Sangre Mestiza i: el inicio de la travesía || L1

1: HOGAR, DULCE DÉCIMO TERCER HOGAR

Eran más de las once de la noche del primer día del año cuando llegaron a su nuevo hogar, el camión de la mudanza había llegado mucho tiempo antes por lo que esperaba encontrar su cama armada, lista para tenderla y tirarse a dormir. Aún con aquella extraña sensación, se bajó sin ganas de aquel auto para detallar el lugar en que pasaría otro año de su vida como nómada, de ciudad en ciudad. Le gustaba viajar y conocer nuevos lugares, pero muchas veces deseaba poder instalarse en una casa por más tiempo que solo los doce meses que el trabajo de sus padres le permitía.

Se maravilló con la vista frontal de su nueva casa, no se quejaría, no está vez. La casa era hermosa, tal y como siempre la había deseado. A diferencia de la anterior, esta es de dos pisos con una amplia terraza y un hermoso patio donde podría relajarse a gusto. En el segundo piso había un ventanal enorme terminado en un alfeizar bajo, desde la cual podría observar la calle y sus alrededores. «Esa habitación será mía» pensó con deleite.

—Es hermosa ¿cierto? —comentó Félix lleno de orgullo.

—Vaya que lo es —exclamó Naomi encantada—, le agradeceré a mamá por la excelente elección.

—Yo escogí la casa —replicó Félix ofendido—, también puedo tener mis buenos gustos, ¿sabes?

—¿En serio, papá? —indagó burlona— ¿Te recuerdo la casa anterior?

—Se veía más bonita en la foto —se defendió.

—¡No me digas!

Ambos estallaron en risas ahogadas, era demasiado tarde como para hacerlo a todo pulmón porque podrían despertar a los vecinos y no querían dar esa primera mala impresión.

—Silencio los dos —amenazó Nilsa—, despertarán el vecindario completo.

—Sí señora —contestaron ambos al unísono.

Nilsa y Naomi entraron en silencio a la casa mientras Félix guardaba el coche en el garaje, encerrándose cada quien en sus respectivas habitaciones. Naomi, por su parte, agradeció mentalmente a sus padres por dejarle la habitación con la ventana hacia la calle. «Mañana se los haré saber» pensó sonriente. Esperó hasta que escuchó las quejas de su padre entrando, el chirriar de la puerta de su habitación al cerrarse y sus fuertes ronquidos a los diez minutos.

Tomó su mochila y un tarro de sal de la cocina, y con todo el sigilo posible salió caminando al resplandor nocturno observando con suma atención los alrededores. Era casi media noche por lo que asumía todos estarían durmiendo; sin embargo, no estaba de más asegurarse, lo que menos quería era un vecino chismoso en esos momentos. Rodeó toda el área de la casa con sal tal y como siempre lo hacía cada vez que se mudaban, se sentó con las piernas cruzadas frente al andén dentro del círculo.

Faltaban cinco minutos para las doce, abrió con delicadeza el libro sobre su regazo. Era bastante viejo por lo que siempre lo trataba con suavidad y lo guardaba donde nadie pudiese encontrarlo, más siendo de su padre quien aún lo creía perdido. Volvió a leer el conjuro de protección solo para verificar no haberlo olvidado, repitiendo una y otra vez aquel rito en su mente para no fallar al pronunciarlo, ya que el neerlandés no se le daba muy bien.

La alarma de su teléfono sonó, la hora había llegado. Respiró profundo, dibujó con tiza azul el símbolo descrito en el libro, una línea horizontal atravesada por tres líneas verticales siendo la del centro más larga que las otras dos. Unió sus manos formando un círculo tocando las yemas de sus dedos, y empezó a recitar a ojos cerrados.

«Heilige en eeuwige maan, jij bent de koningin van de nacht, bescherm ons tegen alle kwaad, zelfs als het licht weer schijnt. Haal alle wezens weg en bedek met jouw energie de magische uitstraling die van hieruit uitgaat, maak me onzichtbaar voor het kwaad dat op me wacht. Beschermend schild.» —recitó en neerlandés tres veces seguidas.

El viento sopló con mayor fuerza rodeando la casa por completo, un aro resplandeciente nació siguiendo la línea del círculo de sal. A medida que recitaba su cantico, una barrera brillante y plateada creció hasta formar un domo fuerte e impenetrable, protegiendo la casa y a todos los que en ella habitan. Y al terminar, aquel símbolo brilló con intensidad para luego desvanecerse en forma de escarcha azul.

Despacio, abrió los ojos sintiendo un leve mareo, vio encantada como caía el rocío de escarcha mientras aquel domo dejaba de brillar sin perder su efecto, solo se hacía invisible al ojo humano. Respiró con tranquilidad, levantándose del suelo para poder entrar y por fin descansar. Pero con tan solo dos pasos, perdió el equilibrio cayendo de rodillas en el césped, con la frente perlada en sudor frio y la respiración agitada. Se sentía débil, pero sabía a la perfección que, solo era por la energía liberada en el hechizo; sin embargo, agradeció al silencio no haberse desmayado como en otras ocasiones.

Un cosquilleo en su nuca la alertó, observó detallando cada cosa de los alrededores, pero no vio nada ni nadie. «Debe ser mi imaginación, estoy demasiado cansada» pensó aliviada. Respiró profundo tratando de calmarse y recobrando un poco de su energía, por lo menos lo suficiente para caminar y llegar hasta su preciada cama. Y con solo entrar su cabeza en contacto con la almohada, se desmayó a voluntad dejándose arrastrar por la fría sensación de la oscuridad nublando su mente.

El suave arrullo de la fría oscuridad, el silencio total y la ligereza de su cuerpo sobre el espacio vacío. Después de toda esa pesadilla de los últimos meses, la reciente mudanza, ¿cómo no sentirse bien ante con ese breve momento de paz?




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