Kátoinferis.
Tercera persona.
Dos días antes del secuestro.
El kátoinferis fue creado por orden mayor del superior, así como en muchas culturas existe el cielo, el olimpo, etc., en la este universo existe algo más poderoso, se llama Eskiphus, un lugar sagrado, donde solo pueden entrar las deidades celestiales. Laxus es el lugar donde habitan los seres de agua, específicamente, es el camino de magia que se extiende alrededor de las cuatro casas más poderosas del universo denominado: Sylhest. Y, por último, tenemos el lugar donde arde la maldad, el lugar que el Sargón dirige, el kátoinferis, la tierra poseída por los seres diabólicos.
—Mi señor— uno de los fieles sirvientes del Sargón entro a su alcoba. La apariencia de la mano derecha del líder era aliñada, era como un perro domesticado dispuesto a morir por su amo. Su nombre era Bel, con el cabello gris largo, los ojos malva, la piel totalmente pálida y las alas negras. —Tengo noticias sobre el Eskiphus.
El Sargón se dedicó a mirarle por un breve instante por el espejo oscuro que brillaba. Aquel cuerpo se mantuvo de pie, quieto analizando a Bel, luego siguió abotonando la manga de su traje, pasivo.
—¿Qué sostienes?
—Capturamos a uno de los espías, no se ha identificado, pero le sacamos la verdad— informó—, le interesará, mi señor. Afirma que Yahveh infiltró a Desre en el mundo mortal.
Desre era uno de los celestiales más poderosos que existían, era lo contrario a Bel, la mano derecha del gran líder, santo y poderoso Yahveh. El Sargón se detuvo girando levemente su cabeza.
—¿El mundo mortal?
—Sí.
—¿Por qué?
—Al parecer, mi señor, está ayudando a una gárgola, la reconocen como Akira.
—¿En qué la ayuda, Bel?
—No lo sabemos, mi señor, creemos que sigue a un ptósi.
—Eso suena interesante— Sargón volvió a mirar su reflejo, oscuro y siniestro. Él quería saborear con su propio placer lo que era tener el grial, un arma tan poderosa que nadie en el universo merecía, un arma que podría destruir los reinos al mismo tiempo solo con un movimiento. —¿Dónde mantienen al espía?
—En la bóveda, mi señor.
—Quiero verlo.
—Por supuesto.
Bel llevó a su rey a las tediosas bóvedas, donde los silent que eran una legión de guardias de aquel lugar, les dieron la bienvenida, agachando la cabeza ante el supremo. Ellos no podían hablar, su único deber era servir, era parte de su castigo.
Al fondo, en la oscuridad los seres siguieron caminando hasta oler ese aroma que les parecía asqueroso, el de las gárgolas del Eskiphus, pero claro está, el Sargón no iba a darlo a conocer, aunque le parecía repugnante, no se quitaría ese don de engañar de encima.
Fídi se mantenía latigando a la gárgola, sus alas estaban completamente rotas y cada grito le destrozaba la garganta, sus orejas puntiagudas no recibían sonidos, estaba acabado.
Sargón levantó la mano y Fídi detuvo su acto, Bel le exigió que se fuera, cosa que ella acató. El espía levanto su cara, ensangrentada como el mismo redentor, sus ojos platino se alzaron y congelaron al tiempo al notar al rey de las sombras, un pánico indescriptible trituró su alma.
—¿Cuál es tu nombre? —habló el Sargón con voz frívola, lejana, seca y malévola.
—Mordius…
—Mordius— repitió el nombre como si le pareciera ridículo—. ¿Por qué las gárgolas están siguiendo a una humana?
—Ella… ella tiene algo especial.
—¿Qué es?
—No lo sé, señor.
—¿Señor? —lo imitó el rey y luego soltó una risa áspera, haciendo que a la pobre gárgola se le tensaran los huesos de las alas— que hipócrita, Mordius.
Cuando el Sargón decía su nombre, a Mordius le pasaba un escalofrío por todo el cuerpo, era como si lo estuviera maldiciendo o peor aún, aceptando en su legión maldita. El caso es que, un no lo sé, no era suficiente para el rey de la oscuridad, no, eso si que no. Lo tenía todo, o no tenía nada.
Las Tweedias completas, se daban en Sylhest cada tres inviernos, las primeras noches salían de caza, al mundo mortal, las primeras especies— las más inferiores— es decir, los licántropos, vampiros y vrykólakas se alimentaban destripando humanos de las montañas. Los seres del kátoinferis habían esperado demasiado para poder merendar, y era en lo único, en lo que los del Eskiphus no podían interferir.
El Sargón pensó: Si lo hechizo, notarán el olor y no lo dejarán entrar. Así que, decidió llevar a cabo un plan, que, para él era muy simple.
Tocó a la joven gárgola que estaba arrodillada y vio toda su vida, sus miedos, sus dolores y sobre todo sus deseos.
«Es tan fácil», pensó el Sargón.
—Mordius— lo llamó con cierta sorna— te he tenido paciencia y piedad, algo que normalmente no está en mis cualidades como puedes ver— señaló— por tal, harás algo por mí.
—¿Q-qué? —tartamudeo lleno de pavor.
—Esto es lo que pasará, tienes un hermano menor y un linaje bastante pequeño.
—No les hagan daño— suplicó removiéndose— por favor.
—¿Cómo es su nombre? ¿Lígo?
—Ellos no tienen nada que ver…
—Lo tienen todo que ver— ladeó la cabeza— yo quiero imaginarme la cara de Yahveh cuando se enteré de que tú has querido el poder de su mano derecha— los ojos de Sargón brillaron con maldad— ¿Qué pensaría tu lord?
Al ver que la gárgola no respondía el líder hizo que lo mirara fijamente a los ojos, implantando una imagen de su familia muerta desangrándose.
—¡Haré lo que quiera! —se exasperó ante tales figuras, moviéndose con más brusquedad— pero no toqué a mi hermano, lo haré, haré lo que me pida.
—Lo sé— asintió el rey— lo que harás será algo muy sencillo, me traerás información de porqué quieren a la mortal y lo siguiente, me dirás cada plan que ellos ideen, ganándote la confianza de los mas cercanos al líder de los Eskiphus.