Barriendo la tierra adherida al suelo, con la misma enjundia que se combaten la impotencia y la desazón; Santino buscaba sin éxito desprenderse del maleficio que parecía haber hundido su vida en un agujero tan profundo y oscuro que se hacía imposible divisar el fondo.
Cansado ya de lidiar con trastos mugrosos y perseguir roedores que gozaban de múltiples vías de escape, se puso a pesar qué sería de su futuro si desperdiciaba seis meses trabajando para un sujeto que apenas si lo veía como a un esclavo. La respuesta era obvia, no podía pasar ni un minuto más encerrado en aquel almacén, mientras la vida le pasaba a años luz de distancia. Sin embargo, por mucho que fantaseara destruirlo todo y retomar los días felices que se escurrían entre los dedos resbaladizos de la memoria, lo cierto era que no podía darse el lujo de renunciar sin tener otra oferta en carpeta. Por eso, una vez superada la frustración y retomado el control de sus impulsos, se disponía a revisar por enésima vez el inventario cuando de repente, una visita inesperada estaba a punto de cambiarlo todo.
—¿Puedo pasar? —preguntó con timidez, abriéndose paso entre la mercadería desparramada por el piso.
—¡Señora Nielsen! —vociferó con los ojos desorbitados, dejando caer el trapeador.
—Si tienes un segundo, me gustaría hablarte un momento.
—Claro —carraspeó—, tengo todo el tiempo del mundo. ¿En qué la puedo ayudar?
—Ayer me enteré que te expulsaron de la Universidad por el altercado ocurrido en mi casa.
—Yo puedo explicarle —se apresuró vehemente—. Aquella noche, no fue mi intención arruinar el cumpleaños de Martina y mucho menos…
—No vine aquí a pedirte explicaciones —interrumpió—. De hecho, estoy aquí para disculparme contigo.
—¿Conmigo? Creo que no la entiendo —sonrió nervioso.
—Eres un buen chico y no merecías tamaño castigo.
—No culpo a su esposo, hizo lo que creyó mejor para proteger a su hija; pero le juro, por lo que más quiero en este mundo, que jamás lastimaría a Martina ni a ninguna otra persona que no fuera Hernán Fuentes Marcol.
«Sé que no está interesada, que no vino aquí a escuchar excusas, pero ese malnacido suplicó mi ayuda y luego, sin siquiera ponerse colorado, me tendió una trampa, me clavó un puñal por la espalda, haciéndome quedar como un inescrupuloso a los ojos de todo el mundo.
—Ustedes son jóvenes y lo van a solucionar; te aseguro que la verdad, tarde o temprano, saldrá a la luz y se asegurará de poner cada cosa en su lugar.
—¿Y qué si es demasiado tarde? —preguntó apenado.
—Nunca es demasiado tarde —sonrió.
—Debo confesar que me siento aliviado —dijo mientras un escalofríos recorría su cuerpo de pies a cabeza—. Cuando la vi entrar, pensaba que debía buscar un abogado.
—¿Tan mala piensas que soy? —preguntó frunciendo el ceño.
—Es la última persona que esperaba ver en este sitio.
—Todavía no te dije los motivos de mi visita.
—¿No vino a disculparse? —preguntó tragando saliva.
—Vine a ofrecerte un trato para recuperar tu futuro ¿Qué dices?
Aturdido por los giros inesperados del destino, que lo sorprendían en el momento de mayor resignación, Santino prefería no exteriorizar emociones frente a la propuesta por venir aunque, en el fondo, estaba listo para subirse a cualquier tren que lo alejara de la estación abismo en la que se hallaba varado. De ahí, que luego de un silencio incómodo y un torbellino de pensamientos que jugaban a disipar la niebla en el horizonte, al fin pudo destrabar sus cuerdas vocales y dar señales certeras de vida:
—La escucho.
—Mis hijas son lo más importante que tengo en la vida y nunca voy a olvidar lo que hiciste por Martina el año pasado —dijo con un nudo en la garganta—. Literalmente arriesgaste tu vida para evitar que le hicieran daño y eso nunca voy a poder recompensártelo como debiera, pero sí estoy en posición de otorgarte una segunda oportunidad.
«Sabemos que pesa sobre ti una dura sanción que impidió que Rolloway te recomendara en Universidades extranjeras, pero he movido algunas influencias y muchas de las más prestigiosas casas de altos estudios están más que deseosas de tenerte como alumno y han puesto una beca completa a tu disposición.
—¿En serio? —preguntó esbozando una sonrisa.
—Solo debes elegir la que más se ajuste a tus pretensiones; ¡Eso sí! —exclamó abriendo enormes sus ojos verdes—. Deberás esperar hasta el año entrante.
—No sé qué decir —dijo extendiendo sus brazos de par en par, conteniendo las emociones que recorrían su mente y, sobre todo, reprimiendo el impulso creciente de lanzarse a los brazos de Amalia.
—Pero no voy a mentirte, necesito que primero hagas algo por mí.
—Por supuesto, lo que sea, solo dígame y lo haré.
—Necesito que renuncies a este empleo y realices un viaje a las montañas.
—¿Disculpe? —preguntó contrariado.
—Voy a contarte un secreto pero debes prometerme que no saldrá jamás de aquí.