Sangre Mestiza i: el inicio de la travesía || L1

11. TERCERO Y ÚLTIMO, O ESO PARECE

Al estar castigada, confinada en el perpetuo encierro de su habitación, las horas pasaban lentas, sintiendo que un día como si fuese un año entero. Solo salía de allí para comer y hacer el aseo correspondiente, el cual había aumentado como parte de la reprimenda. Tres días habían pasado desde ese suceso, pero sus padres seguían en extremo preocupados, en especial su padre por lo que en su interior lamentó el haber revelado esa información. No querían decirle sus verdaderas preocupaciones con respecto al tema, y ella presentía que era algo mucho más allá de lo que se imaginaba. No quería pensar siquiera en cómo reaccionarían al enterarse de sus visiones, las cuales consideraba mucho más peligrosas que solo caminar dormida, sobre todo por aquel chico y lo vívidas que son.

Era un jueves esplendido, el sol brillaba y la brisa mitigaba sus oleadas de calor. Veía a través de la ventana, sentada cómodamente en el alfeizar con un libro en sus manos, cómo los niños correteaban persiguiéndose unos a otros. El paisaje era muy agradable, provocándola punzadas de nostalgia al no saber cuándo podría salir de nuevo, o si sucedería antes de entrar a clases. Tenía muchas cosas que hacer y esperaba poder terminarlas antes que eso sucediera, pero estando castigada no podía seguir con los arreglos de su casita de refugio en el bosque.

Vio con desagrado a Mara acercándose a sus vecinos, quienes iban saliendo en ese momento de su casa. Vestía como era costumbre, minifaldas y blusas escotadas, mostrando sus torneadas piernas y su plano abdomen adornado con un piercing.

—Creo que se dañó el día —susurró con desagrado levantándose para cerrar las cortinas.

Antes de cerrarlas por completo, miró por última vez hacia fuera. Jeimmy ignoraba las palabras e intentos de Mara por llamar su atención, en su lugar la contemplaba con una mirada indescifrable. Por lo general podía identificar emociones a través de los ojos y la forma de mirar de los demás, pero con él se le hacía difícil, casi imposible.

—¡Naomi! —llamó su madre sobresaltándola.

—¡Voy! —respondió de vuelta.

Cerró las cortinas ignorando por completo a su vecino, bajando apurada y atendiendo el llamado de su madre.

—¿Señora? —exclamó entrando a la cocina donde se encontraba su madre.

—Toma esto —le dio un vaso lleno de un líquido de color verde—, y quiero ver que te lo tragues todo.

—¡Iuuu! ¿Qué es esto? —indagó alejando aquel horroroso menjurje de su rostro.

—Es… un remedio —contestó su madre sonriente—, receta de tu padre, y como él no está aquí para alcahuetearte te toca hacerme caso. Ahora calla y trágalo.

—¿Puedo hacer mi testamento antes? —interrogó con seriedad.

—Deja el drama y bébelo o te obligo —amenazó Nilsa—, tú decides.

Tapándose la nariz, tomó aquel brebaje en tres grandes tragos. Dejó a un lado el vaso vacío y con cara de asco, dijo:

—Ya… ¿contenta?

—Digamos que sí —dijo Nilsa entre risas.

—¿Ya puedo vomitar? Esto es asqueroso —retuvo la primera arcada.

—Ni se te ocurra, a menos que quieras que te prepare otro —Nilsa reía con malicia observando como su hija hacía muecas de asco.

—¿Esto es parte del castigo verdad? —se quejó Naomi tomando un vaso de agua para pasar el mal sabor— ¿Quieren asesinarme y cobrar el seguro de vida?

—¿Tienes seguro de vida? —indagó de forma pensativa— ¿Cuánto nos darán?

—¡Mamá! —replicó Naomi— Quiéreme un poquito, soy tu hija.

—Entonces deja el drama.

—No hago drama —se quejó con un puchero.

—Si no hicieras dramas no estaría aquí cuidándote como si fueses una bebé de tres años —rebatió Nilsa—, estaría trabajando con tu padre.

—Yo no te dije que me cuidaras —contradijo con su típico gesto diplomático.

Nilsa la miraba con los ojos entornados y expresión seria. A veces se le olvidaba ese extraño don de la palabra que tenía su hija, y que usaba solo para su beneficio.

—Condenada hija de tu padre —contestó Nilsa—, ayúdame a cocinar el almuerzo y deja de chacharear.

Rompiendo en risas, Naomi se puso manos a la obra. Le encantaba cocinar junto a su madre, simulando muchas veces que estaba en un programa de televisión. Reían a carcajadas mientras sofreían verduras y guisaban pollo, esos siempre eran los mejores momentos. Terminando de cocinar, se sentaron tranquilos a almorzar y seguir la charla.

—Cuando termines, limpia la cocina y termina el aseo —demandó Nilsa—, saldré a llevarle el almuerzo a tu papá.

—Claro mami, como tú digas —dijo Naomi sonriente.

—Mira niña, recuerda que estas castigada por tiempo indefinido —aclaró con gesto amenazante—, no hagas que se convierta en permanente.

—Nadie quiere eso —contestó retomando la seriedad.

Nilsa suspiró y puso los ojos en blanco ante la expresión de su hija, sabiendo que no había nada más que hacer que confiar. Salió apresurada para llevarle a su esposo el almuerzo, no sin antes volver a darle indicaciones y un par de advertencias.

—Si sales me voy a enterar y no te gustará el regaño, así que ojo con lo que haces, Naomi Patricia —advirtió por última vez.




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