayunad rápido. Partimos cuanto antes. —dijo el encapuchado mientras se levantaba de su silla.
—¡Eh! ¡Oye no te vayas aún! —gritó el capitán, aún dudoso —. No solemos trabajar con desconocidos. Dinos tu nombre. Mis chicos no están cómodos. Míralos. —hizo un gesto señalándolos —. Así no sé si podremos zarpar.
El encapuchado siguió mirando hacia la puerta, sin siquiera voltearse para contestar.
—Mi nombre es Fantasma. —llevó su mano derecha a la empuñadura de su arma —. Ya habéis cogido el dinero y me has estrechado la mano cerrando el acuerdo. No llevo bien que me roben y —desenvainó un poco el arma —mucho menos que me mientan.
Los pescadores palidecieron ante el tono empleado por el hombre. Era la voz de una persona que podía matarte sin siquiera sudar. Todos los pescadores asintieron y siguieron con su desayuno sin dirigirle una sola mirada más.