Sangre y Lealtad: La última resiliencia

Luchador Sin Rumbo

¿Cuál era su propósito de estar aquí, en su actual posición? ¿Cuál era su propósito de estar aquí, con vista a seguir adelante?

Una mala decisión, esa era la razón de todo esto. Nada de dioses ni religiones, solo un cúmulo de malas decisiones. Un niño asustado que no tenía muchas opciones, solo unas menos peores que otras. Recuerda que robar para sobrevivir le era una constante tentación mucho antes de que la ira de los avernos se desatase sobre los hombres. Recuerda como todo tenía un precio, uno muy elevado por el que no podía costearse cosa alguna. Cubierto en lodo, en las eses de otros que en igual condición se escondían en los mismos recovecos que él, agua sucia, y pestes más allá de su conocimiento. Recuerda que aquello, a pesar de ser literalmente estar en la mierda, era un recuerdo extrañamente tranquilo a pesar del hambre de aquel entonces.

Luego de cumplir la edad necesaria para elegir una profesión, alguien en la calle lo tomó violentamente y lo llevó a alguna especie de centro junto a otros apresados que tenían la misma edad que él en ese momento. Sintiéndose como un condenado debido a la gran cantidad de crímenes que había cometido siendo un niño de las calles, su cabeza formaba espantosos escenarios que iban encaminados a la idea de que el momento de pagar sus crímenes había llegado.

Ahí encarcelado, sintiendo el frio y húmedo piso en el trasero desnudo, Asem vio llegar a una persona vestido de lino fino y caro, y a otra, musculosa y de mirada adusta cuya cicatriz en la nariz resultaba morbosa. Al notar que ambos posaban las manos sobre él, quedó confundido ante la grandísima diferencia de las dos personas que quería apoderarse de él.

—Elije muchacho: prostitución o ejército.

Sin importar lo que eligiera, se trataban ambas de una mala decisión.

Recordar aquel día y los años posteriores le cegaba el juicio, por lo que desechó aquellos pensamientos.

La razón por la que estaba aquí, era porque así las gentes lo habían querido, pues lo llamaban o le señalaban caminos llenos de sangre y lugares atestados de putrefacción. No es que él fuera a limpiarlos, no era su área de trabajo, sin embargo, si para ello se debía exterminar el mal, sin dudas él era la mejor opción.

Vagar por las tierras matando monstruos y esperpentos desde que la maldad se inoculó al plano terrenal ha sido su único norte desde entonces. No conocía ninguna otra cosa que no fuera la miseria y la lucha, por lo que no podía pedir trabajo en otra cosa. De cualquier forma es bien pagado, por ello no encuentra una intrínseca necesidad para cambiar de profesión a estas alturas de su madura vida.

Asem inhaló profundamente antes de levantarse y salir de su estado ensimismado. Podía escuchar el terror. El sonido era uno que cualquier persona podría escuchar si estaba cerca, el bajar rápido del rastrillo cuando se detectaba una amenaza para el torreón. Característico, pues, se cortaban de un tajo las cuerdas de los contrapesos y el pesado metal cae a tierra. Todos saben que eso no es una buena señal. A ello se le aunaba el griterío de aquellos que habían quedado fuera del torreón, a la intemperie, a merced de la locura. Era ahí cuando Asem definía aquello como el «ruido del terror». Ciñó el cinto de la espada, tomó los frascos que había preparado y salió de la posada.

Todos los que estaban en el primer piso estaban atónitos por aquel ruido y la creciente cantidad de personas corriendo, Asem ignoró el estado de conmoción general, saliendo presuroso a encarar sea lo que sea que estuviese turbando la paz.

Ni siquiera estaba seguro de si tras derrotarlo habrá una recompensa. Pero de cualquier manera lo hará, pues, ¿qué mierda se supone que va a hacer si no?, no es como si estuviera planeando algo para esta mañana… para la tarde, ni para el día, ni siquiera el mañana, la semana, el mes…

Se encontró con la escena de siempre que ocurren estos casos, con las personas de afuera gritando por ayuda, el polvo levantado por la turba que había huido de la plaza de la entrada al torreón, hallándose sin manera de pasar al otro lado. Miró hacia arriba, y vio que desde el adarve bajaba una escalera de piedra por la que empezaban a subir soldados armados con laza y arco. Sin meditarlo mucho decidió ir allí y subir, viéndose sin ninguna resistencia por parte de los soldados ni de ninguno de los adalides. Cada uno le conocía, y sabían que la mejor forma de ayudarle era no estorbando.

Una vez arriba notó como vibraba por los repetidos golpes de los desesperados en el rastrillo, se acercó al parapeto de las almenas y desde allí oteó, en un intento de comprender cuál era la razón de todo aquel alboroto, y he aquí que al segundo comprendió la situación en su totalidad a pesar de la espesa niebla que se estaba formando y ya no dejaba ver las cabezas de los que imploraban en la entrada para que les dejasen entrar. Miró entonces a la derecha y a la izquierda, analizando detenidamente como la niebla se explayaba por todo el campo santo, con especial atención en la velocidad que esta reptaba en la arista entre la tierra y el paramento exterior de la gran muralla que se extendía hasta donde la vista no daba para más.

Asem puso un pie sobre la almena y se impulsó hacia abajo, una caída de poco más de treinta metros. Al aterrizar lo hizo con ambos pies, dejando un enorme cráter de tierra resquebrajada. Desde arriba, los soldados que habían visto el salto y como la niebla cedía un poco por los vientos generados por el impacto, antes de que esta volviera a tapar la vista, miraban a aquel hombre que se incorporaba como si nada mientras afirmaban: «No es humano».




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