Con cautela llegaron a su destino, la casa de la señora Nieves. Peter abrió el garaje donde tenía guardadas todas sus herramientas de trabajo, entrando sin ser vistos por nadie en particular. Había una motocicleta a medio construir, con algunas de sus partes esparcidas por el suelo a su alrededor. Un par de bicicletas negras estaban acomodadas en un rincón, acompañadas de su equipo de seguridad. Del resto, el lugar estaba limpio y ordenado.
—¿Hay alguien más aquí? —preguntó Naomi.
—Creo que en el momento no, ¿por qué?
—Nadie puede saber que estuve aquí, ni siquiera tus hermanos… sobre todo Jeimmy —especificó.
—¿Por qué específicamente él? —interrogó ubicando la bicicleta en su espacio de trabajo.
—Por soplón —respondió Naomi con diplomacia—, no es nada personal, me entiendes, ¿verdad?
—Claro —dijo entre risas sarcásticas— a la perfección.
Peter se puso manos a la obra, mientras explicaba algunos tips a Naomi, quien escuchaba con atención y ayudaba con una qué otra cosa. Acomodó el manubrio, limpió toda la bicicleta, ajustó los cambios, colocó una nueva cadena y cubrió las raspaduras con pintura. En apariencia estaba como antes de aquel percance e incluso mejor.
—¡Genial! —Exclamó Naomi maravillada— Casi ni se nota que por poco me mato en ella.
—De nada.
De la misma forma que entraron, Naomi salió con cautela esperando que nadie notara los pequeños detalles que cambiaron en su bicicleta.
—¿Qué piensas hacer ahora?
—Daré un par de vueltas por ahí antes de volver a casa —desvió la vista al horizonte fijándose en la evidente puesta de sol—, ya no me da tiempo de hacer lo que iba a hacer.
—¿Quieres que te acompañe? —indagó Peter, atrayendo la atención de Naomi— ¿Si podrás andar por ahí sin riesgo a matarte?
—¿Disculpa? —exclamó atónita por su desfachatez— No soy propensa a los accidentes.
—Caíste de una considerable altura antes de ayer y hoy casi te estrellas contra un árbol —le recordó.
—No puedes culparme por lo de hoy, la cadena se reventó sola, yo no le dije que lo hiciera —replicó un poco molesta.
—Procura tener cuidado —reafirmó Peter.
—Gracias, lo tendré en cuenta —contestó con sarcasmo.
Sin despedirse, se marchó pedaleando sin mirar atrás. Inició con lentitud, atenta a cualquier ruido o cambio que tuviese su bicicleta. Avanzadas un par de calles, se atrevió a acelerar un poco. Siguió manejando hasta ver oscurecer el cielo por completo, para luego dirigirse a su casa. No quería tener un nuevo regaño ni mucho menos que la castigaran, necesitaba volver a salir para terminar su trabajo.
Entró a la casa, no sin antes guardar su bicicleta en el garaje y lanzar una pequeña ojeada a la casa de sus vecinos. Las luces estaban encendidas, pero no divisó a nadie en particular. Sus padres la esperaban para cenar, por lo que tuvo que apresurarse al cambiarse y bajar. La plática entre los tres fluía como siempre, pero la mente de Naomi estaba en otra parte. En su interior estaba maquinando la forma de salir durante la noche, ir al bosque y terminar su trabajo sin que ocurra nada extraordinario.
«La tercera es la vencida» pensó llena de confianza, «o puedo morir en el intento».
Eran apenas las ocho de la noche y sus padres la mandaron a dormir temprano, debido a que ellos madrugarían al día siguiente para iniciar su horario laboral. Estaban a 19 de enero, más de dos semanas de haber llegado a Betania y ya había roto su récord, el menor tiempo en estar a punto de morir. A diferencia de otras ocasiones esta fue por un accidente, pero tuvo casi el mismo resultado.
Para distraerse y no sentir el tiempo correr a la velocidad de una tortuga cuadripléjica, encendió su portátil y se conectó a su plataforma de cine en casa favorita, sacó sus pasabocas comprados en su primera excursión por el pueblo, y se dispuso a ver una nueva película. El terror era su favorito a esas horas de la noche, después compensaba con una película de Disney o una de comedia. Por fin, la hora llegó.
Siendo medianoche y escuchando con atención cualquier ruido en su casa, salió de su habitación caminando con sigilo llevando su mochila al hombro y más dulces, esta vez chocolate y una bebida energizante para mantenerse despierta. Los ronquidos de su padre era lo único que se escuchaba, el crujir de la puerta al abrir y cerrar le hicieron saltar el corazón. Muy despacio, abrió el garaje y sacó su bicicleta cerrándola con el doble de precaución. Estática y en alerta máxima, prestó suma atención a cada mínimo sonido. Pero todo seguía en completo silencio.
«Y se marchó, y a su barco le llamó libertad…» pensó divertida.
Naomi se sentía de buen humor, no era la primera ni sería la última vez que escapaba de casa a media noche, y hasta el momento podría presumir no haber tenido ningún tipo de percances durante sus aventuras nocturnas. Eran los momentos ideales, podía dejarse llevar por sus emociones sin temor, sin los nervios o la posibilidad que alguien pudiera verla. Hacía brillar toda esa energía que recorría su cuerpo, entrenándose a sí misma en el control de ellas y su fuerza. Poco a poco fue aprendiendo a manejarlas, aprendió por cuenta propia los hechizos del libro de su padre, memorizaba cada posición de manos, todas las runas, cada palabra e incluso se atrevió a no usar estas últimas debido a que el idioma principal de aquellas páginas se le hacía complicado, el neerlandés.
#548 en Fantasía
#367 en Personajes sobrenaturales
#2720 en Novela romántica
#902 en Chick lit
drama suspenso dolor y lagrimas, fantasia urbana suspenso romance
Editado: 29.10.2024