Sangre Mestiza I: el inicio de la travesía

2. Conociendo Betania y algo más

Despertó sobresaltada, sin saber en qué momento se quedó profundamente dormida. La ventana de su cuarto seguía abierta de par en par, con las cortinas cerradas tal y como las había dejado antes de bajar. La suave brisa las removía de un lado a otro, dejando entrar el frescor del exterior. Podía ver entre ellas el tono rosa del cielo, indicándole que estuvo desconectada de este mundo un par horas como mínimo. Se levantó con pesadez para acercarse y cerrarlas de una buena vez, pero algo en la tranquilidad que vio por fuera de ellas la sedujo.

Lentamente se sentó en el alfeizar decorado con algunos cojines, con la vista perdida en el horizonte y la mente navegando junto a las nubes que cambiaban de forma con el viento. Recordar a Ciro le traía demasiado dolor a su corazón, mucho más del que le causaba el haber perdido a quien había considerado su único y mejor amigo, Elías. A diferencia de este, su ausencia no era algo a lo quería acostumbrarse ni estaba planeado, pero que de igual forma simplemente sucedió. Ciro ya no estaba con ella.

—Naomi, linda —llamó Félix del otro lado de la puerta, dando pequeños golpes— ¿estás despierta?

—Sí, papá —contestó aún medio distraída— estoy despierta.

—Ven a cenar cariño, ya está lista la comida.

—Enseguida bajo.

Escuchó atentamente como los pesados y lentos pasos de su padre se alejaba de la puerta, señal que reconocía a la perfección indicándole que no quería irse y dejarla sola. Era algo que había aprendido con el tiempo, una costumbre que había tomado Félix cada vez que ella se sentía deprimida. Hubo un tiempo en qué sin poder resistirlo, regresaba y entraba a su habitación para abrazarla y consolarla hasta quedarse dormida en sus brazos. Pero los tiempos cambian, Naomi ya no era una niña y necesitaba enfrentar sus miedos y tristezas por sí misma.

La cena y el resto de la noche estuvieron relativamente normales, en completo silencio. Notó las miradas de soslayo que le dedicaban sus padres, pero optó por hacerse la ciega. No quería volver a tocar el tema, ni traer malos recuerdos a su mente. Decidió calmarse viendo sus películas favoritas, la comedia, acción y humor negro de muchas de ellas ayudaban a tranquilizar sus nervios. Se quedó profundamente dormida viendo como una horda de zombies perseguían a la protagonista, torpes pero rápidos y completamente decididos a no dejar escapar su cena.

Despertó echa un ovillo, enredada entre las sabanas y almohadas esparcidas por doquier. La Tv estaba apagada y desconectada, aunque no recordaba haberlo hecho antes de dormirse. Se levantó con una extraña sensación de energía recorrer su cuerpo, como una corriente eléctrica que navegaba a través de su torrente sanguíneo. Se ducho y bajo a desayunar tranquilamente, sentándose en el sofá de la sala viendo las caricaturas típicas de un fin de semana.

—Buenos días —saludó Nilsa sarcásticamente— ¿A la princesita se le antoja algo, unas galleticas o un cafecito?

—El café no estaría mal —respondió Naomi inocentemente, pero reteniendo una carcajada.

—Hazte la graciosa —riñó con rostro serio— ¿no piensas hacer nada o qué?

—Déjame desayunar con calma, mujer —replicó entre risas— termino aquí y voy a ordenar mi habitación. ¿Hay algo más que pueda hacer?

—Ordenar la cocina, lavar los trastes y sacar la basura.

—Madre, me veo en la penosa obligación de rechazar tu oferta —anunció Naomi— la tarde de hoy se tenía planeado, según mi apretada agenda, la inspección de los alrededores para conocer los lugares clave, como el centro comercial, por ejemplo, o la dulcería.

Nilsa miraba a su hija boquiabierta, perpleja por la diplomacia de sus palabras.

—¿No me digas? Si así hicieras tus ensayos para la escuela tendrías las mejores calificaciones —se quejó Nilsa.

—¿Pero tengo razón?

—Claro que no, harás lo que te dije y después veremos —se marchó dejando a Naomi quejarse hasta el cansancio.

Hizo lo que su madre le encargó, al terminar decidió ducharse y salir un rato en su bicicleta. Era su tercer día en aquella casa y no había colocado un pie fuera, no sabía dónde quedaba la tienda más cercana, si había algún centro comercial o una dulcería. «Necesito mi dosis diaria de azúcar, o moriré» pensó dramáticamente.

—¡Ya me voy! —anunció Naomi mientras se ajustaba una pequeña mochila que siempre cargaba, yendo directo a la puerta.

—Bueno, ¿y tú para dónde vas? —indagó Félix, cruzándose de brazos entre ella y la puerta.

—A inspeccionar la zona —contestó Nilsa, justo detrás de ella.

—¿Con permiso de quién? —Félix la miraba fijamente, arqueando una ceja.

—¿De mi mamá…? —dijo Naomi señalando a Nilsa.

—Yo no he autorizado nada —replicó esta.

—¿Mío? —Naomi se señaló a sí misma, dándole una dulce sonrisa a su padre, la cual siempre usaba para salirse con la suya.

—No te puedes dar permiso a ti misma —objetó Félix.

—¿Por qué no? —preguntó haciendo un puchero.

—Porque no —contestó Félix riendo por la expresión de su hija— ¿a dónde quieres ir?



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En el texto hay: monstruos, magia, sobrenatural

Editado: 01.09.2021

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