Los rayos anaranjados del sol anunciaban la caída del mediodía y el ascenso del atardecer. La biblioteca de la casa Sayre era enorme. Cientos de estanterías estaban colocadas de manera milimétrica divididas por temática para que no perdieras nada. A veces Isabelle encontraba allí a sirvientes, cocineros reales y muy de vez en cuando algún artista que tenía permitido moverse por ciertas partes de la mansión.
Vestía su atuendo azul claro y plateado con bordados dorados. Un collar con un colgante rojo y dorado en el centro del pecho y partes de placas de Mithril con bordados de plata para dar sensación de orden. Cualquier persona que viera a Isabelle, estaba viendo el reflejo de su padre pero en un género distinto.
Isabelle tenía la forma del rostro alargada, una mandíbula perfecta y pómulos pronunciados. Sus ojos eran grandes y expresivos de color azul, que transmitían una sensación de dulzura y belleza que nada tenía que envidiar a otras elfas del reino. Sus orejas eran puntiagudas como las de su padre, y el cabello rubio con un tono dorado largo hasta la cintura.
Medía lo mismo que Celestine, su hermana mayor. Siempre estaba con la postura erguida y todos sus movimientos eran calculados con precisión. Su abuela siempre la corregía hasta en el mínimo detalle. Ella era perfecta, como una aguja. Precisa y ordenada, eso era lo que siempre quería que viesen.
La misión de hoy de Isabelle era estudiar un poco de magia elemental. Gracias a la fortuna de su familia, siempre en la biblioteca encontraba los mejores libros relacionados a estas artes mágicas que tanto cosechaba desde que era pequeña. Su abuela es a día de hoy la Archimaga del Círculo e introdujo a Isabelle en los estudios mágicos desde temprana edad.
Sus ojos buscaban el libro deseado por las estanterías, hasta encontrar el deseado. Con un movimiento preciso y calculado tomó el libro sentándose en uno de los pupitres de la biblioteca. Las primeras páginas hablaban de los fundamentos: cómo cada elemento estaba vinculado al Tejido de Mirith y a su vez a las emociones. El fuego con la pasión y la furia; el agua con la calma y la melancolía; el aire con la curiosidad y la libertad; la tierra con la paciencia y la firmeza. Isabelle leía con fascinación, entendiendo que dominar un hechizo requería más que técnica: requería sentir.
Por suerte, los altos elfos son diestros en la magia, y gracias a sus estudios era capaz de replicar un par de hechizos básicos. Aumentando más la lectura en el libro, vislumbra uno que le parecía curioso usar.
-“Un poco de fuego”-pensó Isabelle.- “Veamos.”
Leyó el hechizo con exactitud y comenzó primeramente a copiar los movimientos de las manos. Para un usuario mágico, las manos eran lo más importante. Recordaba sus clases en la Universidad de la Hoja. Su profesor siempre le corregía el uso de sus dedos, pues el arte de conjurar, cada gesto debía ser exacto y natural, como si el alma se expresara a través de sus yemas.
No bastaba con replicar un movimiento: la magia respondía a la intención sincera, al latido emocional que lo sustentaba. Mientras que la magia arcana era templanza, la magia elemental eran sentimientos. Isabelle cerró los ojos, recordando la pasión que representaba el fuego. Sintió el calor surgiendo desde su pecho mientras gastaba un núcleo, como un recuerdo encendido, y al extender la mano, sus dedos danzaban con elegancia, donde aparecieron cuatro pequeños chorros de fuego de sus dedos que controlaba como si fueran velas.
-“Me servirá”.- dijo Isabelle. “Aunque ya he gastado un núcleo en esta tontería.”
Se dejó de concentrar cortando el flujo entre ella y el Tejido haciendo que su hechizo desapareciera. Aunque había sido sencillo, decidió tomar ciertas notas, seguramente esto le sirviera a futuro. Más conocimiento siempre es más poder.
Dejando el libro en el mismo lugar donde lo encontró, vislumbra aquellos rayos naranjas que ya reflejaban la entrada de la noche. A estas horas, Amelia y Celestine deberían estar entrenando en el patio de entrenamiento. Pensándolo dos veces, no le agradaban mucho las armas que usaban. ¿Quién en su sano juicio usaba espadas y arcos para combatir? Sólo los bárbaros. La magia tenía dos de las cosas que más amaba, perfección y belleza. Nunca un hechizo era lanzado a la ligera. Siempre era premeditado, pues los núcleos eran escasos y tenían que usarse en situaciones específicas.
Se abrió paso hasta el patio de entrenamiento, donde encontraría a sus dos hermanas, Amelia y Celestine.
- “Te dije Amelia, que soy mejor con el arco. Aunque las espadas no están mal, prefiero la distancia.” -dijo Celestine.
- “¿Y qué haces si te quedas sin flechas? Siempre tienes que tener un plan B.”
-“Pues ahí ya sacaré mi daga. Pero existen hechizos que te dan flechas indeterminadas por un periodo de tiempo.”
-“¿Y de donde sacas ese hechizo? ¿Acaso sabes de magia?”
“Más que tu seguro.”-le dijo Celestine.
Isabelle se sentó justo en un banco de piedra que había en el patio de entrenamiento escuchando la amada armonía de la familia. Una discusión sin igual donde Amelia defendía que la espada era siempre mejor que un arco, y viceversa.
Como de costumbre estaban peleando. Nadie era capaz de separar a esas dos cuando se comparan los estilos de combate.
-“El arco permite una mejor soltura. Mantienes la distancia con el objetivo y atacas sin tener que estar al alcance de una espada.”
-“¿Y qué? ¿Sabías que las espadas nunca se rompen? Una flecha se parte con facilidad.”
-“Error a eso, hermana.” -interrumpió Isabelle.
La joven elfa se levantó mientras se acercaba a su par de hermanas con ligereza. Sus pasos eran medidos hasta llegar a la altura de ambas.
-“Si alguien con un martillo le da a tu espada, esta se mella y no corta como es debido.”- explicaba Isabelle.- “Y por otro lado, si una flecha cae en un escudo, es inutilizada. Aunque ambas potenciadas con magia serían la fórmula perfecta para un ataque letal”.
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Editado: 26.07.2025