Sangre Mestiza i: el inicio de la travesía || L1

2. AQUÍ VAMOS DE NUEVO

—Buenas tardes vecina, bienvenida a Betania —exclamó entusiasmada con una voz un tanto aguda y chillona—. Mucho gusto, mi nombre es Gemma y ella es mi hija.

—Es un placer conocerla, señora —la chica estrechó la mano de Nilsa con cortesía—, soy Mara.

Mara era una chica muy bella, de piel clara y un suave bronceado, alta y cuerpo esculpido, su cabello dorado brillaba como el mismo sol, sus ojos color caramelo y labios rosados hacían resaltar el suave rubor en sus mejillas y su carismática personalidad.

—Muchas gracias, soy Nilsa y ella es… —contestó con una gran sonrisa llamando con la mirada a su hija— Naomi, mi hija.

Con algo de timidez, Naomi se acercó posicionándose al lado de su madre. Estrechó la mano de sus nuevas vecinas. Eran muy suaves al tacto, lo cual concordaba con sus aspectos refinados y bien cuidados.

—¿Qué tal, linda? —saludó Gemma con una espléndida sonrisa de oreja a oreja— Les traje este regalito de bienvenida, espero lo disfruten.

Naomi recibió en sus manos una tarta de chocolate casera, adornada con fresas dibujando una flor en el centro del pastel.

—Muchas gracias, señora Gemma, llevaré esto a la cocina. Permiso.

Se alejó con pastel en mano rumbo a la cocina, no sin antes volver a echar un vistazo a sus nuevas vecinas. Naomi estaba confundida por lo que vio, no sabía si solo fue su imaginación o si en realidad sucedió. Miró a detalle por varios segundos a Mara, quien le devolvió la mirada con una expresión no tan dulce y risueña como hace un rato. Era más bien una mezcla de presunción y altivez, como esas chicas que, por ser atractivas, pretenden ser mejores que todos los demás.

Las demás visitas fueron más agradables que esta primera, todos con un pequeño regalo para la nueva familia en el vecindario. Desde ensaladas y postres, hasta algunos utensilios para decorar, como objetos magnéticos con formas de frutas y verduras para el refrigerador.

—Bueno —anunció Nilsa sonriente viendo todos los regalos—, creo que hoy no cocinaré.

—¿Comeremos ensalada y dulces? —indagó Félix entre risas— ¿Si sabes que un almuerzo balanceado lleva una proteína?

—Almuerzo balanceado —repitió Naomi en tono burlón.

—Sigue así y no tocarás la tarta de chocolate —amenazó Nilsa—, y tú, mi querido esposo, si quieres proteína tendrás que cocinar porque yo…

El sonar del timbre interrumpió el regaño de Nilsa, sobresaltándolos por un momento porque no esperaban más visitas.

—Voy yo —se ofreció Félix—, tal vez este regalo sea a base de proteína.

—Soñar no cuesta nada —murmuró Naomi para sí misma.

—Mira niña —comentó Nilsa en tono amenazante al perder de vista a su esposo—, esta vez tu padre no te va a alcahuetear, te vas a tragar la ensalada así me toque dártela yo misma.

—Aja —contestó Naomi como si nada mientras masticaba un trozo de tomate sacado de la misma—, la ensalada.

—¿Me estas prestando atención?

—Claro —aseguró, tomando otro bocado de la ensalada—. ¡Que rico está! ¿No quieres un poco?

—¿Por qué mi ensalada no te la comes así? —indagó Nilsa con un mescla de molestia, ofensa y diversión en su voz.

En respuesta, Naomi solo se encogió de hombros y siguió devorando vegetales con tranquilidad, como si su madre no la mirara con gesto asesino.

—Hija del demonio…

—¡Nilsa! —llamó Félix desde la entrada.

—De esta no te salvas —amenazó antes de dar media vuelta y dirigirse a la sala.

Al perder de vista a su madre, Naomi aprovechó para hacer todos los gestos de desagrado posible, dejando a un lado el gran tazón de ensalada para acercarse a la tarta de chocolate, su verdadero objetivo. «Lo que tengo que hacer por ti, pinche chocolate adictivo» pensó divertida. Tomó entre sus manos un pequeño cuchillo, para partir un enorme trozo del pastel y llevarlo a su habitación antes que regresaran sus padres, pero el llamado de su madre alteró sus planes. Fue hasta la entrada de la casa, esperando el buen motivo por el cual su intento de robo fue destrozado. Al llegar, sus padres estaban de espaldas a ella y de frente a quien sea que fuere la visita.

—¿Me llamaron?

—Naomi, te presento a la señora Nieves —su madre se hizo a un lado, permitiéndole ver a una señora de unos sesenta y cinco años—, vive justo en frente.

—Hola cariño, gusto en conocerte —con una sonrisa amplia y radiante, ofreció su mano como saludo.

Sin dudarlo, Naomi estrechó con cortesía respondiendo su saludo. Pero algo extraño sucedió. Al entrar su mano en contacto con aquella mujer, tuvo una especie de vistazo mental, como un deja vu. Una imagen fugaz se cruzó por su mente, acompañado de un cosquilleo en todo su cuerpo dejándola un poco mareada y confundida.

—Mu-mucho gusto, señora —titubeó nerviosa—, me llamo Naomi.

—Lindo nombre —sonrió con dulzura, con un brillo peculiar en sus ojos.

—Gracias —contestó aún perpleja—, la idea fue de mamá.

—Nena, lleva esto a la cocina —Nilsa le dio una bandeja de vidrio transparente con cubierta de aluminio, el cual desprendía un olor delicioso—, fue un regalo de la señora Nieves.




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