A las seis y veinticinco minutos de la tarde, tal y como indicaba el reloj de pared colocado en lo más alto del prominente espejo de la sala, el pequeño deseo del primer matón se vio cumplido. Tanto Pablo como Uriel, quien pese a lo sugerido por el entrenador persistió en realizar aquellas sentadillas con barra, se fijaron en la puerta corredera al mismo tiempo que Mahir entraba en la sala.
El nuevo invitado presentaba una camiseta deportiva blanca, una altura media y una complexión gruesa, aunque no de músculo precisamente. Su cabeza era pequeña y disponía de una forma circular perfecta, aspecto que todavía resultaba más acentuado por el hecho de haberse rapado. En cambio, esta rasuración del cráneo contrastaba con la espesura tanto de sus cejas como de su negruzca barba, aunque Mahir no se hubiese dejado crecer esta última tanto como Uriel. De hecho, aquella barba era totalmente incapaz de ocultar la mirada de mala hostia que permanecía impresa en su rostro.
—A ver, Mahir, ¿qué narices te pasa? —inquirió Pablo con las manos colocadas en sus caderas mientras Uriel reía por lo bajo—. ¿Has discutido con la parienta y has estado toda la semana durmiendo en el sofá? ¿Por eso vienes, para que te proponga ejercicios para fortalecer tu espalda que imagino que tendrás hecha mierda?
—Déjate de parientas, Pablo, hazme el favor —le conminó Mahir en un español impecable, sin el menor conato de acento extranjero—. Sabes perfectamente que no tengo tiempo ni ganas de pensar en mujeres; ya bastante quemado estoy con mi mierda de trabajo de transportista, entregando paquetes a gente que, joder, anda que no está a tomar por culo de aquí. ¡Jornaditas de más de diez horas que paso con el culo pegado en el asiento! —matizó, con el dedo índice levantado. Pablo y Uriel asentían con resignación—. ¡Y con atascos de circulación por la puñetera autopista cada vez que llegan las horas punta! Y yendo de culo para pagar el alquiler del piso, comida, luz y agua con la mierda que tengo en la cuenta del banco… ¿Queréis que me case y tenga hijos, encima?
Desde luego, dicha decisión resultaría de lo más contraproducente. Así lo consideraba Pablo, debido a que el hecho de añadir el hastío propiciado por las inherentes complicaciones de la convivencia y la paternidad al hastío económico y laboral podría llegar a colapsar el cerebro de Mahir e instarlo a la autodestrucción.
—Si es que… —quiso añadir Mahir mientras extraía el papel con su rutina de ejercicios semanal de un cajón de la mesa—. Están dándome tanto por el culo entre todos que… Bueno, que si encima tuviera que cumplir con la parienta en la noche de bodas con este agotamiento, me echaría a la calle y me tiraría las maletas por la ventana.
Pablo se desternilló de la risa ante semejante muestra de autohumillación por parte de Mahir. Uriel, aunque también reía, mostraba una expresión un tanto incómoda, cosa que el otro apreció.
—Ay, Uriel, Uriel… —dijo este mientras se sentaba en una máquina con la que iba a trabajar los músculos de la espalda—. Tú es que tienes novia y estás estupendamente con ella, claro.
—Sí, no te lo niego —admitió Uriel con humildad—. De hecho, es la persona que más me ha apoyado para mi concierto de mañana. Y no vendrá a verme por obligación, que conste. Al contrario: de tanto aguantarme enseñándole temazos de rock de todas las épocas y estilos, ha acabado cogiéndole simpatía.
—Que no te engañen, Uriel, que no te engañen —le aconsejó Mahir mientras hacía descender una barra hacia el pecho y sujeta a una polea que, a su vez, alzaba treinta quilos de peso—. Más sabe el diablo por viejo que por diablo, ¿sabes? Aunque yo todavía no tenga ni cuarenta años, tengo experiencia en la vida. ¿Y sabes qué te digo? Que en cuanto mañana acabe ese concierto que dices, te exigirá que cumplas también con ella y la acompañes a ver alguna mierda reggaetonera, como el Bugs Bunny ese o cualquier otro de su calaña.
—Por ser mujer, es cien por cien seguro que solo le gusta el reggaetón… ¡¡¿Se puede ser más cateto?!!
Los tres desviaron sus miradas hacia la puerta corredera y se toparon con la primera abonada femenina de aquella pandilla. Provista de una camiseta fucsia, una altura considerable, complexión delgada aunque no de forma exagerada, de piel muy morena, cabeza ovalada, pelo liso, largo y moreno y, sobre todo, con unos ojos tan azulados como los de Uriel, la señorita Marta había emitido aquella pregunta con un timbre de voz de lo más estruendoso. Tanto, que Mahir soltó la barra bruscamente.
—Hombre, ya está aquí la alegría de la huerta —rezongó Pablo, frotándose de forma cómica el oído derecho, malherido a causa del grito. Acto seguido, se encaminó hacia la chica—. Y tú, hija de mi vida, ¿se puede ser más vaga? ¡Tres semanas que llevas sin venir ningún otro puñetero día que no haya sido viernes! ¿Se puede saber qué coño haces el resto de la semana?
—Trabajo en una tienda de cara al público y al mismo tiempo estoy estudiando la carrera de Periodismo. ¿De dónde quieres que saque el tiempo para dedicarte toda mi atención? —le recriminó Marta. Entonces volvió a dirigirse a Mahir con actitud hostil—: ¿Y tú qué? ¿Tienes algún problema con que a mí sí me guste esa mierda reggaetonera que dices? ¡Y es Bad Bunny,ignorante! —El aludido no dijo nada y volvió a mover la barra de arriba abajo—. Pero, mira, ahí tienes a una «chica» a la que tampoco le mola nada este tipo de mús… —Había pretendido señalarla con la mano, pues se suponía que se hallaba a su espalda, pero entonces comprobó que había desaparecido—. Pero ¿dónde se ha metido ahora esta mujer?