Naomi había pensado que sería fácil pasar desapercibida, que ser invisible volvería a ser su principal logro en este año. Pero se equivocó rotundamente, en tan solo un mes y algo más, tres simples chicos se encargaron de cambiar eso. En especial uno, Luke. Se había prometido no volver a caer ante la insistencia de nadie, pero aquellas palabras de su madre le abrieron los ojos. Jamás pensó que algo así pasaría, que descargaría toda esa presión de dolor que llevaba en el pecho desde su despedida con Elías, menos en tan poco tiempo.
Después de ese llanto incontrolable, apoyada en el pecho de Luke siendo su pañuelo de lágrimas y el causante de ello también, se sintió mucho más ligera y tranquila. Era como dejar una gran carga atrás y seguir caminando con lo que tenía en el momento, esperando lo que le depararía el futuro. Aún no se sentía preparada para abrirse a ellos, y no creía que eso sucedería. Sí, accedió a relacionarse tanto con ellos como con Grace y Bruno, pero eso no significaba que debía intensificar esos lazos.
La mudanza a final de año seguía siendo una posibilidad que, de ser cumplida, jamás los volvería a ver; y, aunque sabía que le dolería, esta vez podría prepararse para el golpe, solo se encargaría que no fuese tan fuerte. Sin embargo, había quienes se lo hacían complicado. Luke era un chico que la hacía sentir bien cuando estaban juntos, es divertido y muy cariñoso con ella, demasiado en algunas ocasiones llenándola de confusión. Podría decir que es su mejor amigo, con quien pasa la mayor parte de su tiempo y tiene una mejor conexión.
Pero también estaba Jeimmy, quien la cuidaba como si su propia vida se le fuese en ello. Con él la historia era diferente, sus acercamientos y forma de tratarla cuando estaban solos no dejaban nada a la imaginación; pero a diferencia de Luke, este sí tenía graves efectos en ella. Ese cosquilleo en el estómago lo sintió una vez cuando creyó que sería un año diferente, cuando deseó por primera vez con toda su alma un cambio en su vida. Pero nada ni nadie había escuchado sus suplicas, obligada a irse antes de tiempo le tocó dejar atrás a quien fue su primer amor, Elías.
Esperaba equivocarse con Luke, no quería herirlo ni mucho menos dañar esa amistada que estaba naciendo entre ellos. Pero se le hacía difícil controlarse cuando de Jeimmy se trataba, era tan tierno y cariñoso con ella que su voluntad se hacía añicos cuando sentía sus caricias sobre su piel. La trataba como alguna vez alguien que amó lo hizo, se dejaba llevar tan fácil por el brillo de sus ojos al mirarla y su dulce sonrisa. Con él se sentía tan segura y tranquila, y muchas veces fantaseó recordando esos momentos en que, tan delicada, trataba sus heridas.
Pero no podía dejarse llevar por aquellas emociones, debía bloquear todas esas sensaciones que estaban nublando su juicio. Una relación sentimental en ese momento de su vida no era, ni de cerca, algo que debía suceder; el peligro la seguía día tras día, su futuro era incierto y aún no sabía de quien huía o el porqué de ello. Podría mantener una amistad con ellos, una muy limitada, pero no debía permitir que las cosas se salieran de control cruzando ese nivel.
Durante la noche pensó a detalle en todo lo que sabía sobre sus perseguidores, incluso llegó hacer notas sobre las cosas que había visto en sus visiones. Pensaba que el motivo de su búsqueda podría estar relacionado con su naturaleza mágica, la idea de ser mestiza no salía de su cabeza y era lo más lógico dadas las pruebas, mitad hechicera como su padre y mitad humana como su madre. No tenía 100% de certeza con respecto a ello, pero de una cosa sí estaba segura, Kaled tenía un papel importante en toda esa historia. Y aquel hombre que tanto la intimidó, Haakon, debía ser el principal en todo el meollo.
Recordó sus facciones, aquellas que dibujó con tanta precisión y que le transmitían las mismas sensaciones que cuando lo vio por primera vez. En esa visión Kaled había cambiado, era como ver a una persona físicamente idéntica a él salvo por el color de sus ojos, pero con un carácter muy diferente.
—Otro misterio a la lista —se dijo a sí misma.
El Kaled de suaves y cálidos ojos azules trataba de advertirle, le mostraba cosas claves para desenredar toda su historia, pero seguía sin haber coherencia en todas esas imágenes. Se mostraba asustado en varias ocasiones, aquellas en las que le mostraba los terrores de los que debía cuidarse, en especial a quienes debía evitar a toda costa. En cambio, el Kaled de ojos verde-azules era frio, intimidante y grotesco. Jamás había visto tanta maldad hasta que lo conoció siendo todavía un niño, uno que le enseñó horrores y atormentó por años diciéndole que algún día estarían juntos.
—Eso jamás sucederá —susurró.
Dejó a un lado todo lo relacionado con él y su destino incierto, por ahora solo trataría de evitar más accidentes y disfrutar del año en curso. Con lo que tenía no podía hacer más nada que sacar conjeturas, solo suposiciones que a ciencia cierta no podría comprobar. Tal vez sí había quienes sabían toda la verdad, pero sus padres jamás fueron capaces de demostrar y decirle lo que se esconde tras la mudanza anual, y ella tampoco se sentía muy segura de querer escuchar la verdad de sus bocas.
El sueño la envolvió en su fresco abrigo llevándola por mundos imaginarios y felices, relajando el cuerpo y dejando volar su imaginación. Sin embargo, su alarma la obligó a aterrizar despertándola para un nuevo día de clases. Era viernes, así que podría descansar al llegar de la escuela, ya que al día siguiente no tenía necesidad de madrugar. Se duchó, vistió y desayunó con sus padres. Ellos se iban antes por lo que le tocaba dejar puertas y ventanas cerradas antes de salir, verificar y asegurase de haberlo hecho bien.
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Editado: 29.10.2024