Sangre Mestiza ii: verdades ocultas || L2

2. A OSCURAS

—¡Naomi!

Escuchó en la lejanía, poco a poco fue abriendo sus ojos hasta verse de pie en medio de la nada. Seguía confundida, el destello morado seguía vivo en sus retinas manchando la imagen frente a ella de ese color, aún podía ver y sentir los efectos de aquel resplandor mágico. Sin embargo, no explicaba su situación. Su vista se fue enfocando y aclarando poco a poco, hasta que pudo ver todo detalle de su alrededor.

El frío aire le rosaba la piel, agitaba su largo cabello y le producía escalofríos en todo el cuerpo. Se encontraba en un valle amplio y sombrío, el césped crecía más largo que en su jardín, un verde tan oscuro que casi parecía negro. Había pocos árboles, grandes y tupidos, desprendiendo un aroma frutal suave y delicioso. El lugar era hermoso, pero había algo raro en todo ello que no le dejaba tranquila.

¿En qué momento llegó hasta allí?

No solo eso, el frío y el viento que sentía en su piel contradecía todo lo que veía, puesto que los árboles se mantenían estáticos como si no hubiese brisa alguna. Además, el sol brillaba en lo más alto de las montañas que se vislumbraban en el horizonte.

¿Dónde estaba en realidad?

Caminó un par de pasos, el suelo se sentía frío y suave, estaba descalza. Sin embargo, veía sus pies aplastando la capa de césped puntiagudo y húmedo. Nada concordaba.

—¡Naomi! —susurraron.

La reconoció, era esa misma voz de su habitación. Se dio la vuelta, mirando en todas direcciones posibles, pero no había nada. Estaba sola.

—¿Quién es? —indagó, pero seguía sin ver a nadie.

—Ven, Naomi.

Frente a ella, donde estaba el árbol más grande de todos, había una silueta que le llamaba desde esa distancia. Solo lograba ver sus manos, delicadas y limpias, de piel blanca y dedos delgados, largos y muy estilizados.

—¿Qué quieres? —volvió a preguntar, pero no tuvo respuesta.

Seguía llamándole con movimientos suaves de mano, sin decir nada y sin mostrarse por completo. Creía que era un niño por el tamaño de sus manos y la altura que parecía tener viendo desde tan lejos, pero la voz indicaba lo contrario. Gruesa y gutural, grave y profunda, parecía la de un hombre mayor, mucho más que su propio padre incluso, así que no podía ser ese mismo quien le llamaba. No había forma de que así fuese, ¿verdad?

—¡Ven, Naomi, te divertirás! —le escuchó decir con mayor firmeza.

Se vio tentada a acercarse, pero chocó con algo duro y sólido. Estaba confundida, frente a ella no había nada que obstruyera su paso, pero ahí lo sentía llegándole hasta la rodilla. Tanteó y sintió una especie de muro, como de piedra firme y dura. Se subió en ella, tambaleando y sintiendo que perdía el equilibrio.

La brisa volvió a soplar, pero las hojas del árbol se mantenían quietas como siempre. ¿De qué se trataba todo eso?

—¡Naomi!

Detrás de ella, aquella voz resonó suave y burlona. Le dio miedo, no quiso voltear sin saber que vería detrás de ella. Aun así, como pudo se giró tambaleante. No había nada, solo la brisa soplando desde su espalda y llevando consigo su cabello ondeando con fuerza.

—¿Quién…?

—¡Naomi! —un nuevo grito, esta vez no de aquella voz, era diferente y distante, casi ahogado por interferencia.

—Naomi… —y el mismo murmullo, suaves y escalofriantes risas tras este— Naomi…

A lo lejos, pudo ver una nueva silueta, alta y gruesa, demasiado fornida y grande como para ser algo humano. El corazón se le aceleró, no pudo reconocer de quién se trataba y porqué estaba allí.

Se acercó a ella, empezó lento y poco a poco fue tomando velocidad. Pero seguía siendo solo eso, una silueta oscura que la atravesó, pero con esa misma fuerza sintió un tirón hacia atrás. Un destello de ojos rojos incandescentes fue lo último que vio de aquella cosa, eso antes de sentirse caer en un vacío frío y grande.

Y un instante después, el valle desapareció para dejar delante de ella las tejas del techo de su casa alejándose con vertiginosa rapidez. Cerró los ojos con fuerza esperando el impacto, pero en vez de eso cayó encima de algo. Un par de fuertes brazos la habían atrapado en el aire cayendo de bruces al suelo, sujetándola con fuerza sin darle cabida a soltarse. Se sintió aprisionada por un instante, asustada y sin salida.

Aquella silueta no tenía forma sólida, pero había sido lo suficientemente fuerte y compacto como para empujarla desde su propia azotea. ¿Cómo podía confiar en que no fuese ese mismo quien la habría atrapado?

—¡Naomi! —volvió a escuchar ese susurro más cerca, más fuerte, más intenso.

—¡Suéltame! —gritó desesperada, moviéndose con frenetismo para salir de allí—. ¡Déjame en paz!

—Naomi, tranquila, soy yo, Jeimmy —detuvo sus movimientos abriendo los ojos con sorpresa—. No pasa nada, estás bien.

—¡No otra vez! —murmuró entrecortada, llena de miedo.

Bajo su cuerpo tirado en el césped abrazándola, estaba Jeimmy con el ceño fruncido y la frente arrugada lleno de preocupación. Por un instante se creía presa de alguna criatura, algún demonio o el mismo Kaled, esos días podía creer posible cualquier cosa.




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