Hace más de un siglo había una vasta tierra llena de volcanes con una lava consumidora y en su interior rugidos salían a la superficie. Los primeros hombres, los primeros en descubrir esa tierra volcánica, llena de bosques oscuros, lava luminosa, mar amplio y de aguas azuladas. Al escuchar el rugir de un volcán decidieron averiguar de dónde provenía ese ruido, pero tan solo elevaron sus cabezas a los cielos después de que este se tornará oscuro encima de ellos. Lo que vieron fue impresionante; una especie no común, una especie mítica, una especie que antes ellos no habían visto pero, al pasar esas extrañas tierras lo descubrieron.
No obstante, un grupo de incivilizados, con pedazos de palos de punta y arcos hecho del mismo material, los rodearon, dejando al grupo de hombres indefensos y sin salida. Los incivilizados llevaron a los "extraños" y los encerraron porque creyeron que eran una amenaza. Al pasar de tres días sin comida ni agua, una dulce mujer de cabellos rojizos entró donde se encontraban los prisiones con agua y pan para todos.
—No quiero que mueran de hambre, sería un destino terrible—mencionó la joven. Su edad se podía calcular por su cabello y por sus delicadas manos; no tenía arrugas en ningún parte de su rostro.
—¿Quién eres?—preguntó uno de los prisiones, su cabello castaño claro, ojos verdes y con barba corta. Quería escuchar tan solo el nombre de la bella mujer ante él.
—Soy la futura líder de la tribu—le contestó, quitando la mirada de ese prisionero. Antes de irse, lo volteó a ver y una sonrisa salió de sus labios.
—No pasa de los veinte años—die ese mismo hombre, viéndola atravesar la puerta, dejándolo ahí, con la incertidumbre de su nombre.

—¡¡Mamá!!—exclamó una pequeña niña, quien abrazaba un pequeño peluche en forma de dragón. Su mamá cerró el libro al mirar que ya era bastante noche.
—Es hora de dormir—le mencionó mientras la cobijaba, le dió un beso en la frente y apagó las luces—.Dulces sueños, Aniamara —le dijo su madre desde la puerta, tirándole por último un beso.
La pequeña niña se quitó su cobija, caminó con una pequeña lámpara hasta el librero donde se encontraba su libro favorito, pero al tomarlo, su madre abrió la puerta encendiendo la lámpara de inmediato, asustando a la pequeña, quien dejó caer el libro de sus manos.
—Hora de dormir—le recordó su madre, quitándole el libro para guardarlo en su habitación.
—Está bien—contestó la pequeña ya resignada. Tenía que esperar hasta mañana en la noche para poder saber el final.
14 AÑOS DESPUÉS
Esa pequeña niña se convirtió en toda una mujer. Con dieciocho años, su belleza iba en aumento, aunque sus padres decidieron esconderla en su mansión, no dejándola ir más a la escuela y poniéndole maestros particulares.
—Sigo sin entender—reprochó—Tengo 18 años, tan solo quiero ser como las demás jóvenes—dijo, abriendo una de las ventanas y viendo cómo las jovencitas de su edad caminaban sonrientes y hasta agarradas de las manos con hombres.
—Lo lamento, es por tu seguridad—se disculpó su mamá, viendo a su hija triste, pero ella no podía hacer nada al respecto; su esposo había dado una orden.
Ella ya no era una niña, ahora era una mujer y su seguridad dependía de ellos.
Aniamara fue a su habitación, cerró la puerta de un solo empujón provocando un fuerte sonido, alertando a sus padres de lo disgustada que se encontraba por la situación.
—Debo irme—mencionó el padre de Aniamara con voz apresurada. Su esposa lo detuvo y lo miró como esperando una explicación.
—¿Qué sucede? ¿Pasó algo?—cuestionó la esposa, viendo como su esposo se encontraba nervioso.
—Cuando regreso te lo diré—fue lo único que contestó para después atravesar la puerta, dejando a su esposa nerviosa.
Aniamara miró a través de su ventana al ver cómo su padre se subía al carruaje que lo había estado esperando durante media hora. Ella no comprendía la situación, pero algo malo podía estar sucediendo en el palacio del rey, porque sí, su padre trabaja para el rey.
Su padre es un conde bastante respetado, y también uno de los más leales entre los nobles. El rey lo había favorecido hace años, antes de que ella naciera, con el título de conde. Aunque no es un título alto, lo hizo ser más reconocido y respetado que siendo un general.
Tal vez por eso Aniamara lo respetaba en todo. Él desde siempre había estado presente, aún con sus obligaciones, siempre jugaba con ella y compartía en familia, algo que ella no olvida. Pero después esa admiración se transformó en rencor, sí, rencor. Su padre, al cumplir ella los 12 años, decidió no dejarla salir de la mansión, viviendo su adolescencia encerrada. Tan solo sus maestros conocen su verdadera identidad y, aunque pedía explicaciones, lo único que le daban de respuesta era lo dicho por su madre:
—Es por tu seguridad.
Seguridad.
Se cuestionaba cada segundo esa palabra. Tan solo es una joven que no ha conocido el mundo y ya tiene enemigos, o su padre le puede estar ocultando algo más.
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PALACIO DEL REY
Duques, marqueses, condes, vizcondes, barones y señores se encuentran reunidos afuera del palacio del rey, esperando la aprobación de la concubina Atelea para poder ingresar y ver cómo se encuentra el estado de salud de su majestad.
—¿Qué ha sucedido?—pregunta el papá de Aniamara, el primer conde en importancia, llegando ante los demás.
—Una enfermedad ha azotado al rey desde hace días—le comunica un varón, viendo de reojo al conde que se encuentra exaltado.
—Si muere, no tenemos un heredero para la corona, su linaje terminaría con él—menciona un marqués, que está totalmente estable y parece gozar de la salud de su majestad.
—El linaje no se perderá—menciona un duque, la mirada de los nobles presentes se posó en él—.Sus hermanas, sobrinas y hasta primas se casaron con alguno de nosotros o con uno de nuestros hijos varones—menciona con frialdad. —.Si su majestad muere, esos hijos de ellos serían los herederos al trono. Claro, todo vale si tiene la característica única...
Editado: 16.11.2024