Las cosas habían mejorado en su lado emocional, había aceptado que sus padres ya no estarían allí, con ella, al menos no físicamente. Habían acontecido once meses desde aquello y aunque le dolía intentaba no hacerlo visible. Renacer salió del salón de ensayo, bailar era su pasión pero muchas veces se maldecía por ser torpe en algunos pasos; no es que fuera el centro de atención en la coreografía, pero era una figura importante.
—Amor de mi vida —dijo como cumplido su eterno enamorado que la esperaba recostado de su locker con actitud de chico malo. El mismo que para ella era más feo que comer espinas—. Aún sigo esperando una respuesta.
—No —respondió ella sin más, sin dejar de ser amable y sin detener su caminar.
—Pero… Oye… —caminó apresuradamente hasta alcanzarla— ¿por qué?
—Porque tengo novio —mintió—. Y es muy celoso. Algo maniático y delicado cuando algún otro hombre se me acerca. Renacer había amasado muy bien esa respuesta antes de pronunciarla, pero la sorprendió el pálido hombre de sus sueños, saliendo de alguna parte, manifestándose como un fantasma.
—Ya te extrañaba —le dijo Renacer a Erick con una sonrisa casi genuina.
Aquel chico insistente se frenó en seco. Observando a uno y al otro. Sólo bastó que Erick le mirara fijamente, aunque sin ser odioso, aún mantenía la calma de siempre, y eso era temible por más increíble que pareciera. Entonces el muchacho no esperó mucho para alejarse de ellos. Renacer siguió caminando y Erick a su lado.
—Entonces tienes novio —dijo él con naturalidad. Renacer sintió la lengua pegada a su paladar.
—Lo dije para quitármelo de encima —aclaró ella.
—Puedes ser bastante cruel si te lo propones —opinó el joven militar—. ¿Lo sabías?
—No lo seré si no me dan motivos para serlo —respondió ella con tranquilidad. Ambos se dirigieron hasta una mesa del comedor. Martha estaba aún en clases y Ahima tuvo que viajar fuera del pueblo, de modo que tuvieron que sentarse solos.
—Estaré libre hasta las 9:30 de la mañana —avisó él—, mientras un compañero de la base militar en la que estoy le hace un favor al comandante en la dirección de éste instituto, le estoy acompañando, necesitará mi ayuda —Renacer le escuchaba mientras miraba a todas partes con tranquilidad, sin fijarse en ningún lugar en específico— estaré hasta entonces aquí, ya que no siempre podré verte por estar interno en mis deberes.
Renacer asintió.
—Agradezco que lo hagas —dijo sinceramente, mirándole a los ojos y desviando la mirada luego—. Es… confortante tenerte conmigo, aunque sea unicamente cuando vas a supervisar la zona del bosque.
—A menudo superviso ese lugar. Por suerte, mis superiores me la asignan siempre —explicó—. Es nuestro deber verificar que los alrededores de la base esté bajo control. Y el premio mayor es verte. Renacer sonrió, sonrojada.
—Podemos vernos cuando quieras —propuso ella inocentemente.
—Esta tarde seguramente vuelva al bosque —su voz sonó un poco motivada—. Aunque invitarte a ese lugar es exponerte al peligro.
—Sé defenderme —replicó ella con soberbia disimulada.
—De tener permiso te llevara a cualquier otro lugar —aseguró más bien como una queja hacia su trabajo. Renacer fingió una sonrisa, mirando sus dedos mientras los pellizcaba en un acto inconsciente.
—Erick —dijo sin mirarlo.
—¿Qué?
—¿Hay algún motivo por el cuál debería tenerte miedo? —inquirió de la nada—. ¿Debería alejarme de ti por alguna situación?
Aquello pareció sorprenderlo, aunque supo evitar expresarlo, como siempre.
—¿Por qué lo preguntas?
—Sólo responde.
—No —dijo, sacudiendo la cabeza ligeramente—. No hay nada que debas temer de mi. No hay algo por lo que tengas que alejarte —aseguró con voz crispada de preocupación.
—Sólo pido que si hay algo que deba saber, no me lo ocultes —respondió sin parecer alterada. El militar tragó saliva con fuerza, con las manos juntas sobre la mesa.
—Lo prometo.