El día finalmente había llegado. Isabelle se encontraba en la proa con Celestine y Amelia. Isabelle entrecerró los ojos, el viento le despeinaba con suavidad mientras se aferraba al pasamanos, como si así pudiera atrapar todo lo que veía. A lo lejos se veía la imponente ciudad de Vallis Lucis. Conforme el barco llegaba a destino, el trío de chicas podían notar como en el muelle había cientos de barcos, desde los pequeños a remo a enormes barcazas como los temibles buques de guerra. Pero algo les llamó la atención. En el cielo, alrededor de las nubes, varios vehículos de forma ovalada se desplazaban con hélices a los lados. Flotaban sin esfuerzo aparente, emitiendo un zumbido constante y silbidos de vapor que se mezclaban con el canto de las gaviotas y el bullicio del puerto. Algunos tenían cristales tintados en el frente, como ojos observadores, y tubos que exhalaban ráfagas de humo blanco, dibujando remolinos en la atmósfera. Era extraño ver esas figuras en el aire. Quizás eran nuevos inventos que los humanos habían desarrollado.
En las murallas de la ciudad hechas de piedra, aparecían tuberías que serpenteaban los muros. Las torres de vigía reemplazaron sus arqueros con guardias que portaban una especie de trabuco mucho más refinado que el creado por los enanos hace décadas. Conforme se acercaban, notaban como también la vestimenta cambió. Algunos habitantes seguían luciendo túnicas de lino, pero algunos daban a entender que se decantaron por el cuero reforzado con remaches metálicos; cinturones cargados de herramientas, relojes de bolsillo encadenados al chaleco y gafas con lentes tintadas que descansaban sobre gorras con visera duras. El aire tenía un aroma a aceite y vapor, como si el alma de la ciudad hubiese sido transmutada.
-“¡Chicas! ¿Estáis listas?” - la voz de Eydolon anunció el nuevo paso que darían a la metrópolis de Fendaria. Su padre salió del interior del barco para saludar al trío y observar a la ciudad por un segundos - “Es sorprendente. Por mucho que odie lo que han hecho, los humanos siempre consiguen impactarme.”
-“Padre, ¿qué son esas cosas que vuelan?” - preguntó Isabelle mientras señalaba uno de los globos aerostáticos con hélices en el cielo.
-“Los llaman, Nimbélix. Ingeniería humana.” - explicó su padre - “Los humanos y enanos tienen menos núcleos mágicos que otras razas, y dijeron que la magia era muy limitante en muchos aspectos, así que ahora se decantan más por esos inventos.”
“Vaya.” - dijo Isabelle con una expresión de sorpresa mientras miraba aquellos vehículos aéreos. Desde pequeña siempre había estado inclinada a la magia, pero no le importaría montar en estos nuevos métodos de transporte.
Tras una hora, el barco llegó al puerto de la metrópolis. Los criados comenzaban a desembarcar con todas las maletas, mientras que Isabelle esperaba que toda su familia estuviese en orden para marchar. Mientras Isabelle bajaba del barco, sus ojos se toparon con una visión tan insólita como fascinante: un vehículo de metal y madera, con ruedas gruesas adornadas con engranajes giratorios, se abría paso entre el gentío del puerto. No era tirado por caballos, sino impulsado por un complejo sistema de tubos, pistones y calderas humeantes. Del centro del carromato surgían columnas metálicas que exhalaban vapor a borbotones, y en la parte superior, un conductor con gafas de cristal tintado manipulaba palancas y válvulas con precisión casi coreográfica.
Los laterales del vehículo estaban decorados con placas de latón envejecido, remaches visibles y pequeños detalles en cobre que brillaban bajo la luz del sol. El motor, visible en su estructura abierta, chisporroteaba con energía contenida, como si estuviera vivo. La máquina extraña lanzó un chillido donde Isabelle tuvo que taparse los oídos. No estaba acostumbrada a esas máquinas, y menos a enfadarlas. ¿O acaso tenían vida?
“Buenos días, mi lady. ¿Transporte?” - dijo el maquinista.
Isabelle no supo qué decir. ¿Iba a montarse en esa cosa? La curiosidad era parte de su psique. Amaba conocer nuevos encantamientos o formas de combate, pero no se fiaba de las nuevas máquinas que hicieron los humanos. Pensativa, buscó a su padre y le realizó varias señales para que se acercara.
“¿Pasa algo, Belle? - preguntó Eydolon de manera cariñosa.
“Papá, ¿este es nuestro transporte?” - preguntó mientras señalaba al maquinista.
Eydolon giró su cabeza para contemplar la maquinaria. Claramente era extraña, pero si no tenían carromatos con caballos, no quedaba otra que montarse. Igualmente estaba buscando a alguien que llevase a su familia al barrio real de Vallis Lucis, así que aprovechó la oportunidad.
“Si cariño. Caballero.” - dijo Eydolon mientras se acercaba al maquinista - “¿Podría llevarnos al barrio real de la ciudad?”
“Si claro, le doy mis tarifas” - dijo el maquinista mientras sacaba un papel con una lista y se lo entregaba a Eydolon - “En mi carro entran seis personas. Incluido equipaje en la parte de atrás”
Isabelle miró de reojo el papel medio arrugado con las tarifas. Acercarse a los suburbios costaba cuarenta fendaris, y conforme subía la mirada aumentaban los precios hasta llegar al barrio real; allí donde los humanos veían dinero, se aprovechaban lo máximo de todo el mundo. El viaje al barrio real era de quinientos fendaris, y por cada maleta cien fendaris. Su padre ni siquiera mostró duda, sacó de su bolsa las monedas necesarias y se las entregó al maquinista.
-“Isabelle, dile a los criados que suban tus cosas y la de tus hermanas aquí. Nosotros iremos detrás vuestra.”
-"Sì, padre.” - dijo Isabelle mientras buscaba con la mirada a los sirvientes que se encargaban de esa tarea - ¡Por aquí, vosotros! Colocar nuestras maletas.
Los sirvientes alzaron la mirada hacia la segunda hija de Eydolon y sin más dilación, comenzaron a arrastrar el equipaje de cada hermana dentro del compartimento de la máquina. Isabelle no pudo dudar en ese instante cómo se sentía. Era una sensación extraña, como si cierta parte de sus energía fallasen. Su abuela ya le había advertido que en Vallis Lucis la magia estaba mermando por culpa de la tecnología. En su hogar fluía sin problemas. Como un viento huracanado que encontraba su sitio en el mundo. Pero en este lugar, parecía huir. Era como si fuesen en contra de la naturaleza, parecido a un animal que ve su hogar cambiado y decide exiliarse para nunca volver.
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Editado: 26.07.2025