Locura: esa era la palabra más cercana o más completa para describir la situación por la que un mundo tranquilo había transitado para convertirse en un total descontrol lleno de ironía y masacre.
Demonios: esos fueron los seres que se levantaron de los más putrefactos avernos con el único objetivo de acabar con todo vestigio de esperanza.
Nadie sabe a ciencia cierta cuándo se empezó a medrar la maldad ni cómo se inoculó la infección al plano terrenal, mas lo cierto era, y con creces fue manifiesto, que se trataba de una de las mayores amenazas a las cuales la humanidad se había enfrentado. No trataban con otros hombres ni con la inexorable ira de la naturaleza, sino con los mismos enemigos de la esta última. Aquellos cuyo sagrado inicio fue corrompido por el ego, el más execrable de los pecaminosos deseos, queriendo tomar el lugar de La Sagrada Doncella, miembro de la Sacra Familia, y por ello exiliados fueron de los sacrosantos cielos, por la misma Madre de Madres, y abiertos agujeros insondables en los anales del cosmos donde se escondieron para ocultar su impureza de la ira de las huestes celestiales, querubines, ángeles y arcángeles, tronos y potestades, quienes vieron machacado su nombre y estatus por el actuar blasfemo de estos minoritarios impertinentes.
Todo pareció tener inicio en todos lados al mismo tiempo, sin embargo, una fue la historia más relevante, la más grande batalla de aquel momento. Se trató de un evento que tuvo sitio cerca de Pradera Herbácea, sobre la marca del Muro Continental, norte del país más al norte, límite oriental del mundo, donde el hielo impera año sí y año también. Allí dos ejércitos se enfrentaron, tratándose de una fuerza invasora contra una defensora. Nortia fue el nombre de un territorio soberano, antaño, famoso por tener uno de los ejércitos mejor entrenados, siendo sus elementos entrenados desde tempranas edades, empezando no mayores de siete años a preparase en el arte de la pelea y el asesinato.
Dentro de aquel ejército hubo un jovencito que lo dio todo, no siendo él más que un cadete promedio. Su arte con la espada le fue suficiente para ser ascendido a soldado, y quedaba pendiente a lo que fuere el siguiente desafío bélico para su patria. Lastimosamente para él, está invasión fue lo primero que vio como soldado. De hecho, su primer trabajo como profesional. El último que hizo como Nortiense, pues dicho país desapareció después de aquello.
Formado en su centuria, vio llegar la carga de los invasores y tuvo miedo. Recordó en ese momento lo que decían algunos rumores, ya que la versión oficial de los mandos afirmaba que el reino enemigo quería poder, mientras que algunas versiones consideraban la posibilidad de que el reino enemigo tuviera miedo, haya pedido ayuda, y los magnates de Nortia simplemente no se creyeron una sola palabra de aquella supuesta sublevación de los muertos y se negaron ante lo que en aquel entonces sonaba como una sandez.
La pelea comenzó, y con pavor, alzó su espada y mató. Muchas veces había practicado el asesinato, pero nadie le advirtió del lado humano que hay en la muerte: cuando los enemigos piden piedad, o la cara llena de miedo de quien ha sido atravesado por el acero, e incluso las lágrimas de quien pelea férreamente; nadie puede ser preparado para ello.
Aquella batalla fue no menos que una masacre. Lo peor, es que pronto todos se dieron cuenta de que pudo haber sido evitada, e incluso, el mejor escenario habría sido que ambos ejércitos se juntasen para combatir juntos la amenaza mayor que en aquel momento ignoraban, o, dicho más puntualmente, la amenaza mayor de la que los Nortienses se habían burlado. Una vez más, el poder que da el dinero cegando el juicio de quien lo porta.
La batalla acabó y entonces advirtieron que detrás del ejército invasor venían cientos y miles de personas, nada más que villanos, aldeanos, gente del campo. Pertenecientes a la nobleza en aquella gran movilización civil solo habían unos cuantos hombres imposibilitados o ineptos en la lucha, de ahí, solo niños y damas. Cuando el marqués dio la orden de acabar con toda esa gente, los cansados soldados no movieron ni un músculo. Bueno, eso es mentira, ya que un adalid sí se movió, solo para decapitar al marqués.
Era obvio que toda esa gente se había movilizado por alguna clase de necesidad, si no, ¿Por qué habrían de exponerse de aquella manera? Algunos perturbados, otros temerosos, otros tristes o con rabia, mas cada testimonio fue igual: «Los muertos se levantan de sus tumbas para unir a los vivos a su ejército sin vida». Y cuando se les preguntó por el resto de sus compatriotas, porque era imposible que aquella cantidad de gente y soldados fueran la totalidad de una nación, la interrogativa fue respondida por un anciano, unas palabras que resuenan en aquel joven guerrero hasta día de hoy: «Solo somos las sobras».
Tal vez alguien del clero, o un perturbado, o un emisario de lo alto, es algo difícil de determinar, dijo en ese momento que la muerte de aquellos que pelearon por una causa justa serían llevados al «Paraíso», y que los santos serían indulgentes con los ignorantes y manipulados. Esta fue una promesa de alto impacto en el futuro.
Así pues, cuando aquella batalla había terminado, y los ahora refugiados eran guiados por los propios soldados hacia un lugar seguro, alguien divisó que de los cadáveres que habían quedado en el campo, algunos se habían levantado. El joven guerrero al que hacemos mención, fue uno de esos cuantos que vieron con sus propios ojos como esto ocurría: El despertar de los muertos. Tanto muertos enemigos como aliados se levantaron de su sueño eterno del cual no debían despertar, no como ellos mismos, sino como algo herético.
#1927 en Fantasía
#2530 en Otros
#192 en Aventura
magia aventuras accion viajes, amor predestinado, mujer invidente y hombre guerrero
Editado: 25.11.2024