Sangre Rouge

Capitulo 8: La Furia de Selene

Oeste de Ashendrell - Stoneveil
3:30 de la tarde

El aire estaba saturado de un olor penetrante a metal esterilizado y químicos cáusticos, una mezcla que quemaba las fosas nasales y sabía a hospital y dolor. Sobre una mesa cercana, instrumentos quirúrgicos brillaban bajo la luz fría de las lámparas—bisturíes, sierras, pinzas—dispuestos con precisión escalofriante, más apropiados para una sesión de tortura metódica que para cualquier procedimiento médico.

En el centro del horror, Elazar yacía extendido sobre una camilla, sus miembros tensados y asegurados con gruesas cadenas negras que destellaban con los siniestros rayos del anti-karma. Cada eslabón parecía latir con hambre, drenando cualquier intento de su komi por fluir, dejándolo vulnerable como un animal en una mesa de disección.

—Holi, señor Rouge... —Una voz cantarina cortó el silencio.

Anseline se inclinó sobre él, su figura envuelta en una bata blanca de cirujana impecable, manchada solo por la sombra de sus intenciones. Su cabello rosa, recogido bajo un gorro desechable, era el único toque de color en aquel lugar estéril. Sus manos, enguantadas y seguras, acariciaron los instrumentos con la familiaridad de una artista eligiendo sus pinceles.

—¿Durmió bien? —preguntó, inclinándose lo suficiente para que sus ojos azules—fríos como el hielo—se encontraran con los grises de Elazar.

—¿Quién... eres tú? —logró articular Elazar, su voz áspera por la tensión. Sus músculos se tensaron bajo las ataduras, los dedos buscando inútilmente algún resquicio, alguna debilidad en las cadenas. "Estas cadenas..." pensó, sintiendo cómo su komi, normalmente un río turbulento bajo su piel, era succionado por la oscuridad de los grilletes antes de poder manifestarse.

—Puedes decirme Ansi, guapo... —respondió ella, guiñando un ojo con una coquetería que habría sido encantadora en otro contexto. Su sonrisa se ensanchó, mostrando demasiados dientes—. Y hoy... —sus pupilas se dilataron de repente, abarcando casi todo el azul de sus iris, mientras una risita escapaba de sus labios—, hoy serás mi conejillo de indias. Je...

La risa resonó en la habitación, un sonido que no pertenecía a ningún ser humano cuerdo. Era la risa de alguien que veía un juguete nuevo, algo para desarmar y examinar hasta el último suspiro.

4:30 de la tarde

El viento silbaba en sus oídos mientras surcaban los cielos a lomos de Rauthen, el poderoso águila cuyas alas cortaban las nubes con elegancia salvaje. Maviel, con su cabello verde ondeando como bandera al viento, sintió un pensamiento florecer en su mente, tan claro como el cielo que los rodeaba:
Dicen que el amor puede transformar a una persona cuando alguien querido enfrenta la adversidad... Cambiarla hasta volverla irreconocible. Pero ella no es así.

Sus ojos se posaron en la figura de Selene, que se aferraba con fuerza al lomo del ave, su mirada gris escrutando el paisaje con una mezcla de furia e impaciencia.
La señorita es fuego y cálculo. Una estratega brillante con principios inquebrantables, pero cuyo corazón siempre pesa más que cualquier deber. Recuerda cada nombre, cada rostro de quienes la siguen, incluso cuando caen. Los lleva consigo, como cicatrices en el alma.

Maviel sintió una sonrisa asomarse a sus labios, pequeña pero genuina.
Es por eso... que la amo.

Mientras tanto, Selene no dejaba de examinar cada rincón del bosque que se extendía bajo ellos, sus ojos buscando desesperadamente algún indicio, alguna señal entre la espesura y las colinas. Cada músculo de su cuerpo estaba tenso, cada latido de su corazón una cuenta regresiva hacia lo desconocido.

El viento llevaba un susurro familiar, un hilo tenue de komi que se entretejía con el aire como un gemido ahogado. Selene cerró los ojos por un instante, permitiendo que la energía residual se enredara en sus sentidos.

"Puedo sentirlo..." , pensó, el ceño fruncido en concentración. "Una corriente débil, apenas un murmullo, tratando de fundirse con el entorno. Pero el calor es el mismo... ese que irradia cuando está al límite. Resignación y terquedad entrelazadas. Cuando sabe que está perdido, pero se niega a rendirse."

Una sonrisa fugaz —tan breve como el aleteo de una mariposa— se escapó de sus labios antes de transformarse en un gesto de furia contenida.

—Bastardos... —escupió, con un chasquido de lengua que cortó el aire como un látigo. Sus dientes se clavaron en la uña del pulgar, arrancando un fragmento con impaciencia salvaje—. Maviel, gira a la derecha.

—¡Enseguida! —La respuesta fue inmediata. Maviel se inclinó sobre el cuello musculoso de Rauthen, sus dedos aferrándose al plumaje como si pudiera transmitir la orden por contacto.

El águila gigante respondió al instante. Sus poderosas alas se extendieron, capturando las corrientes de aire antes de girar con precisión militar. El movimiento arrancó varias plumas rojas que cayeron en espiral hacia el suelo, como gotas de sangre contra el paisaje verde.

Mientras descendían en un arco cerrado, la sombra de Rauthen se proyectó sobre la tierra como un presagio, amplia y oscura. Pero sus ojos —tan agudos como los de su jinete— no perdían detalle. Cada roca, cada árbol, cada irregularidad en el terreno quedaba registrada bajo esa mirada implacable.

Selene apretó los puños. El komi de su hermano era un hilo cada vez más claro, un llamado silencioso que la guiaba directamente hacia él. Y hacia lo que fuera que lo tuviera cautivo.

Quirófano del Buitre Gourmet

Anseline Rose sostenía entre sus dedos la tenaza de metal, aún tibia y brillante bajo una capa de sangre fresca. Las gotas resbalaban por el acero, cayendo al suelo con un clic húmedo, como un reloj marcando la agonía.

—El linaje Rouge no deja de sorprenderme... —musitó, inclinándose sobre su obra con la curiosidad de una niña deshojando una flor. Sus ojos azules, brillantes de excitación malsana, seguían cada espasmo, cada hilo violáceo de karma que tejía y destejía la carne mutilada. "Su flujo de karma es más rápido, más constante... como un río que se niega a congelarse incluso en invierno."




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