El rugido del kaiju retumbaba como un trueno en la tierra.
Las luces del campo de batalla parpadeaban. Los soldados retrocedían.
Pero Kaksuki no.
Algo dentro de él se rompió… o despertó.
Sus ojos brillaron con un azul más intenso. Las venas de su cuello se marcaron, negras y gruesas como si una energía extraña le recorriera el cuerpo.
Su brazo derecho se endureció, la piel se volvió oscura como escamas.
No completamente… pero lo suficiente para parecer algo más que humano.
—¿Qué… qué eres? —murmuró uno de los soldados.
—Un error —respondió Kaksuki, sin miedo—. Pero uno que va a arreglarlo todo.
Corrió hacia el kaiju.
Saltó más alto de lo que debería ser posible.
Y clavó su lanza en el ojo de la criatura, con una fuerza que quebró el cráneo del monstruo y lo derribó como si fuera una montaña de barro.
Silencio.
Luego, gritos.
Aplausos.
Miradas de miedo.
En la enfermería, Kaksuki estaba vendado. Su brazo volvía poco a poco a la normalidad.
Aiko entró sin decir nada.
—¿Viniste a gritarme de nuevo? —bromeó él.
Ella no respondió. Se sentó junto a su cama, seria. Luego, suave, preguntó:
—Lo que hiciste allá afuera… no era normal.
—¿Y qué es “normal” en un mundo lleno de kaijus?
Ella lo miró fijamente.
—¿Eres uno de ellos?
Él respiró hondo.
—Soy humano. Pero tengo algo dentro. Algo que no pedí.
—¿Por qué no lo dijiste?
—Porque nadie confía en un monstruo… hasta que necesita uno.
Silencio.
Luego Aiko bajó la mirada.
—Gracias por salvarme.
—No tienes que agradecerme nada. Lo haría mil veces más.
—…Idiota —susurró, con una media sonrisa.
Kaksuki sonrió también.
—¿Me estás empezando a soportar?
—No te emociones.
Pero sus ojos ya no tenían desprecio.
Tenían… algo nuevo. Algo que ni ella quería aceptar.
Desde una sala oscura, cámaras ocultas grababan cada movimiento.
—Su brazo mutó.
—Lo controló sin perder el juicio.
—El Proyecto K-01 está evolucionando.
El general Shiranami apretó los dientes.
—Si ese chico pierde el control… lo mataremos.
—¿Y su hija?
—…Que no se entere. Aún no.