Teletton se hallaba en la cubierta del barco dando órdenes a su contramaestre para que este se las gritase al resto de marineros. Se disponían a zarpar e irse de aquel puerto lo antes posible. No entraba en sus planes enfrentarse a un monstruo. Sus hombres no entrarían en una batalla como aquella si no iban a sacar algún beneficio. En su más que experimentada vida, nunca había visto algo como lo que había aparecido en la plaza del puerto y seguía sembrando el caos. ¿Qué demonios sería aquello? Jamás había visto algo así en tierra firme y en el mar había visto seres muy extraños, pero nada parecido a aquello. Terminó de dar instrucciones y soltaron los cabos que mantenían el barco atracado en el muelle. Levaron anclas y el barco comenzó a moverse mar adentro. En la cubierta se encontraban muchos de sus hombres realizando labores para que las velas se desplegasen de la manera correcta. Otros se encontraban limpiando el suelo de cubierta. Resultaba increíble que, pese a estar ebrios de alcohol, realizaban el trabajo que les habían ordenado con mucha precisión. Por la escalera que llevaba a cubierta proveniente del polvorín apareció un hombre de pelo corto negro y con aspecto enfadado, vociferando.
—¿Por qué demonios zarpamos? Todavía falta el chico.
Se trataba de Rix. El hombre hacía referencia a Ereden, el cual seguía haciendo frente a ese monstruo. Teletton le dedicó una mirada asesina. La verdad era que, después de aquel ser, el capitán era el que más terror causaba.
—¿Acaso creías que iba a dejar subir también a ese cazarrecompensas? —dijo con genuina sorpresa, señalando hacia Ventos —. Hirió a mi intendente y trató de hacer lo mismo conmigo. Eres un necio si piensas que va a subir aquí. Date por afortunado de que vosotros habéis subido a mi barco.
—Ese chico se está sacrificando para que nosotros —dijo abarcando todo el barco con un gesto —podamos escapar. Sé que eres un pirata y conozco parte de tus delitos. Tu reputación. Pero te imploro que busques dentro de tu pecho y encuentres la poca luz que quede en tu corazón.
Teletton soltó una carcajada piadosa y agachó la mirada. Se quedó pensativo unos instantes. La brisa marina arreciaba las velas y seguían alejándose poco a poco de los muelles. Aún se podía oír los gritos de horror de la gente en el puerto que seguía viendo aquella cosa en la plaza. El viento no quería quedasen en el olvido. Eso le hizo rememorar tiempos pasados. Tiempos oscuros. Cicatrices que aún ardían en su ser. Apretó sus zarpas en la regala que tenía delante, dejando enormes surcos en la madera. Miró a Rix de nuevo cuando este se acercó, rápidamente, señalando de nuevo a Ventos, haciéndole salir de lo profundo de sus pensamientos.
—¡Maldita sea! ¡Mira! —seguía señalando a Ventos, casi obligando a que el capitán girase la cabeza siguiendo su dedo —. Está yendo al muelle donde estábamos atracados. Lleva a dos personas más. Parecen heridos.
Giró la cabeza y los vio justo en el muelle, haciendo gestos de desesperación y, seguramente, maldiciéndole. Pudo escuchar pasos que se aproximaban hacia donde se encontraban Rix y él por la escalera cercana al palo de mesana.
—¿Acaso los vas a dejar en tierra de verdad, melenas?
Teletton se giró y vio cómo lo miraban Tess y Veryl. ¿Qué demonios se esperaban de un pirata? Los humanos habían sido siempre crueles con los mester. Siempre menospreciados. Siempre temidos o tratados como bestias. Ahora se suponía que él debía ser benévolo con ellos. ¿Desde cuándo ayudaba él a los humanos? ¿Por qué demonios había dejado siquiera subir a aquella gente a su barco? Los recuerdos volvían a inundar su mente.
—Tenemos un código —dijo fríamente, mirando a los pies de la joven —. Quien no llega a tiempo para zarpar, se queda en tierra. Así funcionamos y así hemos sobrevivido. ¿Cómo verían mis hombres que rompiese las normas que llevamos grabadas a fuego?
—Me conozco el código —dijo Veryl con las manos en la espalda. Demonios. Aquel hombre sabía de todo —. Tampoco deberíais haber dejado subir a mujeres y niños al barco. Sin embargo, hiciste la vista gorda en el muelle. ¿Qué cambia ahora? Lo hecho, hecho está. Ya has roto el código, capitán.
Teletton gruñó tan fuerte que los tres callaron de inmediato, intimidados. Sus hombres dejaron las labores y desenvainaron sus espadas mientras iban acercándose a popa, donde se encontraban. El capitán levantó la mano y les indicó que volviesen a sus labores, cosa que hizo que sus acompañantes se relajasen un poco. Sacó su catalejo y lo enfocó hacia el muelle. Pudo ver a Ereden y un sundae sujetando a una joven que parecía inconsciente. No lograba ver heridas, salvo la que le realizó al cazarrecompensas en su enfrentamiento, pero no parecían estar en perfectas condiciones. Miró un poco más hacia la derecha y vio a un montón de soldados paralizados como estatuas, un joven con lo que parecía una armadura del ejército yendo a por Ereden y compañía y una masa deforme, oscura y enorme que parecía estar reorganizándose en mitad de la plaza. «¿Dónde demonios se ha metido ese ser? Acaso eso es...» No pensó mucho más.
—Tyrp, vira el barco y trata de acercarte lo más que puedas al muelle —el mester mitad cuervo acató la orden de inmediato, sin objeciones —. Gra'ak, cargad hasta reventar de pólvora el cañón móvil y llevadlo a proa. Ubicadlo donde ya sabéis ¡Rápido!
El mester mitad rinoceronte asintió al capitán y tardó muy poco en transportar, junto con dos mester más, aquel cañón que ninguno de los acompañantes de Teletton había visto jamás. Se trataba de un cañón más pequeño que el resto. Tenía una caña mucho más corta que los cañones comunes, lo que debería ser un problema si pretendía acertar a un blanco lejano porque era imposible apuntar bien. Todas las características que poseía estaban pensadas para que el cañón fuese más práctico que útil. Mejoraba su movilidad, pero empeoraba gravemente su funcionalidad. Teletton se dirigió raudo a proa, seguido de los demás. Gra'ak acababa de plantar aquel cañón en el espolón del barco. Se colocó en posición, agarrando el cañón como si fuese un artillero experimentado y continuó dando órdenes.