Se ama pero no se compra

Capítulo IV. Bienvenido al infierno

Ajenos a los problemas que pudieran preocupar al resto de los morales, en el microclima Nielsen, esa burbuja que rara vez permite filtraciones, continuaba la búsqueda por superar el cimbronazo que trajo aparejado el final del cuatrimestre.

Por mucho que intentara darle vueltas al asunto, y se atormentara con cientos de interrogantes carentes de respuesta, Martina se propuso ignorar sus sentimientos y refugiarse en el seno familiar, más específicamente, en las charlas eternas con su tío, que la aconsejaba –no siempre del modo adecuado- y la incentivaba a retomar la senda de los estudios que era, en definitiva, lo que le garantizaría un futuro y promisorio, y alejarse, aunque doliese, aunque fuera injusto, de los chicos problemáticos que solo le causaban tristeza y decepción.

—¡Menos mal que te encuentro! —dijo Sofía acercándose a la piscina, donde Martina disfrutaba del agua climatizada en una tarde gris de invierno.

—¡Sofía! —vociferó con una sonrisa—. Ven, el agua esta preciosa.

—Necesito hablar contigo de algo muy importante.

—Te escucho —dijo con un gesto adusto, sorprendida por la desesperación que parecía guiar a su amiga.

—Sucedió algo terrible con Santino.

—¿Y por qué me lo cuentas a mí? —preguntó antes de sumergirse por completo, fingiendo un completo desinterés.

—Lo expulsaron de la Universidad —dijo apenada.

—Pues… lo siento mucho pero no sé qué tiene eso que ver conmigo.

—Lo echaron por lo que ocurrió aquí, en tu cumpleaños.

—¿Eso es legal? —preguntó frunciendo el ceño.

—Parece que sí porque la decisión ya fue tomada.

—Tal vez ahora aprenda a no meterse sin permiso a una casa.

—¿En serio no te importa ni un poco? —preguntó abriendo los brazos de par en par.

—No es problema mío, ni tuyo —respondió vehemente—. Además, no sé qué pretendes que hagamos.

—Podemos hablar con los directivos y pedirles que revean la decisión; que todo se trató de un mal entendido.

—¿Ya te olvidaste cómo golpeó a Hernán frente de todos los invitados?

—¿Y le preguntaste a Hernán por qué Santino vino hasta aquí directamente a golpearlo?

—¿Ahora resulta que la culpa es de la víctima?

—Solo digo que lo que pasó no tiene ningún sentido —se excusó—. Lo único que justificaría la reacción de Santino es, en esencia, una puñalada por la espalda, una traición.

—No se me ocurre nada que pudiera haberlos enemistado de ese modo.

—¿Nada? —preguntó abriendo enormes sus ojos y esbozando una sonrisa—. ¿En serio crees que Santino está enamorado de mí y no de ti?

—La carta que te envió no dejó lugar a dudas.

—¿Y qué tal si se trató de una broma?

—Explícate.

—Un juego, una sonsera de las que a menudo hacen los hombres para divertirse y luego se salió de control porque algunos, de modo desleal, lo usaron en beneficio personal y en detrimento de los otros.

—Entiendo que te sientas mal o responsable —dijo en un tono compasivo—, pero el único culpable de lo que sucedió es Santino. Aunque busquen mil formas de justificarlo o se convenzan de la existencia de un plan siniestro en su contra; la realidad es que se violentó cuando lo desenmascararon, cuando lo expusieron como la pésima persona que es.

—Tú no crees eso —sonrió nerviosa.

—Solo digo lo que veo.

—¿Acaso te olvidaste de todo lo que hizo por ti el año pasado?

—¿Te refieres a cuando votó en mi contra en el juicio?

—No. Me refiero a que perdió miles de oportunidades por culpa de tus caprichos y lo aceptó sin chistar —le respondió furiosa—. Me refiero a cuando lo apuñalaron por defenderte de unos patanes que intentaron asaltarte a la salida de una cafetería y, me refiero también, a cuando dijo maravillas de ti en la revista escolar pese a que no fuiste a visitarlo ni un solo día al hospital.

—¿Pretendes hacerme sentir culpable de todo lo que pasó? —preguntó con la voz entrecortada y los ojos vidriosos.

—Solo digo que necesita nuestra ayuda.

—¡Nadie va a escucharnos!

—Quizá escuchen a tu papá.

—¿Por qué lo harían? —preguntó frunciendo el ceño—. Están acostumbrados a lidiar con millonarios y personalidades todo el tiempo, no los amedrentará su presencia.

—¿No lo sabes, cierto?

—¿Qué cosa?

—Tu padre fue quien lo denunció ante las autoridades de Rolloway.

—Mentira —susurró, pálida.

—Ah, otra cosa, yo no creo que Santino haya votado en contra tuyo en el juicio; y en el fondo, presiento que tú tampoco.

Con esas palabras, un tanto hirientes pero sentidas, tendientes a buscar un milagro improbable, Sofía abandonaba la mansión Nielsen con la seguridad de haber hecho lo correcto y, con la esperanza inagotable de haber tocado las fibras íntimas de Martina para hacerla salir del letargo y reaccionara ante la injusticia.



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En el texto hay: jovenes, pasion, desamor

Editado: 02.08.2020

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