Después del entrenamiento, mientras los demás soldados se retiraban agotados, Kaksuki fue llamado a la sala de estrategia subterránea.
Allí lo esperaba el General Shiranami, solo, con una bebida caliente en la mano y una expresión más humana… y más cansada.
—Siéntate, Kaksuki.
El chico obedeció, sin quitarle los ojos de encima. La guadaña celestial seguía sellada en su brazo, invisible pero viva.
El general suspiró.
—No voy a dar más vueltas.
Conocí a tu padre.
Kaksuki abrió los ojos con fuerza.
—¿Mi padre…? ¿Lo conoció?
—Éramos soldados. Hermanos de batalla. Y cuando le propusieron el Proyecto K… se negó.
Pero tú naciste. Y el gobierno... no necesitaba su permiso para experimentar.
Kaksuki apretó los puños.
—Entonces… fui parte de algo ilegal.
—Sí. Y fuiste el único que sobrevivió.
—¿Y por eso me dejaron vivir?
—No. Sobreviviste porque el Kaiju Fundador decidió protegerte. Nunca antes una criatura como esa se había acercado a un humano sin devorarlo.
El general se puso de pie y caminó hacia la ventana blindada.
—Esa guadaña que llevas…
es la Guadaña de la Muerte.
El arma que, según los registros, solo el "Heredero del Último Rugido" puede controlar.
—¿Y eso qué significa?
—Significa que el Kaiju más antiguo te eligió. No para destruir…
sino para salvar.
Tal vez porque, en medio de este mundo podrido, vio en ti… una chispa de esperanza.
Kaksuki bajó la mirada, mudo. La carga que llevaba era más grande de lo que imaginaba.
—Te estaré vigilando —añadió el general—. Pero no para detenerte.
Para asegurarme de que puedas cumplir tu destino.
Hubo silencio.
Y entonces, de repente, el general soltó una sonrisa extraña.
—Aunque, si quieres… también podrías ser el prometido de Aiko. Eso te daría pase directo al escuadrón élite y a la cena familiar.
—¿¡QUÉ!? —gritó una voz detrás de la puerta.
Aiko irrumpió en la sala con el rostro completamente rojo.
—¡¿Por qué dices esas cosas, papá!?
El general se rió por primera vez en años.
—Vamos, hija, no es mala idea. Es fuerte, valiente… y te mira como si fueras el sol.
Kaksuki se quedó en shock.
Aiko caminó hasta él, furiosa, y lo señaló.
—¡Ni se te ocurra tomarte eso en serio! ¡No te burles, Kaksuki!
—¿Y si no me burlo? —respondió él, con una sonrisa traviesa.
—¡Te voy a matar! —gritó ella, girando y saliendo hecha una tormenta.
El general se acomodó el uniforme y dijo, casi en broma:
—Esa reacción… no fue un "no".
Kaksuki no supo si reír o entrar en pánico.
Pero dentro de su pecho… el rugido del kaiju fundador sonó más suave.
Como si también hubiera disfrutado el momento.