Sayre's Chronicles: Un nuevo Amanecer

Capítulo II - Arco

Celestine entró en su habitación como de costumbre. Amaba el olor a fresas que desprendía una pequeña vela ubicada en la mesita de noche de su aposento. Siempre ese pequeño espacio era su refugio, su sitio seguro en la mansión Sayre.

Rodeada de lujos debido a ser la favorita de su padre Eydolon, nunca le faltaba de nada. Celestine siempre aprovechaba ese estatus para obtener siempre lo que deseaba. Desde ropas caras hasta libros que solo podían ser reservados para el mejor postor. Dejó el libro que tenía en uno de los cientos de cajones para mirarse al espejo.

Celestine tenía alrededor de sesenta años élficos, lo que equivalía a poco más de veinte en términos humanos. En su raza, la juventud se alargaba como si el tiempo tuviera paciencia. Su cabello era de un color rojizo intenso, largo hasta la cintura y trenzado en dos coletas que caían sobre sus hombros. Sus pómulos eran altos y marcados, una mandíbula bien definida, la nariz recta y unos labios carnosos de tono natural. Sus orejas eran largas y puntiagudas, suaves en la base cubiertas por finos cabellos. Su altura estaba alrededor de un metro ochenta, con un cuerpo esbelto con musculatura discreta y una cintura definida dejando unas piernas largas. Su piel era de un tono oliva claro, pecas finas en nariz y mejillas con una cicatriz en el ojo izquierdo que le recorría toda la mejilla. Siempre que miraba esa cicatriz se preguntó qué mal le había hecho a su padre para merecerla.

Vestía siempre una túnica en tono oscuro reforzada con pequeñas placas de Mithril y cuero curtido. Portaba guantes sin dedos, unas botas altas con hebillas doradas y una capa corta con interior forrado de piel.

Celestine amaba siempre su físico. Lo cuidaba a todo detalle, realizando entrenamientos regulares que le ayudaban a tener una buena resistencia no solo para sus brazos, sino también para evitar el cansancio. Muchos nobles ni siquiera se dedicaban a entrenar, quizás incluso se pensaba que solo su familia era la única que mantenía a sus hijas en un buen estado de salud para lo que pudiese ocurrir.

Una vez terminó de arreglarse, miró a través de la ventana la capital del reino. Eärendil era una ciudad hermosa. Sus casas, talladas en piedra blanca que relucía bajo la luz del sol, se alzaban con elegancia entre jardines y fuentes cantoras. Torres finas como agujas tocaban el cielo, adornadas con estandartes plateados que ondeaban suavemente con la brisa.

Los árboles milenarios se entrelazan con la arquitectura, como si la naturaleza misma hubiese decidido vivir en armonía con los altos elfos. Las calles, pavimentadas con cristal bruñido, reflejaban el azul del firmamento, haciendo que cada paso pareciera flotar sobre un río de luz.En el corazón de la ciudad se erguía el Palacio de Santa Lumina, cuyas cúpulas transparentes contenían jardines celestiales y salas bañadas en luz dorada. Era un lugar donde el tiempo parecía detenerse, y la belleza era tan pura que dolía.

Celestine siempre había amado ese lugar. Había visitado Vallis Lucis, Thura Nagrom e incluso el Pico Falsa Aguja, pero nada le impresionaba en comparación a la capital de su raza. Despegándose de la ventana, abrió la puerta de su habitación y caminó en dirección a los aposentos de su madre. Quería proponerle algo que siempre estaba esperando, pero no sabía si recibiría el apoyo necesario.

Mientras paseaba por la mansión saludaba a los criados, y ellos a su vez la saludaban. Era una diferencia clara respecto a Amelia. Pues ella era la joya de su padre, aquello más preciado que tenía. Llegó a la puerta de los aposentos de su progenitora. Tocó la puerta y esperó a la señal.

-“¡Adelante!”.- se escuchó desde el interior.

Celestine abrió la puerta y pudo vislumbrar a su madre ordenando ropa de viaje. Una de sus cejas se puso en duda al ver tanto las maletas como aquella vestimenta que solo sacaba para circunstancias especiales.

-“¿Os dirigís a algún lado, madre?”.- preguntó Celestine.

-“Oh. Querida hija, tu padre ha decidido hacer un viaje para toda la familia. Ya te dirá más con el paso del día.” .- dijo su madre mientras colocaba la ropa.- “¿Buscas algo?”

Celestine dudó con la cabeza, no sabía que se iban de viaje. Quizás debería de preparar algo de ropa para el susodicho viaje sorpresa que le esperaba.

-“Sí madre. Pero antes de nada, ¿qué es ese viaje específicamente?”.- preguntó Celestine.

“Nos iremos a Vallis Lucis en unos días, la metrópolis de Fendaria. Visitaremos a unos amigos-”- dijo su madre.

-“Vaya, otra visita a amigos que no volveremos a ver” .- pensó Celestine.

Suspiró al notar que claramente tenía que ir forzada. Aunque un poco de bailes ceremoniales y vestirse como una princesa le causaba gracia e incluso conformidad, preferiría dedicarse a practicar con su arco o ir al albergue real a jugar con sus animales.

-“Ya le he comentado a los sirvientes que preparen nuestras cosas. Así que tranquila. Dime, ¿que querías?” .- le preguntó su madre.

-“Ah, bueno. Verás, llevo un par de meses pensando y; quiero saber si me darías el apoyo necesario para montar una escuela de arquería” .- lanzó Celestine.

Su madre dejó de colocar la ropa para acercarse a su hija y revolotear un poco su pelo. Su madre era literalmente una copia perfecta de Celestine, solo que más mayor; mientras que Isabelle era calcada a su padre,ella poseía el color rojizo que tanto caracterizaba a su madre mientras que su otra hermana un rubio más parecido al de Amelia.

Tras eso Thessalia le dió varios besos en la mejilla para sonreír ampliamente demostrando un lado cariñoso que pocas veces veía si estaba su padre delante. Para Celestine, su madre lo era todo en esta vida, su sentido de lucha y de vivir.

-“Cariño, ya sabes que siempre te apoyaré en todo lo que hagas, pero ahora mismo eso es un capricho. Además eres muy joven, tienes sesenta años” .- le explicaba su madre-. “En unos años te casaras con el que te pida la mano y ahí podrás montar lo que veas necesario.”




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