El dolor de cabeza es insoportable, me es imposible abrir los ojos y siento que en cualquier momento dejaré de respirar; un olor desagradable me provoca náuseas y no puedo distinguir muy bien los sonidos que me rodean. No sé cuánto tiempo ha pasado desde que desperté pero para mí ha sido una eternidad, no recuerdo dónde estoy ni quién soy, lo único que quiero es volver a dormir. Intento moverme pero no puedo, quiero gritar, llorar, correr... pero me es imposible; estoy atrapada dentro de mi propio cuerpo. Poco a poco voy recobrando mis sentidos dejando la pesadez que sentía sobre mi, me encuentro en un estado de paz total del cual no quisiera salir nunca, recuerdos de mi infancia y adolescencia vuelan por mi cabeza, sin importar si son buenos o malos me hacen sentir bien, mejor con el paso de los segundos. Es como si estuviese alcanzando el nirvana; deseo permanecer aquí por la eternidad. Una voz irrumpe mis pensamientos trayéndome devuelta a la realidad.
― ¿Realmente vas a tratarla de tal manera? ― Aunque no puedo distinguir sus voces, entiendo perfectamente lo que están diciendo.
― ¿Debería tratarla de otra manera? No es más que una inútil humana. ―
― ¡Pero es tu sobrina!, ¿Ni eso te causa emoción alguna? ―
― ¡Esa chica no lleva mi sangre! ―
Finalmente vuelvo en mi. Me encuentro en el mismo lugar de antes, al parecer nada ha cambiado; todo sigue en su lugar. Sigo encadenada a la silla así que ni siquiera hago el intento de levantarme. Pese a que aún no puedo abrir los ojos del todo, frente a mi puedo distinguir cerca de la gran mesa del centro que se encuentran dos tipos discutiendo levemente; el albino que me secuestró y al lado de este, un pelinegro de piel casi tan blanca como la suya.
― No importa si no lleva tu sangre, eres prácticamente su tío. ―
― Ella y yo no compartimos ningún lazo. ―
Los miro expectante, esperando a que en algún momento se den cuenta de mi presencia consciente. Unos fuertes golpes me hacen dirigir la mirada a la puerta, sin embargo me es casi imposible ver gracias a un estante que interrumpe mi visión al exterior, observo al albino caminar hasta la puerta seguido del pelinegro.
― El líder está en camino. ― Informa la propietaria de una voz muy dulce.
― Hazle pasar cuando llegué. ― Contesta el albino. ― Ah, y dile a los demás que vengan de inmediato.
El pelinegro cierra la puerta y dirige su mirada hacia mí. ― Sigo insistiendo en que debes desencadenarla, se enojará mucho cuando sepa lo que hiciste. ― Dice con preocupación, agradezco mentalmente el hecho de que mi cuerpo siga adormecido. ― ¿Qué le diste para que quedara en tal estado? ― La preocupación en su tono de voz aumenta cada vez más.
― Lo mismo de siempre. ―
― ¡¿Lo mismo?! ― El albino asiente. ― ¡Eso es letal para los humanos! ―
― ¿Y eso a mi que me importa?, total, en unos días cuando ella despierte podremos saber si es de sangre mestiza. ― Responde restándole importancia. ― Si no lo hace es porque era humana y su cuerpo desechable no resistió. ―
― Sólo quiero que recuerdes que nosotros no somos como ellos. ― Habla afligido el pelinegro. ― Nosotros no matamos humanos.
Al parecer, esas palabras causaron algo en el albino. Se acerca a mi lentamente, me libera de las cadenas y dirige una de sus manos a mi rostro. Su presencia es cálida a pesar de todo, así permanece por unos segundos hasta que la puerta se abre con fuerza nuevamente.
― Quita tus manos de mi hija. ―
La voz de mamá.
Finalmente logro abrir los ojos, me levanto de la silla y corro a sus brazos, ella me abraza con fuerza como si en algún momento fuese a romperme. Luego de unos segundos me separo de ella. Una parte de mi me dice que me olvide todo, la otra parte dice que merezco muchas explicaciones.
― Christine... ―
― Tú lo sabías, ¿Acaso no fuiste capaz de decírmelo? ― Mamá se dirige en una mezcla de desprecio, enojo, pero sobre todo; tristeza al pelinegro, al cual ahora identifico como mi maestro de astronomía.
― Quise hacerlo, pero de ser así te hubieras negado a venir. ― Su tono de voz implica tristeza y arrepentimiento.
― Dejen su reencuentro amoroso para otro día. ― Interrumpe el albino. ― Christine... querida... tiempo sin verte amor mío. ― Se dirige a mi madre.
―¿Qué le hiciste a mi hija? ― Pregunta con odio.
― Tú sabes, lo típico. ― Habla restándole importancia.
― ¿¡Le hiciste beber eso?! ― Toma mi rostro entre sus manos y me inspecciona.
― Trate de detenerlo, pero cuando llegué ya era muy tarde. ― Se lamenta Acxel.
― Tu hija es muy peculiar Christine. Un humano promedio hubiese muerto minutos después de haber ingerido Yangul, mientras que un grigori promedio hubiese pasado más de setenta y dos horas con delirios y dolores mortales. ― Dirige su mirada a mí. ― Pero a ella le tomó menos de cinco horas superarlo. Aunque al parecer aun no despierta del todo, de igual manera no deja de ser interesante.
― Pagarás por esto Gadreel. ― Mamá habla con repugnancia. ― Pusiste la vida de mi hija en peligro solo por una estupidez tuya.
Editado: 23.11.2021