El día se presentaba tormentoso. El horizonte marítimo se fundía con las nubes, que amenazaban con iniciar una lluvia torrencial. Era como observar el infinito. El viaje desde Truj hasta Ventos era corto, pero aquel maldito barco estaba demasiado hostigado por el pasar del tiempo y el salitre. Había zonas donde la madera presentaba oquedades del tamaño de una cabeza. El olor tampoco era mucho mejor. Había una fragancia contínua a pescado muerto y sangre que, junto con la brisa marina, no parecía mejorar la situación. «Al menos tienes transporte» pensó Fantasma. Pero lo que le preocupaba no era el hecho de tener o no transporte, si no hasta dónde lo iba a tener. A fin de cuentas, si no llegaba a Ventos no le servía de nada estar en aquel barco. Miró a su alrededor y se relajó un poco al ver la disciplina con la que trabajaban aquellos hombres. A pesar del mal estado que presentaba el barco, lo trataban en la práctica como si fuesen cirujanos operando una herida compleja. Si no tenían el barco en mejores condiciones sería porque Mylo no le mintió y, económicamente, estaban pasando estragos.
—¡Cazad las escotas! —ordenó Mylo a sus tripulantes —. ¡Reforzad las jarcias! Cuanto antes lleguemos, antes podremos irnos.
Si algo quedaba claro es que a aquellos hombres no les gustaba la idea de realizar una misión fuera de su oficio y de la legalidad. A pesar de lo que Fantasma les dijo sobre el trabajo, estaba claro que no se fiaban del todo de él. No les culpaba. ¿Por qué debían hacerlo? Se acercó al castillo de popa y se apoyó en la regala, justo al lado del capitán.
—Tienes buenos hombres —hizo un gesto con la cabeza hacia los miembros de la tripulación —. Trabajan con lo que tienen sin quejarse y con pasión. No se encuentra algo así fácilmente.
—Son los mejores —dijo orgulloso Mylo, girándose hacia Fantasma —. No sé de dónde vienes tú, ni mucho menos la educación que has recibido. Pero en Truj la vida no es nada fácil. No tenemos las ayudas de las grandes ciudades como sí la tienen otras ciudades portuarias. Estos hombres tienen que pelear con el mar para que su familia tenga algo que comer. No es que sean buenos haciendo su trabajo. Es que si fallan, sus familias no comen.
—Ya veo… —dijo abarcando todo el barco con la mirada —. «Hubiesen sido excelentes soldados» —pensó —. ¿Les has entrenado tú en el oficio?
—Yo les introduje en esto, pero el mar les ha esculpido tal y como son. Aquí o aprendes rápido o te vas a pique junto con el barco. El mar no perdona. ¿Has visto lo que le hace a la roca por resistirse? Yo les enseño a ser uno con el mar. Así hemos logrado no perecer.
Mylo era un hombre sabio. Aquellos chicos hacían bien en dejarse guiar por un capitán como él. Fantasma se empezaba a alegrar de estar allí con ellos. A sentirse seguro a pesar de las condiciones del barco. No quedaba mucho para llegar a Ventos. Ya se veía el pico de Ascalon, la montaña más alta de la costa a cuyas faldas estaba la ciudad portuaria. Fantasma le pidió prestado el catalejo a Mylo y apuntó hacia allí. «Ahí estáis.» Varios barcos con la bandera del rey Notsmer en el palo mayor.
—¡Maldita sea! ¿Podemos hacer algo para ir más rápido?
—¿Más rápido? —dijo sorprendido Mylo —. Ya vamos casi excediendo nuestras posibilidades.
—"Casi"... —puso la bolsa de monedas encima de la regala —. Necesito que las excedáis. Haced lo que esté en vuestra mano, capitán.
Mylo miró con preocupación a Fantasma y luego miró la bolsa de monedas que había puesto en la baranda. Debía haber unos cinco mil kruks. ¿Quién demonios era aquel encapuchado? Con eso podrían arreglar del todo el barco después de haber repartido una gran parte entre sus hombres. Maldijo para sus adentros y cogió aquel dinero.
—¡Amollad el foque y las brazas! —ordenó a sus hombres —. ¡Aligerad el barco! ¡Si resiste y logramos salir enteros, podréis vivir tranquilos con vuestras familias durante un largo tiempo! —les mostró la bolsa de monedas, alzándola.
Se oyó el clamor de los tripulantes. Enseguida comenzaron a realizar las órdenes que les había dado su capitán. Ahora las velas tenían un rendimiento mayor ya que el viento podía acomodarse en toda su superficie y también en el foque. Fantasma notó un tirón al aumentar la velocidad del barco a todo lo que daba. Comenzaron a acercarse a los barcos del rey. Fantasma volvió a hacer uso del catalejo y apuntó al barco que iba al frente. «Malditos cabrones. Lo habéis localizado, ¿no es así?» Había visto a los comandantes del ejército allí presentes. La sangre le hervía. Se llevó la mano al estómago y torció el gesto. Aún no había sanado. Seguía sin estar recuperado.
—Quiero acercarme evitando que nos detecten, capitán.
—Es la flota del rey —contestó Mylo, temeroso —. Te dije que nada ilegal, joder. Si nos ven estamos acabados. ¿Has oído lo que cuentan sobre el actual rey?
—Por eso necesitamos no ser detectados.
«No de momento.»
—¡Virad a estribor!
Los hombres de Mylo hicieron caso y el barco comenzó a moverse hacia la derecha. Mar adentro. La intención del capitán parecía ser, haciendo caso a Fantasma, encararse hacia la costa y acercarse lateralmente a aquellos barcos. Mientras tenían su foco puesto en su frente, su única oportunidad de pasar desapercibidos era aquella. Cuando se encontraban por delante de ellos, el capitán ordenó que virasen a babor. Encararon la costa y Fantasma pudo ver que delante de los barcos del rey se hallaba otro barco. Volvió a apuntar con el catalejo y vio una bandera pirata. «Qué extraño» pensó. ¿Ahora Notsmer se preocupaba por la piratería? Todo el mundo sabía en qué estaba convirtiendo el reino. No tenía sentido enviar a tus comandantes a por unos piratas. Echó un vistazo rápido a la cubierta del barco y el catalejo se le cayó al suelo. Se le entrecortó la respiración y el pulso se le aceleró.