Sangre de titanes

Besos, bestias y un rugido final

El sol apenas comenzaba a levantarse.
El escuadrón Alfa se preparaba para una nueva misión en la frontera sur.
Aiko estaba de espaldas, revisando su equipo. Kaksuki se le acercó, algo distraído… aún recordando la conversación nocturna con el Fundador.

—Oye, Kaksuki… —preguntó Aiko sin mirarlo—.
¿De verdad te cae bien ese kaiju que tienes dentro?

Kaksuki se rascó la cabeza.

—¿El Fundador?
Bueno… sí. Es algo bromista, pero… también me salvó. Y confía en mí.
Pero más que eso… aceptaría su poder si eso me permite cumplir algo importante.

—¿Qué cosa?

Él se giró hacia ella con una sonrisa nerviosa.

Aceptar ser tu prometido.

Aiko se congeló.

—¿Q-qué dijiste?

—Lo que escuchaste. Si lo dijo tu padre, por algo será, ¿no?

Aiko lo miró, roja como una fresa furiosa… y de pronto lo empujó al suelo.

—¡Entonces… bésame!

—¿Qué?

Pero no le dio tiempo a reaccionar.
Se inclinó sobre él y lo besó.
Sin timidez, sin dudas. Con pasión. Como si todo lo que había reprimido durante días por fin explotara en ese momento.

Kaksuki correspondió, sin entender del todo si estaba soñando… o si por fin estaba viviendo.

—¡Ajá! ¡Lo sabía! —gritó una voz fuerte.

Ambos se separaron bruscamente.
Era el General Shiranami, de pie, con los brazos cruzados y una expresión entre molesto y divertido.

—¡Yo sabía que se traían ganas desde que vi esa guadaña!
¡Dejen de besarse que se viene un kaiju de clase A directo a esta zona!

Ambos se pusieron de pie como si nada hubiera pasado… aunque sus rostros estaban rojos como lava.

—No es lo que parece —dijo Kaksuki, tratando de sonar serio.

—Claro, claro… después me invitan a la boda. ¡Ahora prepárense!

En el campo de batalla, el cielo se volvió gris.
El suelo temblaba.
Un kaiju colosal, con seis ojos y púas electrificadas en el lomo, emergió rugiendo con fuerza.

El escuadrón Alfa luchaba con todo, pero el enemigo era superior.

—¡Kaksuki! —gritó Aiko—. ¡Este es el momento!

Kaksuki apretó el puño. Su tatuaje brillaba como nunca antes.

—¡Fundador!

Una explosión de energía oscura lo rodeó. La guadaña apareció, pero no solo eso… el cuerpo de Kaksuki cambió. Sus ojos se volvieron completamente negros con iris brillantes, sus venas se marcaron como líneas de lava, y la cadena de su arma vibró como si cantara.

Una voz interna se escuchó:

¿Cuánto tiempo, portador?

—Tres minutos.

Entendido. Yo tomo el control.

Kaksuki cerró los ojos.

Y el Kaiju Fundador abrió los suyos dentro de su cuerpo.

—Comencemos… la carnicería.

En cuestión de segundos, la guadaña giró como un torbellino.
La cadena se extendió cientos de metros, cortando las patas del kaiju enemigo.
Luego envolvió su cuello y lo lanzó al suelo con una fuerza absurda.

Aiko y los soldados observaron desde lejos… sin poder creer lo que veían.

—Eso… ¿eso sigue siendo Kaksuki?

El general, de brazos cruzados, sonrió.

—Sí…
pero es el Kaksuki que este mundo necesita.




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