Sangre Mestiza i: el inicio de la travesía || L1

27. DEMASIADO CONVENIENTE, ¿NO?

Aquella valla metálica que la separaba de los enormes y frondosos árboles le impedía ver con claridad, pero no le era difícil sentir que más allá de la rejilla había no una, sino varias presencias mágicas no malignas.

Eran pequeñas auras familiares, llenas de colores vivos pero suaves. Esas auras que tanto conocía y que le transmitían algo de calma, en las que podía confiar ciegamente. Sentía que se acercaban poco a poco, atraídas por su misma presencia y energía. Miró con atención a su alrededor, no había nadie cerca, ya todos debían estar en sus salones de clases. Pero aun así debía darse prisa, no sabía en qué momento puede haber entrenamiento o clase de deporte. Estaban cada vez más cerca e incluso podría decir que escuchaba susurros, suaves arrullos que cantaban melodiosas canciones en un idioma que reconocía a la perfección.

Pero se detienen.

Sin saber porque, se detuvieron de un momento a otro. Por largos segundos permanecieron en el mismo punto sin moverse, sin pronunciar nada, todo era silencio. El suave canto que antes había escuchado cesó, no alcanzó a entender las palabras que en ellas recitaban. Y sin saber por qué, retrocedieron con rapidez desapareciendo de su radar.

—¿Qué miras? —indagó Jeimmy con un susurro a su oído, asustándola a propósito.

—¡Jeimmy! —se quejó con un grito ahogado— ¿Quieres dejar de aparecer así de la nada? Un día de estos voy a darte un buen golpe por pendejo, no más te advierto.

—Cuanta agresividad —dijo entre risas.

—Eso es lo que provocas —se quejó molesta.

—¿Solo eso? —preguntó con expresión inocente.

Visiblemente sonrojada por su clara y muy evidente indirecta, Naomi desvió su mirada al bosque sin poder evitar las risas de Jeimmy ante su reacción.

—Lo siento, solo estoy molestando —comentó con voz suave—, me gusta hacerlo.

—Que agradable sujeto —murmuro con sarcasmo.

—Pero en serio, ¿por qué miras tanto para allá? —indagó con seriedad.

—Nada, mera curiosidad no más —mintió.

—¿Segura?

—¿Debería haber algo más? —inquirió con expresión seria.

—Tal vez —contestó encogiéndose de hombros—, casi todos tus accidentes suicidas han sido en un bosque, ¿Por qué tanto interés?

—Que no soy suicida —vociferó exasperada—, los accidentes pasan, es solo mala suerte. ¿Entendido?

—Pues esto no demuestra mucho tu punto —la tomó de las manos para subir la manga de su buzo.

Sus heridas ya estaban secas, sin señal de infección y sanando poco a poco. De su bolsillo, Jeimmy sacó un tubo de crema desconocida para Naomi. Se la aplicó en cada una de ellas, suave y delicadamente con pequeños roces para no lastimarla.

—No creo que eso sea necesario —titubeó nerviosa—, ya estaban sanando.

—Sí es necesario —refutó decidido—, tu papá no es el único que tiene una crema milagrosa para las cicatrices.

Su comentario le hizo recordar esa pequeña conversación antes de aquel partido de béisbol, sus suaves manos en su frente y su rostro muy cerca del suyo. Una pequeña y tímida risa se escapó de su boca, siendo correspondida de la misma manera. Aplicó la crema de igual forma en sus piernas, se sentía como una niña pequeña a quien le tiene que cuidar y sanar después de caer mientras jugaba.

Los tres, sus vecinos y nuevos amigos, se comportaban más como hermanos mayores sobreprotectores con ella, en especial Jeimmy, aunque no podía negar que había momentos en que tanto él como Luke se comportaban de una forma diferente. No quería imaginarse cosas raras, pero tampoco podía hacerse la ciega ante la situación. Solo sabía que era necesario no seguirles el juego, debía impedir que naciera algo más que simple afecto o cariño de amigos con alguno de ellos, mucho menos con dos.

—Listo, creo que con eso basta —dijo con una dulce sonrisa—, por ahora.

—Gracias doctor, me alivian sus palabras —expresó entre risas.

—Todo por mi linda paciente —susurró acercándose peligrosamente a ella—, ahora ve a clases, creo que se te está haciendo tarde.

—Ahmm… Sí —titubeó—, para allá iba.

Un suave beso en la mejilla la dejó en las nubes, el aroma de su piel la tenía embriagada cada vez que lo tenía así de cerca. El cosquilleo en su estómago volvió mucho más fuerte e intenso, dejándola con el deseo de más. Más de algo que sabía no podía pedir ni tener en ese momento de su vida, o en ninguno muy probablemente. No si las cosas seguían como estaban, huyendo de algo que no lograba entender.

—Por la sombrita —susurró divertido.

—Sí claro —contestó aún embelesada—, muy gracioso.

Se marchó con una sonrisa bobalicona en su rostro y las mejillas sonrojadas, aquella sensación de cosquilleo no se iba por más que tratara de no pensar en él. Tal vez en el fondo sabía que no quería dejar de hacerlo, pero tampoco pretendía repetir el mismo dolor que sufrió el año anterior.

—Ya cálmate —se riñó en voz baja—, o estarás chillando a final de año como una buena pendeja.

Llegó al salón de clases, todos estaban en sus asientos esperando que el profesor llegara. Luke estaba en su puesto habitual con teléfono en mano, mirando la pantalla con expresión preocupada y frunciendo el ceño. Levantó el rostro notando la llegada de su compañera, dibujándose en sus ojos un evidente alivio.




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