Sangre, sudor y letras

CAPÍTULO 1

CAPÍTULO 1

 

 

Antes del secuestro y doble homicidio, esa misma tarde…

 

Viernes

 

El hecho de ser viernes se mantenía adherido al neocórtex cerebral del propio entrenador y ex inspector de policía Pablo a las seis menos cinco de la tarde. En ese momento, se encaminaba con el cuerpo erguido y con la música de rock ochentero retumbando a través de sus auriculares en dirección al pequeño polideportivo que suponía su actual puesto de trabajo. A pesar de la temprana hora de la tarde que figuraba en su reloj digital, el cielo ya había obtenido el color del carbón. Incluso alguna que otra estrella había logrado con dificultades asomarse a través de la capa de contaminación que resulta tan típicamente acaparadora en toda urbanización superpoblada. La pequeña y discreta avenida donde se ubicaba la instalación estaba casi desierta, algo recurrente en cuanto se hacía de noche y en época hibernal. Esto, sumado a la ausencia de algún vecino asomado al balcón, la convertía en una calle idónea para que pudieran llevarse después al rehén sin la presencia de testigos.

El recinto en cuestión, por su parte, no podía permitirse el lujo de alardear de su autosuficiencia como instalación. Desde su misma construcción, se encontraba adherido a un centro escolar llamado San Juan que ofrecía estudios desde Educación Infantil hasta Bachillerato, y cuya dueña también se encargaba del mantenimiento del citado polideportivo. Aun así, este gimnasio permitía la inscripción de cualquier tipo de ciudadano, tanto si era alumno del colegio como si no. Siempre y cuando, claro está, este tuviera la imperiosa necesidad de no generar repulsión entre los integrantes de su sexo contrario al exponer sus carnes durante el verano… y dinero para costeárselo, por supuesto.

El acceso o entrada principal al gimnasio ya anunciaba con descaro que el susodicho estaba subordinado al colegio. Consistía en una pequeña estructura rectangular flanqueada en ambos lados por un prominente muro que rodeaba toda una serie de pabellones anexionados que conformaban el colegio. La estructura disponía, al entrar en ella, de una serie de escasos escalones que ascendían hasta un acceso auxiliar al patio del instituto y otra serie de escalones que, en cambio, descendíanhasta la única entrada del polideportivo.

Pablo entró en la estructura, bajó las escaleras y accedió al vestíbulo del gimnasio, donde se plantó ante un torniquete. La joven recepcionista, acomodada en su consabido puesto de recepción, observaba su rostro con el ceño fruncido y con el dedo titubeante a escasos milímetros del botoncito que permitía el empuje de las barras de dicho torniquete.

—Madre mía, Pablo, menudas ojeras traes —apreció la chica, reprimiendo una risita ante las prominentes líneas profundas que se dibujaban bajo los ojos del hombre—. Tienes la cara hecha un asco, la verdad… A ver si para mañana, siendo fin de semana, consigues dormir las horas necesarias, porque desde luego te veo bastante hecho polvo.

«Si yo fuera James Bond y esta chica la secretaria, al menos empezaríamos a flirtear en vez de soltarme ese defecto físico tan innecesario… Puta mierda de vida», pensó Pablo con amargura mientras se quitaba los auriculares de los oídos, aunque hubiese oído a la chica sin problemas. La susodicha era una joven de estatura media, tan delgada como una ganzúa, aunque con una musculatura fibrosa bastante perceptible al ojo humano, de cabeza pequeña y redonda, ojos pequeños y marrones y con el cabello castaño y rizado recogido en una coleta. Ella vio la taciturna expresión de Pablo ante su comentario e intentó disculparse, aduciendo que simplemente había mostrado preocupación por su salud.

—No, Raquel, no te rayes, si no te falta razón: no me encuentro tope de on fire precisamente. Y en realidad no son las pocas horas que duermo lo que me toca los cojones —le aseguró Pablo mientras la tal Raquel accionaba el botoncito y el hombre atravesaba el torniquete—. Lo que me los toca de verdad es el hecho de que en su día hubiera un subnormal al que se le ocurrió la ridícula idea de creer que una jornada laboral partidaestaba de puta madre para los currantes como yo. Cuatro horas de curro por la mañana, las cuales además aprovecho para hacer mi propio entreno en este mismo gimnasio, y otras cuatro por la tarde hasta las diez de la noche. Y los findes me obligo a mí mismo a ir a otro centro de entrenamiento para reciclarme y perfeccionar aún más mis habilidades de confrontación cuerpo a cuerpo de cuando era policía… ¡Hostia, si es que al final me paso todo el puto día fuera de casa! Ah, y por supuesto, esto es algo que se estila un huevo en nuestra «querida España», nación de pandereta que siempre tiene que aparentar ante el resto de los países de mierda que somos una potencia supercompetente y toda la movida…, ¡cuando luego tengo que estar aguantando el tópico de los cojones de que aquí somos unos vagos de la leche y en otros países son mucho más eficientes y mucho más trabajadores. ¡Anda y que se mueran los de arriba, joder, y que me coman la…!

Durante la emisión de aquella perorata, Raquel se había aguantado la respiración para no soltar una grosera carcajada frente al entrenador. Después de todo, era tal el grado de transparencia e irreverencia que presentaban siempre sus palabras que, en lugar de reaccionar ante su amargura con un simple y compasivo encogimiento de hombros, Raquel no podía evitar hacerlo a través de la risotada. Y la invitación de Pablo a que le comieran sus propias partes íntimas la había obligado, finalmente, a partirse el culo. Por suerte, Pablo se limitó a esbozar una sonrisa de resignación.



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En el texto hay: policia, asesinatos, crimenes

Editado: 01.12.2022

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