Se ama pero no se compra

Capítulo VII. Un motivo para continuar

Aquella mañana helada, atestada de nubarrones, era la radiografía exacta del interior de Martina. Tirada en un sofá, sin haber bebido un sorbo de la taza de chocolate que hacía varios minutos supo dejar de humear, buscaba enfocar su mente bien lejos de la realidad, en las líneas siempre nostálgicas de un drama sin solución. Quién sabe cuánto tiempo llevaba observando la misma página de aquel viejo libro, como si sus pensamientos se perdieran en un párrafo tan cautivador como confuso, a la espera de una señal que la impulsara a continuar la historia.

No tenía ánimo. La tristeza que la abrumaba le impedía disfrutar de sus vacaciones, convencida de que toda sonrisa, por esporádica que fuera, era una puñalada en el alma desahuciada de Santino. Esa autoflagelación, el boicot casi criminal a su felicidad, estaba atada a un sentimiento imborrable de culpa y a la certeza de que, una vez más, sirvió como partícipe necesario en una rencilla que se salió de control hasta terminar con el mote bien ganado de tragedia.

—Presiento que alguien no está muy contenta —dijo Gerardo mientras se acercaba con sus cinco teléfonos, a la espera de ninguna llamada.

—¿Alguna vez sentiste que tu vida era un desastre?

—Aunque te cueste trabajo creerlo, tuve la desgracia de sufrir nefastas experiencias personales, algunas de las cuales, me sumieron largo tiempo en tristeza.

—¿En serio, tú?

—Sé que siempre me ven alegre, con una sonrisa dibujada en el rostro, pero los negocios no siempre salen bien.

—¿Y qué hay de los sentimientos? —preguntó frunciendo el ceño—. ¿Alguna vez te enamoraste tío?

—Tus padres piensan que soy un promiscuo pero, sí me enamoré una vez.

—¿Y qué sucedió?

—Ella era casada —respondió—. Intenté por todos los medios hacerla recapacitar, que abandonase a su esposo y a sus hijos, a cambio de un futuro repleto de oportunidades pero, lamentablemente, no se animó a desprenderse de los lazos sanguíneos que la mantenían atrapada.

—¡Tío es espantoso lo que hiciste! —le reprochó con el rostro desfigurado, incrédula—. ¿Acaso no te importaba destruir una familia?

—¿No dicen que en la guerra y en el amor todo vale? —preguntó abriendo los brazos de par en par—. Siempre habrá daños colaterales; es un sacrificio que hay aceptar en pos de la felicidad.

—Yo no podría. Creo que hay ciertos límites que nunca deben cruzarse

—¿Y con esa mentalidad piensas heredar el imperio de tu madre?

—Pues, por lo visto, mis padres no confían en mi juicio o capacidad para resolver problemas.

—¿Quieres hablar de eso?

—Todo a mi alrededor se derrumba —dijo mientras dejaba escapar unas cuantas lágrimas de sus ojos—. Cada cosa que toco, cada persona a la que me acerco, termina lastimada.

—¿Lo dices por ese amigo tuyo que expulsaron de la Universidad?

—Parece que las noticias vuelvan cada vez más rápido…

—Tu padre quiere lo mejor para ti.

—¡Ya tengo 18 años! —se quejó furiosa, secándose las lágrimas que rodaban por sus mejillas.

—Siempre serás su pequeña.

—¿No crees que debió hablar conmigo antes de entrometerse?

—Tal vez pensó que te pondrías del lado del violento y…

—¡Ni siquiera conoces a Santino! —interrumpió vehemente.

—Eso es exactamente a lo que me refiero —sonrió—. Apenas lo mencioné y saltaste como liebre a defenderlo.

—Porque es una buena persona.

—Mira princesa —suspiró—. Lo hecho, hecho está y no puede cambiarse; solo enfócate en el futuro y en demostrarle a tus padres que eres una mujer adulta, que no necesita que nadie peleé sus batallas.

—¿Y cómo lo hago? —preguntó frunciendo el ceño—. Evidentemente una libreta plagada de dieces no es suficiente.

—¿Qué dices si hablo con un buen amigo mío y te buscamos un empleo de medio tiempo? ¡Los estudios son lo primero, claro!

—No lo sé; dudo que eso le agrade a papá.

—Creía que no estábamos buscando la aprobación de nadie.

De un momento a otro, igual que un mago saca un conejo de la galera, Gerardo echaba sobre la mesa una propuesta inesperada, dejando a su sobrina boquiabierta, procesando el abanico de posibilidades que se abrían en su horizonte.

—¿Y qué trabajo sería?

—Tengo amigos en todas las grandes empresas del país: estudios de abogados, bienes raíces, software, turismo; lo que tú desees.

—No quiero que piensen que tuve un lugar solo por mi apellido.

—¿Bromeas? Tú misma lo dijiste hace un momento, solo tienes excelentes calificaciones. Además, no olvides que solo será una experiencia para adentrarte en el mundo de los negocios; sí ese mundo cruel y despiadado que gobernarás más temprano que tarde.

—¿Qué tienes en mente? —preguntó entrecerrando los ojos.

—Tú déjalo en mis manos.



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En el texto hay: jovenes, pasion, desamor

Editado: 02.08.2020

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