Renacer le narró aquel acontecimiento al par de jóvenes frente a ella como si fuera una anécdota más, Ahima, una morena de cabello salvajemente rizado, de carácter noble y rostro delicado. Ella era una buena amiga, atenta y emocionada, la escuchaba afincando los codos sobre la mesa del comedor de la universidad y apoyando las manos en sus mejillas, sonriente y sonrojada.
—¿Y era lindo? —preguntó mientras Renacer tomaba del pitillo en el vaso de plástico que sosenían sus manos, sorviendo chocolate—.
—Sí… digo. No —titubeó Renacer—. Vaya susto que me llevé. El salvaje ese, aparentemente militar, no puede andar en esas tierras sin consultar primero a los propietarios. ¿Y si es algún violador?
—Ya te hubiera hecho daño —quiso hacerla razonar—; quizá pueda ir yo al bosque la próxima vez y verificar el nivel de peligro que pueda aparentar ese hombre.
—No —dijo de inmediato—, no irás sola —objetó Renacer—, quizá te rapte y te lleve a otro planeta. Nunca se sabe. Creo en la existencia de extraterrestres. Sabes... —pausó, colocando su dedo índice sobre su frente como método de concentración—. No es buena idea ir. Creo que es mejor decirle a papá que ponga más vigilancia en todo el territorio nuestro.
—Los militares cuidan —prosiguió Ahima, mientras Martha, hermana de Renacer prestaba atención al mismo tiempo que copiaba una clase de un cuaderno a otro—. La base militar más cercana queda justamente al lado de las tierras de tu familia. Quizá sólo estaba de paso.
—Está bien —Renacer sacudió la cabeza y las manos como si eso la fuera ayudar a deshacerse de la idea—. Ya no importa —Martha levantó la mirada, viéndo a la joven de ojos dorados.
Martha es una voluptuosa joven de largo cabello negro y grandes ojos detrás de cuadradas gafas de aumento, cuatro años mayor que Renacer. Las tres estaban sentadas ante una de las mesas del comedor de la universidad.
—¡Martha! —exclamó Renacer, frustrada con un envase de plástico en una mano hasta la mitad de chocolate caliente—. No me mires así. No fue un momento especial o bonito.
—Te gusta —la acusó aún con aquella sonrisa graciosa y malévola en su rostro—. Te gusta y no quieres admitirlo. La joven protagonista del tema puso los ojos en blanco.
—¡Pues, claro que no! —bufó, aquel joven del bosque sólo le inspiraba rabietas y una ligera curiosidad—. Bueno… —cubrió sus ojos con fastidio después de dejar el envase sobre la mesa—, lo atractivo no justifica lo de grosero espía.
—Entonces búscalo y exígele que se desnude —le aconsejó Martha con tono casual mientras Renacer continuaba bebiendo con la ayuda del pitillo—. Así lo miras sin ropa y quedan a mano —la joven de gafas continúa su oficio como si nada.
—¡¿Qué?! —casi escupe el chocolate que estaba sorbiendo—. Realmente estás… loca —Martha se encogió de hombros sin levantar la vista de su cuaderno y Ahima aún con sus mejillas entre las manos ahuecadas sonreía mostrando sus alineados dientes.
El rato pasó, las tres continuaban allí, Martha repasaba las clases necesarias para su último examen en clases de bioanálisis. Ahima seguía escribiendo en una libreta de notas su asignación pendiente y Renacer verificando cosas en su computadora portátil. Dos jóvenes que pasaron junto a la mesa saludaron a Renacer, avisándole con brevedad los ensayos de baile a los cuales no debía faltar, para final de temporada debían dar su mejor espectáculo.
Los murmullos que para algunos eran diálogos se escuchaban como una llovizna incesable en toda el área del comedor, unos caminaban de un lugar a otro atentos a sus propios asuntos aquella mañana, pareciendo estar motivados o demaciado preocupados por alguna causa personal en específico; el planeta giraba, cada humano respiraba, las manijas de los relojes del mundo clickeaban el típico sonido similar a gotas en descenso chocando contra el piso, las noticias nacionales se abarrotaban de sucesos trágicos y aún así la joven de cabello negro, que permanecía solitaria en la última mesa a final del comedor parecía inalterable. El té frente a ella, sobre la mesa humeaba aún dentro de la taza blanca, vapor que extrañas y deformes siluetas dibujaba antes de esfumarse frente a sus ojos.
—Siempre he pensado que Aurora no es una persona normal —expresó Ahima, captando la atención de Renacer, quién tenía ya varios segundos observando a la pálida mujer que escuchaba a través de sus audífonos auriculares Take to me to church, canción de Hozier. Con la mirada puesta en el vacío, la espalda ligeramente encorvada y los brazos flojos sobre la mesa.
—Yo la veo como cualquier otro ser humano —contestó Martha, levantando la mirada de su libro, viendo de reojo sobre sus gafas—. No tiene tres ojos o cuatro brazos.
Renacer vio nuevamente hacia la mesa de Aurora y luego volvió la vista hacia su propia mesa, encogiéndose de hombros.
—Sólo es… una persona distinta —volvió a ver hacia la mesa de Aurora—. Un poco peculiar. Es frustrante ver cómo permanece tan tranquila aún sin socializar demaciado; o lo apropiado. Es como si fuera invisible —Renacer miró de nuevo a Ahima y después a Martha—. ¿Recuerdan aquel personaje de Another, la chica del ánime, esa que todos debían ignorar si no querían que sucediera una tragedia? —Renacer volvió a voltear la cara para mirar hacia donde estaba la joven protagonista de su tertulia—. Mei, Misaki Mei, así se llamaba.
—La primera vez que la ví creí que era una vampiresa —confesó Ahima—. Es tan, desapercibida, discreta. Silenciosa.
—Pero aún más hermoso es su novio —opinó Martha aún escribiendo cosas—. Alexander no sólo es el alumno con mejor promedio de toda la universidad, es hijo de la familia más adinerada de este diminuto pueblo. Para ser más exacta o más explícita, de todo el Estado.
—Shhh —la cayó Ahima con disimulo—. Ahí va.