Aniamara fue instalada en una de las habitaciones del palacio, cerca de la suya, y frente a ella se instalaron también los supuestos herederos. Aunque Tharion, el heredero ilegítimo, o eso asegura él, fue alojado en una habitación diferente, perteneciente al que sería la habitación del príncipe o princesa heredera, algo que llamó la atención de Aniamara mientras los otros pasaban por alto esos detalles.
Su padre, el conde, le había mencionado que debía quedarse residiendo en el palacio por ordenes del duque regente y, bueno, no solo él, también los otros nobles que trajeron o encontraron a los de sangre de dragón, pues ellos mismos deben estar seguros que alguno de ellos no tiene ni la más mínima gota. Mientras su padre se quedaba en el palacio real, iba a reunir todos las pruebas en contra del duque regente; tenía pensado desenmascarar la verdad antes de que sea demasiado tarde.
La noche cayó, dos sirvientas entraron entraron la habitación de Aniamara, mientras ella se encontraba acostada en su cama con dosel, sintiendo el suave colchón y la frescura de las sábanas blancas.
—Señorita, la cena está servida en el segundo comedor—dice una de ellas con un tono dulce, mirando al suelo.
—No conozco, ¿me llevan?—preguntó Aniamara con voz cálida y dudosa por la respuesta, pues la otra que la acompaña no la miraba de una manera amistosa.
—¿Acaso somos de su servicio? Nosotras obedecemos con avisarle, si no sabe llegar no es nuestro problema—respondió con altanería la segunda sirvienta, tomando del brazo a la otra—. Vámonos, Amanda—la otra se quedó ilesa, le quitó la mano y alzó la mirada.
—No sabe llegar—recalca con un tono suave—Yo la llevare, puedes irte tu—le mencionó muy decidida.
—Eres una...—la otra solo apretó sus puños aguantado su ira y las palabras que tenía pensado decir, pero decidió controlarse e irse antes de que ella explotara.
—Sígueme—le dijo. Aniamara la miró de arriba abajo, analizando su edad con tan solo sus facciones. Supuso que no pasaba de los 17 años, se veía demasiado joven para tener más de 17.
—¿Cuántos años tienes?—le preguntó. Aniamara no se podía quedar con la incertidumbre, algo que la puede hacer un blanco fácil si no sabe quedarse callada.
—16 años—le contestó, dando la vuelta hacia la derecha donde unos grandes cuadros decoraban las paredes.
Aniamara se detuvo para admirar los cuadros. Pudo notar que la mayoría de ellos eran fotos de la familia real, de sus antepasados, de los reyes que alguna vez gobernaron antes que ella, pero sobre todo vio un cuadro diferente donde solo un hombre se veía sentado con una mirada vacía y una sonrisa entristecida mientras miraba hacia la nada.
—¿Quién es?—preguntó Aniamara sintiendo una sensación extraña en ella, sintiendo la amargura y la tristeza de la persona de ese cuadro.
—Es el rey Jacobo cuando estaba joven, desconozco por qué su mirada y qué motivos tenía para retratarse así—le contestó—También siento la tristeza y amargura que emana el cuadro, es difícil no sentirla, es como si él hubiera perdido a alguien que amaba.
Aniamara cayó en cuenta, aunque supo bien guardar su apariencia. Sabe muy bien por qué la tristeza y, aunque haya sido tan solo una bebé en ese momento, no le es difícil de imaginar que cuando lo retrataron había perdido al amor de su vida, a la madre de ella, y puede que también sientiera amargura por dar a su hija en adopción, o sea, ella.
—Vamónos, los demás esperan—comentó la sirvienta. Aniamara asintió, caminando detrás de ella, llevando ese retrato en su mente.
Al llegar al comedor pudo ver a todos los posibles "herederos" sentados en la mesa disfrutando de los placeres servidos, había demasiado en la mesa. Aniamara pensó que con toda esa comida se podía alimentar a más de 100 personas.
Se sentó en su lugar, las miradas en ese momento se dirigieron hacia ella, pero no se inmutó por verlos, así que decidió servirse una porción moderada, no como los otros que comían como si hubieran aguantado hambre por años.
Tharion, que también se encontraba en la mesa, no le podía quitar la mirada de encima. Sentía algo, pero no sabía qué, tal vez miedo o dudas; su apariencia física superaba por mucho la de él.
—Lástima que todos ustedes vengan en vano—menciona Tharion, interrumpiendo el silencio que reinaba en el comedor.
Aniamara no le ponía atención y trataba de comer rápido para irse a su habitación. Lo que menos quería era lidiar con altaneros que se creen con algún derecho, y Tharion es un ejemplo de ello.
—Mira, niño bonito—dijo Britza, soltando su pierna de pollo y mirando de una manera retadora a Tharion—Entre todos los reunidos en esta mesa, el menos probable que sea el hijo ilegítimo eres tú—esas palabras dieron el ego de Tharion.
—¿Cómo te atreves?—le cuestionó Tharion con el rostro rojo, lleno de molestia—Si demuestro ser el hijo ilegítimo, te juro que serás exiliada junto con todos los demás—Aniamara lo miró con una mirada despectiva.
—No cantes victoria—dice Aniamara en voz baja, pero bien que Tharion escuchó porque volteó a verla.
—¿Qué?
—Que no cantes victoria—dijo esta vez con un tono más alzado—. Por el momento, todos aquí reunidos somos posibles herederos, ya sea que haya un hijo ilegítimo o hija entre nosotros.
—Ella tiene razón—dice Apion levantándose de la mesa y viendo con una sonrisa a Aniamara—Por el momento, todos somos iguales. Todos quieren el trono y el poder, menos yo. Yo no deseo eso, más bien estoy seguro de que no puedo vincular con un dragón.
Aniamara y Britza sonrieron ante lo dicho por Apion, apesar de tener 15 años tenía espuelas para hablar, bien podría ser un valiente guerrero o hasta comandante de una tropa.
Ante eso Tharion se puso de pie muy enojado arrojando la servilleta en el plato de su comida, mientras camina fuera del comedor como si conociera los pasillos. Algo que Aniamara notó, anotando en su mente las actitudes de Tharion como su padre le había dicho.
Editado: 28.11.2024