Sangre de titanes

Voz en el abismo

La noche cayó sobre la academia. Todos dormían.

Todos… menos Kaksuki.

El tatuaje en su muñeca ardía levemente. Como un susurro que no dejaba descansar.

Se sentó en la cama, cerró los ojos y dejó que el rugido interno lo envolviera.

Y entonces, como antes, cayó al abismo.

El mar negro infinito lo recibió de nuevo.
Frente a él, emergiendo entre las sombras, la silueta monstruosa del Kaiju Fundador, con ojos como faros en la oscuridad.

—Has vuelto, chico del fuego azul.

—No tenía opción —respondió Kaksuki—. No me dejas dormir.

El Kaiju soltó un rugido… que sonó como una risa.

Fue divertido lo que pasó con la humana.
Tu cara cuando el general dijo que podrías ser el prometido de su hija... me dio mil años de vida.
Y ella… no dijo que no, ¿eh?

—¡Cállate! —gruñó Kaksuki, rojo de vergüenza.

—Bueno, bueno… ya dejo las bromas.
Aunque admito que me agrada la chica. Es fuerte.

La silueta del kaiju se acercó, y el mar negro tembló.

—Ahora escucha, Kaksuki.
Te elegí no solo por tu sangre… sino por tu espíritu.

—¿Y qué quieres de mí?

—Un objetivo.

—¿Cuál?

—Salvar este mundo… incluso si tienes que convertirte en un monstruo para lograrlo.
Te daré mi fuerza.
Pero hay un límite.

La oscuridad detrás del kaiju vibró. Aparecieron imágenes: fuego, destrucción, ciudades arrasadas.

—Cuando llegue el momento en que no puedas más… cuando estés al borde de la muerte o la derrota…

Di mi nombre: “Fundador.”

—¿Y qué pasará si lo digo?

—Entonces yo tomaré el control de tu cuerpo.
Solo por un tiempo. Solo cuando tú lo permitas.
Pero en ese estado… ni dios ni kaiju te podrán detener.

Kaksuki tragó saliva.

—¿Y si pierdo el control?

—Confía en mí. No destruiré lo que me importa.
Y tú me importas.

De pronto, el abismo comenzó a desaparecer. La silueta del kaiju se desvanecía en la niebla.

—Una última cosa… —dijo el Fundador.

—¿Qué?

—Cuando veas que Aiko te vuelve a mirar así...
dile que aceptas ser su prometido.
Solo para ver cómo reacciona.

Kaksuki despertó entre risas ahogadas.

—Estás loco… viejo monstruo.

Pero en su pecho… el poder latía más fuerte que nunca.

Y ahora sabía algo que nadie más sabía:

No estaba solo.




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