Sangre Mestiza I: el inicio de la travesía

5. El despertar del brillo azul

—Mami, anoche soñé con hadas de muchos colores —decía alegremente Naomi mientras daba pequeños saltos alrededor de su madre— cantaban y hacían bailes muy graciosos.
Nilsa levantó la mirada de su libro, atraída por las palabras de su pequeña hija.
—¿Solo fue un sueño? —indagó mirándola fijamente.
Naomi se detuvo, miraba confundida a su madre meditando aquella pregunta. La mayoría de las veces se preguntaba si de verdad todo lo que veía eran simples sueños, si aquellas criaturas nocturnas eran solo producto de su alocada imaginación, o de lo contrario, eran reales y de verdad la visitaban todas las noches. Su madre le repetía tantas veces que no existían, que hasta ella misma dudaba de lo que veía.
—Naomi, escúchame —continuó Nilsa— ya tienes 7 años, eres una niña grande que puede cuidarse sola ¿Verdad?
—Claro que sí —contestó alegremente.
—Entonces debes entender esto —explicó seriamente Nilsa— los demás niños creen que esas criaturas que ves en tus sueños y dibujas, solo son reales en los cuentos de hadas. Para ellos no existen, así que procura no mencionárselos, ¿Vale?
—Pero mami…
—Es por tu bien, nena —interrumpió Nilsa— si te oyen hablando de ese tipo de cosas, creerán que eres una niña diferente y no querrán hablarte o incluso te molestarán.
—¿Ser diferente es malo? —indagó Naomi con tristeza.
—Claro que no, mi amor —acarició dulcemente las mejillas sonrosadas de Naomi— ser diferente es muy bueno, pero los demás no lo ven de esa manera. Las personas normales les tienen miedo a lo que no encaja con ellos, porque se niegan a aceptar lo que va más allá de su entendimiento. Prométeme que no dirás nada de esto a nadie, ¿Sí?
—Está bien.
—¿Promesa de meñique? —exclamó Nilsa levantando el dedo pequeño de la mano derecha.
—Promesa de meñique —exclamó Naomi risueña.
Cruzaron sus meñiques mientras tocaban las yemas de los pulgares de la misma mano, como señal de una promesa inquebrantable. Desde ese día, Naomi no volvió a mencionar el tema con nadie más. Se guardaba para sí misma todos sus aventuras y fantasías, aquellas que tenía desde los 3 años donde las criaturas mágicas de su jardín le hablaban, la llamaban a media noche y jugaban con ella hasta la llagada del amanecer. Pero ella sabía muy en el fondo que no eran producto de su imaginación, todo era real.
Salió a jugar al jardín, la naturaleza siempre le llamó mucho la atención, los misterios que encerraban las profundidades de los bosques y mares la atraía. Como todos los días, los niños jugaban alegremente en grupos cerca de la acera, pero no se acercaba a ellos por miedo. Muchas veces era despreciada e insultada, en la escuela lo hacían muy a menudo y en casa evitaba dejarse ver, no quería que sus padres supieran esa parte de su vida.
—Ahí está la rarita —susurraban al verla.
—Mejor vámonos, no se nos vaya a pegar su enfermedad —comentaban otros mirándola con asco.
Jamás había mencionado nada sobre aquellas criaturas, por lo que su aislamiento no era por ese motivo. Múltiples veces se lo decían en su cara, mientras la empujaban y tiraban sus cosas al suelo. Pero decidió mejor ignorarlos y no pensar en ello, aún le dolía traer esos recuerdos a su mente. El resto del día se dispuso a leer uno de sus cuentos favoritos, la bella y la bestia.
Durante la noche y antes de acostarse a dormir, hizo un dibujo especial. Un recuerdo lejano llegó a su cabeza de repente, unas hermosas muchachas de rostros delicados y figuras esbeltas, pero con un particular resplandor plateado. Dibujó a una de ellas, la que más le llamó la atención. Una pelirroja de brillantes ojos dorados, su cabello ondeaba como si estuviese sumergida en el agua. Algo en ella le era familiar, tal vez el peculiar color de sus ojos, la forma en que se oscurecían al llegar a la pupila tornándose de un oscuro color rojo. Eran inquietantes, atemorizantes y tan familiares a la vez.
Se dejó llevar por el sueño, la pesadez de sus parpados y la ligereza de sus extremidades. Dormía profundamente, pero como se estaba haciendo normal para ella, un suave toqueteo en su ventana la despertó. Sabiendo de qué se trataba, se colocó su buzo, unos zapatos y silenciosamente salió al jardín. La luna estaba en su máximo esplendor, lo que le indicó que era media noche como mínimo. Vio a lo lejos, cerca de los arbustos que quedaban hasta el fondo de su patio trasero, varias dríadas floreadas danzando alegremente como siempre.
—Hola —saludó Naomi corriendo hacia ellas— Zoe, Nuzel, ya llegué.
Ambas cesaron sus divertidos juegos para correr al encuentro con Naomi, riendo y cantando alegremente. Zoe era una dríada con alas moradas brillantes, piel rosada, ojos azul celeste, nariz respingona y ropa hecha de margaritas. Nuzel por su parte, tenía la piel dorada, de grandes ojos verdes esmeralda y ropa hecha de hojas y enredaderas. Su cabello estaba adornado con pétalos y pequeñas raíces, formando una especie de corona multicolor. Tenían la misma estatura que Naomi aparentando ser solo unas niñas, pero en realidad tenían cientos de años de vida. Aun así, eran sus amigas, las únicas que tenía.
—¡Naomi! —exclamaron al unísono.
—¿A qué jugaremos hoy? —preguntó llena de curiosidad.
—Un juego muy especial… —dijo Nuzel.
—Pero antes, te tenemos una sorpresa… —continuó Zoe.
—¿En serio? —emocionada, daba saltitos alegres— ¿Qué es?
—Mira hacia allá —susurró Nuzel.
Señaló aquel gran árbol en el centro del patio trasero, un frondoso y joven almendro en el que suele escalar y leer por horas. Detrás de este y sin entender de donde salían, se asomaban varias siluetas desconocidas.
—¿Quiénes… son? —inquirió Naomi asustada.
—No temas pequeña niña —saludó uno de ellos.
Su voz sonaba suave y tranquila, como una canción de cuna que calmaba las pesadillas más tormentosas. Era una criatura extraña, jamás vista antes. Su cuerpo era de color blanco casi traslucido, vestía una especie de toga del mismo color e incluso parecía solo extensiones de su propia piel, llevaba el cabello largo y liso, color platino brillante ondeando como si estuviese en medio de suaves corrientes de aire. Toda ella parecía hecha de aire.
—Mi nombre es Silfi, soy una elemental de aire —continuó— no te haremos daño.
—Solo queremos ser tus amigos, mi querida niña —susurró otro de ellos acercándose más.
Este era alto e imponente, su esbelta figura refulgía de energía naranja y brillante, desprendía oleadas de calor de su cuerpo y sus ojos parecían dos esferas de fuego. Su gesto y presencia asustaron a Naomi, quien retrocedió dos pasos por instinto.
—Cuidado Lievens, la asustas —riñó una dulce joven a su lado de cabello castaño, piel color del chocolate con pequeñas motas de verde— tranquila Naomi, mi amigo no quería asustarte. Soy Terra, elemental de tierra, amante de la naturaleza, somos como tú.
—¿Cómo yo? —Naomi los miraba confundida, no entendía cómo podían ser como ella si se veían completamente diferentes.
El último de ellos era un chico alto, pero de apariencia tranquila, de piel azul cristalina que reflejaba en ella las estrellas del oscuro firmamento, sus ojos grises brillaban como piedras preciosas, su cabello negro ondeaba constantemente como si fuese agua líquida. Se acercó lentamente, agachándose para que su rostro quedara a la altura del de ella. Estaba asustada y nerviosa, pero su mirada le transmitía calma y serenidad. Suavemente, acarició sus mejillas. El tacto de su piel contra sus manos la sobresaltó, frío y húmedo.
—Eres a quien estábamos esperando —susurró dulcemente con una gran sonrisa— soy Niddeck, elemental de agua, fuente de poder y vitalidad. Quiero ser tu duce spiritu.
Hechizada por su mirada, Naomi solo pudo asentir como respuesta aún sin entender que quería decir. La tomó suavemente de las manos, colocando palma contra palma y empezó a recitar en el mismo idioma que escuchó en aquella ocasión, un suave cantico con una voz melodiosa y grave a la vez, tierna pero masculina. 
«Inocencia y pureza refleja tu alma, poder y valentía serán tus dones. Acepta en tu espíritu la guía de este ser, tu siervo incondicional. Cuidaré tu camino y sanaré tus heridas, energía tendrás y el azul será la señal»
A su alrededor, un haz de luz empezó a brillar con intensidad. Las corrientes de aire soplaban frenéticamente y su corazón latía a mil por hora. Sentía una energía recorrer su cuerpo, era una sensación conocida de hace pocos años. Recordó a aquella chica de cabellera dorada, su forma de cantar y lo que sucedió después de eso. Al ser tan pequeña, había creído que solo fue un sueño, pero después de esto sabía perfectamente que estaba equivocada.
Un brillo tenue sobre su cabeza la distrajo, era una suave luz azul. Al mirar sobre sus hombros se dio cuenta que era ella, su cabellera negra emitía aquel resplandor por segunda vez. Maravillada y temerosa al tiempo, se dejó llevar por todas esas sensaciones que nacían dentro de ella, internándose muy profundamente en su alma. Lentamente, separaron sus manos y de los dedos de Naomi surgieron leves chispas azules.
—Inténtalo linda, sé que puedes —susurró Niddeck.
De sus manos surgieron gotas de agua que poco a poco formaron un pequeño globo, y con cuidado lo colocó en manos de Naomi.
—¿Qué? —indagó sorprendida— ¿Qué hago con esto?
—Tú sabes que hacer.
—¿Cómo?
—Solo déjate llevar, Naomi —se alejó dándole su espacio.
No sabía qué hacer, no entendía a qué se refería con dejarse llevar, pero trató de hacer lo mejor que pudo. Respiró profundo tranquilizando su acelerado corazón, cerró los ojos concentrándose en las sensaciones que recorrían sus manos. Sintió la energía electrizante y visualizó en su mente el globo de agua como si fuese de gelatina, maleable y pegajosa, como una masa que podía mover a su gusto. Al abrir los ojos, sus manos se mecían de un lado a otro, y el globo había crecido considerablemente creando una espiral de agua cristalina.
Se sorprendió de lo que hacía, le gustó y pareció divertido el ver como se movía el agua a su alrededor creciendo a cada momento tomando lindas formas. Pensó en un perrito, y esta se fue moldeando hasta tener la silueta de un San Bernardo. Pero un sonido estruendoso proveniente de su casa la asustó, perdiendo toda concentración por lo que aquel saltarín perrito desapareció.
—Es hora de irnos, pero pronto volveremos —susurró Niddeck.
Volvió a acercarse a Naomi, le dio un suave beso en la frente y desapareció con un fresco rocío. Regresó corriendo a su casa, entrando silenciosamente para no encontrarse con sea lo que fuese que haya producido aquel estruendo. Completamente a salvo, llegó a su habitación y a oscuras quedó pensativa en su cama.
—¿Qué acabo de hacer? —susurró.
Abrió los ojos de forma repentina, las imágenes de aquel recuerdo aún estaban frescas en su mente desubicándola en tiempo y espacio. Miraba fijamente el techo, su respiración era acelerada y su pulso desenfrenado. Por un momento de confusión, le pareció distinguir aquellas pequeñas estrellas que su padre había dibujado en el cielo raso de esa habitación cuando aún era la niña que soñaba con viajar en el espacio. Pero no tardó mucho en enfocarse, ya no tenía 7 años, ahora tenía 16 y estaba más centrada en su situación.
Se levantó hasta sentarse en su cama, tenía un leve mareo y una sensación de agotamiento en todo su cuerpo. La luz del sol entraba a través de las cortinas, su reloj digital le indicó que eran las dos de la tarde. Múltiples interrogantes llenaron su cabeza, ¿Qué hace durmiendo a esa hora de la tarde? ¿Por qué su madre no la había despertado aún? ¿Qué pasó anoche?
Abruptamente, diversas imágenes iluminaron su fallida memoria. El bosque a la luz de la luna, el enorme roble y su hermosa casita recién construida, la presencia de aquellas criaturas siguiéndola, Jeimmy a punto de ser arrollado por ella. Lo último que recordó fue haberse quedado dormida en sus brazos, mientras la llevaba en su bicicleta directo a casa.
—¡Oh por Dios! —exclamó aterrorizada— estoy muerta.
Apresuradamente se duchó y preparó psicológicamente para el regaño, porque suponía que el que venía en camino sería descomunal. Bajo lentamente las escaleras directo a la sala, donde sus padres la esperaban sentados en el sofá con expresión sería y los brazos cruzados sobre el pecho. Sabían que estaba despierta y eso era una mala señal. «Ya valí» pensó.
—Naomi Nosborn —inició Félix— espero y aspiro a que tengas una muy buena explicación al por qué, por segunda vez, el vecino deba traerte cargada a casa.
—A las 5 de la mañana, completamente dormida y toda sudada —continuó Nilsa exaltada— ¿Dónde demonios estabas a esa hora y qué hacías?
—Te escuchamos.
—Bueno, antes de decir cualquier cosa —titubeó Naomi nerviosa— ¿Puedo saber que les dijo Jeimmy?
—¿Por qué importa si él dijo algo o no? —indagó Nilsa molesta— ¿Crees que vio algo que no debía?
—No, es…
—¿Qué hacías en la calle tan temprano? —interrumpió Félix.
—Soy… sonámbula —murmuró Naomi con la mirada gacha.
—¿Perdón? ¿Dijiste algo? —preguntó su madre sarcásticamente— ¿Tu escuchaste algo Félix? Porque yo no.
—En absoluto.
—Soy sonámbula, ¿sí? —profirió Naomi algo exaltada— suena extraño y poco probable, pero lo soy.
Ambos la miraban fijamente, sus expresiones reflejaban entre asombro e incredulidad. Naomi sabía que su versión de los acontecimientos era algo absurda, pero era lo único que podía decir por el simple hecho de no saber qué dijo Jeimmy al traerla.
—Se supone que debemos creer semejante historia, ¿No? —vociferó Nilsa.
—¿Desde cuando eres sonámbula? —indagó Félix pensativo.
—¿En serio lo estas considerando, Félix? —Nilsa lo observó extrañada más que molesta.
Este le dedicó una mirada de soslayo, callando sus réplicas de inmediato. Conocía perfectamente a su esposo como para entender ese tipo de mensajes, había algo detrás de todo eso.
—Yo… la primera vez que recuerdo fue… —Naomi tartamudeaba al hablar, sin poder mirar a los ojos a su padre, no le gustaba cuando lo hacía de esa manera— cuando tenía 9 años.
—¿Cómo pasó? —habló Félix con calma pasmosa.
—Me despertaba a mitad de la noche en diferentes partes de la casa —explicó Naomi— no le preste atención hasta que empecé a ir más lejos, como el patio o el jardín.
—¿Por qué lo dices hasta ahora? —vociferó esta vez realmente molesto— ¿Eres consciente de lo que pudo haberte pasado?
—Sí, pero…
—Pero ¿qué?
—Lo estaba controlando, hace dos años no pasaba, no sé qué sucedió esta vez —lloriqueaba Naomi— desperté y estaba fuera con la bicicleta y… —se quedó callada, solo encogiéndose de hombros.
—¿Pensabas ocultarlo para siempre? ¿Por lo menos entiendes la gravedad del asunto? —la frustración y el enojo era evidente en el tono de su voz, Félix raramente se alteraba por algo, pero el tema lo sacó de sus casillas inesperadamente.
—No creí que fuese tan… serio —susurró Naomi apenada.
—A tu cuarto —exigió Félix.
—Pero…
—Y castigada —interrumpió Nilsa— por tiempo indefinido.
Solo asintió resignada, regresando al encierro en su habitación donde por lo visto estará por un largo tiempo. Escuchó susurros agitados provenir de la sala, sabía que sus padres estarían discutiendo el tema por un buen tiempo. Se tumbó en su cama suspirando de angustia, las cosas no habían salido como esperaba. En realidad, salieron peor que si hubiese dicho la verdad. No entendía porque su padre se había alterado de esa manera, y le dolía que fuese por una mentira. O una dicha a medias.
A decir verdad, el sonambulismo era algo que si hacía parte de su vida. No mintió cuando dijo que le ocurría desde los 9 y mucho menos en la forma en que se daba. Muchas veces se despertaba por el frio y la incomodidad, para darse cuenta que no estaba en su cuarto. Extrañada, se preguntaba porque se movía de allí por las noches sin tener el control de lo que hacía. Progresivamente iba empeorando, pero se obligó a si misma a controlarlo tal y como hacía con sus visiones. Una parte de ella creía fervientemente que las dos cosas eran paralelas, en el sentido que estaba relacionas con aquel chico de ojos verde-azules sin saber cómo o el motivo de ellos.
Por un lado, entendía la preocupación de su padre. Su sonambulismo podría causar muchos problemas, el primero que se le ocurría era que se cruzara con «ellos» durante uno de esos episodios, sin poder defenderse debidamente y por ende salir gravemente herida e incluso no poder sobrevivir. Otro sería que, por accidente y llevada por el sueño que estuviese recreando en su cabeza, usara sus habilidades de forma inadecuada llegando a causar daños, o peor, dejarse ver por alguien.
—Eso no puede volver a pasar —susurró con voz quebrada— nunca debe suceder.
Con el corazón oprimido por la tristeza, recordó aquel día en que todo se salió de control, el inicio de su vida nómada como ella misma lo había llamado.



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En el texto hay: monstruos, magia, sobrenatural

Editado: 01.09.2021

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