El campo de entrenamiento especial se extendía como un coliseo al aire libre, rodeado de torres, sensores y soldados vigilando desde las alturas.
No era un simulacro.
Era una evaluación directa del General Shiranami.
—Escuadrón Alfa —tronó la voz del general—. Hoy se medirá su capacidad real. Ya no son niños jugando con lanzas de entrenamiento. Son soldados que deben decidir si merecen vivir… o no.
Todos se cuadraron. Kaksuki entre ellos.
Aiko, a la derecha del grupo, no decía nada, pero sus ojos estaban clavados en su padre. Algo en su postura no era normal. Estaba tenso… como si esperara un error.
—Tendrán que sobrevivir a oleadas de ataques físicos, psicológicos y tácticos. Pero primero…
El general caminó hacia el centro del campo.
Se detuvo frente a Kaksuki.
—Tú.
Kaksuki levantó la vista.
—¿Yo, señor?
—Sí. Tú. El chico que se cree un héroe.
Quiero ver si los rumores son ciertos.
Manifiesta el arma. Ahora.
Silencio total.
Los soldados del escuadrón se giraron, murmurando entre sí. Aiko frunció el ceño.
—Padre… eso no está en el protocolo.
—¡Silencio, subcapitana! —rugió él, sin apartar la vista de Kaksuki—. Si no puede controlarla ahora… será una amenaza para todos.
Kaksuki miró su muñeca.
El tatuaje ardía.
—No sé si puedo.
—No. No sabes si quieres.
Esas palabras encendieron algo en él.
Kaksuki cerró los ojos. Respiró hondo. Sintió el peso de la cadena invisible… la sangre rugiendo dentro de su brazo.
Y entonces, como si el universo se rompiera a su alrededor, la guadaña apareció.
⚔️ Tres hojas curvas, rojas como lava.
La cadena dorada cayó al suelo como una serpiente viva.
La energía que liberó hizo que el suelo se partiera bajo sus pies.
Todos retrocedieron.
—¡¿Qué… es eso?! —murmuró uno de los soldados.
El general no dijo nada por unos segundos. Solo observó con una mezcla de sorpresa… y satisfacción.
—Así que era cierto —susurró.
Aiko, sin apartar la mirada de Kaksuki, se mordió el labio.
Ya no era duda lo que sentía… era miedo.
No de Kaksuki.
Sino de su padre.
—Muy bien, Kaksuki —dijo el general—. Si puedes controlar esa arma, tal vez seas más útil de lo que pensé.
—¿Y si no puedo? —preguntó Kaksuki.
—Entonces… te destruiré antes de que se vuelva un problema.
El entrenamiento había comenzado.
Pero la verdadera batalla era contra lo que se ocultaba detrás de esas órdenes.
Y Aiko lo sabía.