Sangre de Luna

El despertar

La luna llena brillaba en lo alto del cielo, iluminando el tranquilo pueblo donde vivía Aria. En la confortable casa de madera, los suaves ronquidos de su padre, Alexander, resonaban en la habitación contigua, mientras que el suave aullido de su madre, Selene, se escuchaba desde el jardín.

Aria yacía despierta en su cama, envuelta en las sábanas mientras contemplaba el resplandor plateado que se filtraba por la ventana de su habitación. A pesar de la tranquilidad de la noche, sentía un palpitar inquieto en su pecho, como si algo dentro de ella estuviera a punto de despertar.

De repente, un leve golpeteo en su ventana llamó su atención. Aria se incorporó lentamente y se acercó a la ventana, donde una pequeña figura alada estaba posada en ella. Era Ember, su fiel compañero dragón, con los ojos brillantes bajo la luz de la luna.

"¿Qué sucede, Ember?", susurró Aria, abriendo la ventana con cuidado para dejar entrar al diminuto dragón.

Ember emitió un suave chirrido y extendió el cuello, revelando el collar que llevaba alrededor. Aria reconoció el pequeño dispositivo incrustado en el collar: la cámara que sus padres habían instalado para mantenerla vigilada.

"¿Quieres que vea algo?", preguntó Aria, mientras tocaba el collar con curiosidad.

Ember asintió con la cabeza y emitió otro chirrido, antes de levantar el collar con su hocico y señalar hacia el exterior. Aria entendió el mensaje y se preparó para ver lo que la cámara había capturado.

Al mirar la pantalla, vio la imagen de su madre, Selene, de pie en el jardín, con los ojos fijos en la luna llena. Su cabello oscuro se mecía suavemente con la brisa nocturna, y su figura se erguía con una gracia felina que recordaba a sus ancestros lobos.

De repente, un aullido resonó en la distancia, seguido por el sonido de ramas que se quebraban bajo una presencia desconocida. Selene se puso en alerta, sus sentidos agudizados detectando la amenaza que se acercaba.

Aria observó con preocupación mientras su madre se preparaba para el peligro que se avecinaba, preguntándose qué podría estar acechando en las sombras de la noche. Con el corazón latiendo con fuerza en el pecho, supo que su tranquila vida estaba a punto de cambiar para siempre.

 




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