Se ama pero no se compra

Capítulo VIII. Confesiones. Parte I

Todavía retumbaban en su mente, las palabras con las que Ricardo Nielsen, intentó sacarlo de su sitio de confort y empujarlo hacia el reto más desafiante de su vida. Sin embargo, por mucho que quisiera quedarse a pelear por sus sueños, había cerrado un acuerdo con Amalia y no podía simplemente desdecirse; no solo porque consideraba importante el valor de la palabra sino, también, porque estaba convencido de que el viaje a tierras lejanas, por extraño que sonase, era un paso en la dirección correcta, uno que lo acercaría más a Martina.

Después de todo, con tanto dolor almacenado en el alma y cicatrices todavía lejos de sanar, era menester dejar correr el agua bajo el puente y esperar a que el olvido hiciera su parte, con la esperanza intacta en el destino y su innata capacidad de acomodar cada pieza en su lugar; siempre que no intercediese ninguna mano negra queriendo sacar ventaja de la distancia que imposibilita un abrazo y vuelve estéril el impacto de un te quiero gritado a través de la mirada.

—Solo para estar seguro, recuérdame por qué estamos caminando en el cementerio.

—Necesitaba que pudiéramos hablar tranquilos, sin nadie que moleste.

—¿Si sabes que existen los cafés y los parques, cierto? —preguntó mordaz.

—Me enteré de todo recién ayer —se lamentó—. ¡No es justo que te expulsaran!

—Olvídalo, yo ya lo superé.

—¿Estás bromeando?

Ludmila estaba anonadada. Lejos de encontrarse con un Santino abatido con ganas de ser tragado por la tierra, estaba frente a un joven sereno, seguro, dispuesto a levantarse y dar un nuevo paso en el sendero pedregoso hacia el destino. 

—Ya pasé por mi etapa de duelo —dijo tragando saliva, mientras observaba las tumbas a su alrededor—, y ahora solo pretendo enfocarme en el futuro.

—¿Qué quieres decir? —preguntó frunciendo el ceño.

—Me ofrecieron un trabajo temporal en las montañas.

—¿Disculpa? —preguntó con los ojos desorbitados, pálida—. Me imagino que lo rechazaste.

—De hecho, es una gran oportunidad para empezar de cero.

—¿Del otro lado del país?

—Créeme, es lo que necesito.

—¿Y qué hay de tu carrera universitaria y los sueños que tenías al entrar a Rolloway?

—Tal vez exista la chande de que una beca en el exterior, esté aguardando por mí el año próximo.

—Es evidente que hay algo que no me estás diciendo.

—Tonterías.

—¡Santino! —vociferó parándose en seco—. Tu mundo estaba de cabeza, habías pedido todo lo que te importaba en un segundo y, de la nada, en un par de días, consigues un empleo extrañísimo y la promesa de una carrera que tenías vedada en el extranjero ¿Acaso te sacaste la lotería?

—Pensaba que te alegrarías por mí.

—Llámame egoísta pero no quiero que te vayas —dijo con los ojos vidriosos.

—Serán unos pocos días; volveré antes de que el invierno recrudezca.

—¿Y no pensabas decirme nada?

—Se dio todo muy rápido —se excusó—; apenas estoy haciéndome a la idea.

—¿Qué debo hacer?

—No te entiendo.

—Seguro hay algo que pueda decir que te haga cambiar de opinión.

—No te preocupes por mí —sonrió mientras la tomaba de las manos—. Estaré bien y volveré antes de que sepas que me fui. Ni siquiera tendrás tiempo de extrañarme.

—Te odio.

—Aún tengo que empacar algunas cosas y ultimar detalles de mi viaje ¿Quieres que te acompañe a tu casa?

—¿Qué dices si te ayudo a armar la maleta?

—Me parece una gran idea.

Por fin una relación que no se resquebraja ante la adversidad. Aunque era evidente que Ludmila sufría la partida de su amigo, intentaba dejar la tristeza para más tarde y aprovechar al máximo cada minuto que les quedaba juntos, anhelando desde el vamos su retorno.

Entre tanto, encapsulados en las trampas que tendieron para terceros, algunos se resistían a hacer lo correcto, temerosos de sufrir un castigo peor que el destierro, peor que el desprecio que significa no poder mirarse al espejo ni siquiera por casualidad.

—¿Cómo va la operación sinceridad? —preguntó Úrsula sorprendiendo a Alex en su trote matutino.

—¿La qué?

—No te hagas el tonto.

—Ahora estoy entrenando, por favor no molestes.

—Veo que decidiste ser un cobarde y tendré que ser yo, como siempre, la que divulgue las verdades.

—¡Por favor no lo hagas! —dijo parándose en seco, buscando calmar su respiración, con las manos en las rodillas—. Dame algo más de tiempo, juro que lo haré.

—Lo siento pero ya esperé más que suficiente.

—¿Desde cuándo te importa tanto el estúpido de Santino? ¿Qué hiciste con la vieja Úrsula Volgea?

—Puede que no lo veas, pero estoy haciéndote un favor.



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En el texto hay: jovenes, pasion, desamor

Editado: 02.08.2020

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