Despertó sobresaltada y confundida, sin saber en qué momento se quedó profundamente dormida. La ventana de su cuarto seguía abierta de par en par, con las cortinas cerradas tal y como las había dejado antes de bajar. La suave brisa las removía de un lado a otro, un suave vaivén que dejaba entrar el delicioso frescor del exterior. Podía ver entre ellas el delicado tono rosa del cielo, indicándole que estuvo desconectada de ese mundo un par horas como mínimo. Se levantó con pesadez para acercarse y cerrarlas de una buena vez, pero algo en la tranquilidad que vio por fuera de ellas la sedujo.
Paz y tranquilidad, eso era todo lo que deseaba.
Despacio, se sentó en el alfeizar decorado con algunos cojines, con la vista perdida en el horizonte y la mente navegando junto a las nubes que cambiaban de forma con el viento. Muchas veces, incluyendo ese preciso momento, trataba de mantener la mente em blanco y despejar sus emociones hasta calmarse. Pero esa vez no lo consiguió.
Recordar a Ciro le traía demasiado dolor a su corazón, mucho más del que le causaba el haber perdido a quien había considerado su único y mejor amigo, Elías. A diferencia de este, su ausencia no era algo a lo quería acostumbrarse ni estaba planeado, pero que de igual forma solo sucedió. Ciro ya no estaba con ella.
—Naomi, linda —llamó Félix del otro lado de la puerta, dando pequeños golpes—. ¿Estás despierta, nena?
—Sí, papá —contestó aún medio distraída—, estoy despierta.
—Ven a cenar, cariño, ya está lista la comida —hizo una pausa, inquieto—, tu mamá ya está sirviendo.
—Voy, enseguida bajo.
Escuchó con atención como los pesados y lentos pasos de su padre se alejaba de la puerta, se detenía y regresaba a su puesto tras esta, daba un par de indecisos pasos y volvía a alejarse. Todo ello era la señal que reconocía a la perfección, indicándole que no quería irse y dejarla sola. Era algo que había aprendido con el tiempo, una costumbre que había tomado Félix cada vez que ella se sentía deprimida. Hubo un tiempo en qué sin poder resistirlo, regresaba y entraba a su habitación para abrazarla y consolarla hasta quedarse dormida en sus brazos. Pero los tiempos cambian, Naomi ya no era una niña y necesitaba enfrentar sus miedos y tristezas por sí misma.
Debía aprender, era necesario.
La cena y el resto de la noche estuvieron relativamente normales, en completo y tranquilo silencio. Aun así, notó las miradas de soslayo que le dedicaban sus padres, pero optó por hacerse la ciega. No quería volver a tocar el tema ni traer malos recuerdos a su mente, solo quería paz, aunque sea solo un poco.
Decidió calmarse viendo sus películas favoritas, la comedia, acción y humor negro de muchas de ellas ayudaban a tranquilizar sus nervios. Se quedó dormida viendo como una horda de zombies perseguían a la protagonista, torpes pero rápidos y en especial, decididos a no dejar escapar su cena.
Despertó echa un ovillo, enredada entre las sábanas y almohadas esparcidas por doquier. La Tv estaba apagada y desconectada, aunque no recordaba haberlo hecho antes de dormirse. Se levantó con una extraña sensación de energía recorrer su cuerpo, como una corriente eléctrica que navegaba a través de su torrente sanguíneo. Se duchó y bajó a desayunar con calma, sentándose en el sofá de la sala viendo las caricaturas típicas de un fin de semana.
—Buenos días —saludó Nilsa con sarcasmo—. ¿A la princesita se le antoja algo, unas galleticas o un cafecito?
—El café no estaría mal —respondió Naomi llena de inocencia, pero reteniendo una carcajada.
—Hazte la graciosa —riñó con rostro serio— ¿No piensas hacer nada o qué?
—Déjame desayunar con calma, mujer —replicó entre risas—. Termino aquí y voy a ordenar mi habitación. ¿Hay algo más que pueda hacer?
—Ordenar la cocina, lavar los trastes y sacar la basura.
—Madre, me veo en la penosa obligación de rechazar tu oferta —anunció Naomi—. Para la tarde de hoy se tenía planeado, según mi apretada agenda, la inspección de los alrededores para conocer los lugares clave, como el centro comercial, por ejemplo, o la dulcería.
Nilsa miraba a su hija boquiabierta, perpleja por la diplomacia de sus palabras.
—¿No me digas? Si así hicieras tus ensayos para la escuela tendrías las mejores calificaciones —se quejó Nilsa.
—¿Pero tengo razón?
—Claro que no, harás lo que te dije y después veremos —se marchó dejando a Naomi quejarse hasta el cansancio.
Hizo lo que su madre le encargó, al terminar decidió ducharse y salir un rato en su bicicleta. Era su tercer día en aquella casa y no había colocado un pie fuera, no sabía dónde quedaba la tienda más cercana, si había algún centro comercial o una dulcería. «Necesito mi dosis diaria de azúcar, o moriré» pensó con dramatismo.
—¡Ya me voy! —anunció Naomi mientras se ajustaba una pequeña mochila que siempre cargaba, yendo directo a la puerta.
—Bueno, ¿y tú para dónde vas? —indagó Félix, cruzándose de brazos entre ella y la puerta.
—A inspeccionar la zona —contestó Nilsa, justo detrás de ella.
—¿Con permiso de quién? —Félix la miraba con intensidad, arqueando una ceja.
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Editado: 29.10.2024