Sangre Mestiza i: el inicio de la travesía || L1

4. BUSCANDO REFUGIO

—¡Oh por Dios! —susurró atónita.

Apoyado de costado en el alfeizar de su ventana y con los brazos cruzados sobre el pecho, estaba aquel chico con la mirada fija en ella. Sus ojos la analizaban de pies a cabeza, para luego darle una sonrisa ladeada y coqueta. Muy nerviosa y ruborizada por lo extraño de la situación, fue caminando paso a paso de espaldas hacia su puerta hasta tocar la manivela. La giró como pudo sin poder apartar sus ojos de aquel muchacho y con fingido gesto casual, como quien no está pasando la mayor vergüenza de su vida, salió por fin de su habitación.

Al estar fuera de su mirada escrutadora, dejó escapar el aire contenido de sus pulmones, el rubor se atenuó un poco pero su corazón no dejaba de latir con rapidez.

—Trágame tierra y escúpeme en Hawái —susurró.

Respiró profundo y bajó estando más calmada. No quería que sus padres notaran nada raro en ella, dar explicaciones sobre su breve periodo de acoso es lo que menos quería en ese momento. Cenaron tranquilos, conversando de temas triviales como siempre.

—He hablado varias veces con la señora Nieves —comentó Nilsa—, es muy agradable.

—¿Qué tanto has hablado con ella? —indagó Félix.

—Solo en dos ocasiones, me la he cruzado en la tienda de la esquina —desvió la mirada a Naomi sonriente— ¿Has visto a sus nietos? Están viviendo con ella.

—Creo que sí —contestó con cierta indiferencia—, son tres ¿No?

—Sí, son tres chicos y están muy simpáticos —dijo Nilsa con una sonrisa pícara en su rostro—. Deberías hablarles, se ve que son buenos niños.

Perpleja por las palabras de su madre, la miraba con atención tratando de identificar el verdadero significado de ello. Desvió la mirada a su padre, buscando en él algo de apoyo.

—Pa, estás viendo sus oscuras intenciones, ¿verdad? —dijo Naomi con toda la seriedad del mundo— ¿Vas a dejar que me venda a los vecinos?

—No te estoy vendiendo —replicó su madre carcajeándose—, solo es una sugerencia.

—Papá, ¿podrías decirle algo? —insistió Naomi.

—Nilsa —suspiró Félix—, ¿podrías por favor no hacer ese tipo de sugerencias? La niña no tendrá novio hasta los treinta años.

—Waw ¡Vamo a calmarno! —Exclamó— ¿Cómo que treinta?

—Tú te lo buscas —Nilsa reía sin parar al ver la expresión de su hija.

—¿Treinta y cinco está mejor? —indagó Félix con aire pensativo.

—Ninguna de las dos —replicó haciendo un puchero de molestia—, no me ayudes tanto, gracias.

A pesar de las «sugerencias» e insinuaciones de su madre, Naomi se limitaba a realizar las tareas que le encomendaban, escuchar música, bailar como loca en su habitación y salir a explorar el lugar. Conocer y hacer su propio mapa mental de Betania era muy importante, no se sabía a ciencia cierta si en algún momento dado tendría que desviar «visitantes inesperados» a zonas más despejadas lejos de cualquiera que pueda resultar herido.

Tan solo ocho días habían pasado desde la mudanza, seguía observando desde lejos a sus atractivos vecinos sin la menor intención de algo más. Y no solo a ellos, su querida vecina Mara rondaba su calle muy a menudo. Demasiado, a decir verdad. Vivía a tres cuadras de su casa, un poco alejada para estar «casualmente» caminando mientras les lanzaba miradas sugerentes y provocativas a los chicos de enfrente. Después de dos días de observaciones accidentales, se aventuró a ir más lejos. Se acercaba cada vez más, en especial al mayor de ellos. Pero tal y como lo pensó Naomi, solo la apartaba con su típico gesto amargado e indiferente. Pero de nada servía, casi todos los días estaba allí detrás de los tres.

—Ha de estar bien desesperada la pobre —comentó Naomi para sí misma.

—Sí que es lanzada la niña, ¿no crees? —dijo Nilsa sorprendiendo a su hija.

Estaba sentada en la banca situada en la terraza de su casa, donde el fresco de la tarde y la tranquilidad del ambiente, hacían de aquel lugar el ideal para leer.

—¡Mamá! —exclamó Naomi con dramatismo— ¿Podrías no volver hacer eso?

—¿Qué cosa? —preguntó con inocencia.

—Aparecerte de la nada o me matarás de un infarto —explicó con seriedad—, no quieres quedarte sin tu dulce y única hija, ¿cierto, mami?

—Lo siento, cariño —dijo entre risas— ¿Saldrás hoy?

—Sí, la tranquilidad de este lugar está siendo aniquilada por una rubia desesperada.

Guardó su libro y se dispuso a manejar su bicicleta, no sin antes cruzar su mirada con la de aquella chica, tan presumida y creída como siempre.

—No he empezado la escuela y ya me cae mal una persona —murmuró con fastidio—, que buen inicio de año.

Había recorrido varias calles, ya se le hacía más fácil encontrar ciertos lugares, poco a poco estaba empezando a ubicarse con mayor precisión. Estaba por calles nuevas un poco alejadas de su casa, observando y deleitándose con el aspecto pintoresco de las viviendas. Algunas sencillas, pero muy bonitas y otras mucho más pomposas, pero con mucho estilo y buen gusto. Un cosquilleo en su nuca la sacó de su distracción, deteniéndose para observar con cautela todo a su alrededor. Presentía que la seguían, pero por segunda vez no sintió aquellas presencias que tanto temía.




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