Sangre Rouge

Capitulo 2: Duelos bajo la Luna

Interior de la Mansión Rouge, Dormitorio de Ezren. 9:00 de la noche.

Ezren no podía dormir.
La emoción le quemaba las venas, así que terminó subiéndose al alféizar de la ventana, apoyando una mano en el marco para mantener el equilibrio. El cielo nocturno brillaba indiferente ante su agitación, pero él lo miraba como si las estrellas pudieran responder a sus preguntas.

—Charles vendrá.
El simple pensamiento le aceleraba el pulso. La última vez que lo vio, solo tenía diez años. En ese entonces, su primo ya era un guerrero Clase S+, igual que sus padres... pero había algo en él que lo hacía diferente. Algo que, incluso siendo un hombre carismático y sonriente, hacía que el pequeño Ezren sintiera ese instinto primal de peligro, como si estuviera frente a un lobo disfrazado de cordero.
Y ahora... ahora ese mismo hombre era Clase SSS+. El segundo más fuerte del mundo.
Ezren apretó el marco de la ventana hasta que los nudillos se le blanquearon.
—¿Cómo será ahora...? —murmuró, imaginando si esa sonrisa de antaño seguiría ocultando el mismo filo mortífero.

El repentino toc de una piedra contra el cristal lo sacó de sus pensamientos.
Ezren parpadeó, sobresaltado, y al mirar hacia abajo distinguió la silueta de Alaric en el jardín nocturno. Su hermano mayor lo esperaba con esa sonrisa pícara que siempre anunciaba travesuras, haciendo señas exageradas para que bajara.
—¿Alaric? —murmuró Ezren, arqueando una ceja—. ¿Qué querrá a estas horas?
Un suspiro, una risa entre dientes, y entonces saltó del alféizar con agilidad. Si Alaric lo buscaba de noche, solo podía significar dos cosas: caos o entrenamiento secreto.
—Seguro quiere ver mi progreso —pensó, mientras bajaba las escaleras de dos en dos, la emoción por Charles olvidada por un instante ante la promesa de acción.

Ezren avanzó a toda prisa por los pasillos silenciosos de la mansión, sus pasos resonando contra el suelo de mármol. Al girar hacia la puerta trasera, la abrió con tal ímpetu que no vio el pie que apareció de la nada en su camino.
—¡Uf!

Cayó de bruces contra el césped, la boca llena de tierra.
—Me la debes por lo de la tarde, tarado —Astrid bufó, pasando por encima de él con la elegancia de un gato satisfecho, dirigiéndose hacia donde Alaric esperaba.
—Jajaja, eso no me lo esperaba —Alaric soltó una carcajada, pero al menos tuvo la decencia de extenderle una mano para ayudarlo a levantarse.
Ezren escupió un poco de hierba y se lanzó hacia Astrid con los dientes apretados.
—¡Eres una rencorosa de mierda, enana!

Astrid se detuvo en seco.
Giró lentamente, como un depredador que acaba de oler sangre.
—¡¿A QUIÉN MIERDA LLAMAS "ENANA"?!

¡CRASH!
Sus frentes chocaron con fuerza, nariz contra nariz, ojos llameantes clavados el uno en el otro. El aire entre ellos parecía electrizarse, como si en cualquier momento saltaran chispas literales.
Alaric se llevó una mano a la cara.
—Ah, mierda... Aquí vamos otra vez.

Alaric se interpuso entre ellos con un movimiento rápido, separándolos con brazos firmes como barreras de hierro.
—Si quieren pelearse, guárdenlo para después —resopló, con voz de hermano mayor hastiado—. Hoy vine a ver su progreso. Espero no decepcionarme.
Una sonrisa burlona se dibujó en su rostro mientras se cruzó de brazos, desafiándolos sin decir más.
Astrid, con los ojos brillando como brasas, lanzó su declaración de guerra:
—¡Ja! Haré pedazos a este pendejo de Ezren antes de que parpadee.
—Oh, ¿en serio? —Ezren soltó una carcajada, pero sus puños ya estaban cerrados, listos para el combate.
—¡Te juro que te entierro aquí mismo, imbécil! —Astrid se lanzó hacia adelante, solo para ser detenida de nuevo por Alaric, quien esta vez la sujetó por la capucha de su camisa como a un gatito revoltoso.
—Primero agarren sus armas, niñitos —se burló Alaric, sacudiendo un manojo de llaves frente a sus narices—. No sé cómo rayos Astrid consiguió las llaves del almacén... pero nos vendrán bien para el entrenamiento.
Con un suspiro exagerado, las lanzó al aire y la atrapó Ezren con un tintineo metálico, como si fuera el preludio de algo mucho más grande.

Cada uno eligió su arma con un propósito claro.

Astrid no lo dudó ni un segundo: su mano se cerró alrededor del estoque que colgaba de la pared, una hoja delgada como una aguja, diseñada para ataques rápidos y mortales. Lo blandió con la naturalidad de quien ha pasado horas dominándolo, trazando un arco en el aire que silbó al cortar la brisa nocturna.
—No esperes que me detenga —dijo, con una sonrisa que dejaba claro que sabía exactamente cómo perforar un corazón en tres movimientos.

Ezren, en cambio, se dirigió hacia el rincón donde reposaba su espada, esa que usó en la mañana para entrenar, aquella tan grande que casi parecía una losa de metal. Con un gruñido, la levantó, y el solo hecho de sostenerla hizo temblar sus brazos por el peso.
Alaric arqueó una ceja.
—Vaya... ¿En serio usarás esa cosa? —preguntó, mitad impresionado, mitad divertido.
Ezren ajustó su agarre, mirando su propio reflejo distorsionado en el acero.
—Sí. Es perfecta para lo que quiero ser —respondió, con una determinación que no dejaba espacio a dudas.
—Me recuerda a la espada que usa mamá —añadió Alaric con una risa irónica.

Exterior de la Mansión Rouge. 9:30 de la noche.

El escenario estaba listo.
Se colocaron en el patio, lo suficientemente lejos de la residencia como para no despertar sospechas. La luna bañaba el campo de batalla improvisado, convirtiendo las hojas de sus armas en extensiones de plata líquida.
—Primera ronda: Astrid contra Ezren —anunció Alaric, cruzando los brazos—. El ganador se enfrenta a mí.
Un silencio cargado de electricidad.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.