Sangre Infernal - El comienzo del mal

Capítulo 1: Sueños extraños.

—¡No por favor, no! ¡Suéltame! — Grité con todas mis fuerzas. Tan fuerte que logré interrumpir, no sólo mí sueño, sino también el de toda la casa. Mí madre vino corriendo a verme.

— Lizz, ¿Estás bien? ¿Otra vez el mismo sueño? — Dijo mí madre, intentando no sonar tan preocupada y harta a la vez. 

— Sí. Ya no sé qué hacer para poder dormir en paz. Creo que sí sueño una noche más con ese tipo, me volaré la cabeza. — Respondí sin ánimo de seguir conversando. Por lo que mí madre decidió irse sin más.

Era la tercera noche consecutiva que tenía el mismo sueño aterrador: un ser inhumano intentaba asesinarme, arrancándome el alma con una especie de conjuro que, hasta el día de hoy, era algo desconocido para mí. Cada vez que lo tenía parado frente a mí y comenzaba a hablarme, sentía como si mí cuerpo se incendiara completamente. Y justo allí, despertaba. Ya conocía de memoria sus facciones, sus gestos. Y recordaba a la perfección las palabras que emanaban de su deformada boca. 

— Sólo espero que sea una pesadilla sin sentido.— Murmuré justo antes de volver a cerrar mis ojos.

A la mañana siguiente, mí despertador sonó con fuerzas, reproduciendo la canción "Bohemian Rhapsody" de Queen. Con mucha pereza, abrí mis ojos y mire por la ventana. El sol apenas se asomaba detrás de las montañas y el frío del invierno ya se hacía sentir en Witchbrook, mí pequeña ciudad. 

—¡A desayunar niña! — Gritó mí madre desde el piso de abajo, mientras el olor a café comenzaba a hipnotizarme.

— Ya voy anciana — exclamé sonando un poco gruñona.

 

La relación con mí madre no era muy buena. Ella, una mujer de 50 años, que me había tenido a sus 32 y siendo madre soltera, no se esforzaba mucho para que tengamos un buen vínculo. Más bien, parecía que intentaba buscarme pelea cada vez que podía. Y sinceramente, eso ya había generado en mí un fuerte distanciamiento hacia ella.

Me levanté de la cama, y me vestí con mí jean ajustado, una remera negra y mí tan preciada campera de cuero. Mí cabello rojizo parecía más descontrolado de lo normal, por lo que me lo sujeté con una cola de caballo que llegaba casi a mí cintura. Luego, delinié mis ojos con color negro y pinté mis labios con un suave tono rosado, que combinaba con mis ojos verdosos.

 

— A comenzar la semana, pequeña Elizabeth Burns.-— Me dije a mí misma, mientras me miraba en el espejo de mí habitación.

Bajé las escaleras y mí madre ya no estaba. Como de costumbre, se había ido a trabajar a su centro holístico, donde atendía a más de cien personas por día.

— Café. El elixir de los dioses. — Dije mientras reconfortaba mis manos en mí taza.

 

Apenas terminé de desayunar, tomé mis libros y me encaminé hacia el colegio "West Brook", donde cursaba el último año de la preparatoria. Si bien no tenía muchos amigos, los que tenía eran todo para mí.

Luego de caminar unas diez cuadras con el tiempo justo para entrar a mí primer clase, llegué al lugar y me dirigí directo a mí salón. Allí, estaban sentados mis tres personas favoritas en el mundo: mí amigo Steve, un morocho sensible que se la pasaba escribiendo poemas y dibujando criaturas paranormales; mí dulce Grace, con su largo cabello castaño y sus grandes ojos azules, y por último pero no menos importante, el gran sostén de mí vida, Chris. Él y yo nos conocimos en primer año, y no recuerdo un sólo momento de la preparatoria, en el que no hubiéramos estado juntos. Nos hicimos inseparables, tanto que él venía todos los fines de semana a mí casa a ver películas de terror, y yo iba a la suya a jugar ajedrez con su dulce abuela materna. Así fuimos creciendo juntos, y el rubio alto y de unos hermosos ojos grises, se convirtió en la persona más importante de mí vida. Compartíamos todo lo que nos ocurría, y siempre nos apoyábamos.

 

—¡Oye tú! — gritó Grace, mientras agitaba enérgicamente su mano en el aire, a modo de saludo.

—¿Qué hay mis pequeños holgazanes?— Saludé dulcemente a cada uno con un beso.

 

— Estábamos esperándote. — Dijo Chris algo preocupado.  — Creíamos que ya no ibas a venir. ¿Dormiste bien? —

 

— Para el carajo. Otra vez ese maniático queriendo robarme el alma. No entiendo qué es lo que hace en mis sueños o de dónde salió. Pero si sé que me tiene harta. — Respondí con un tono desganado.

 

— Buenos dias alumnos. — Interrumpió el señor Smith, con su tono de voz tranquilo y apagado. —Acomódense en sus lugares para poder comenzar con la clase.—

Me senté en medio de Steve y Chris, y me dispuse a prestar atención a la clase de filosofía. Cuando de repente una fuerte puntada atravesó mí cabeza. El dolor fue tan fuerte que me obligó a soltar un quejido. 




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