Se ama pero no se compra

Capítulo X. Punto de inflexión

—Tu tío es un sujeto muy extraño —dijo Bruno ni bien puso en pie en la cocina, donde Ema se hallaba intentando hacer algo parecido a una torta.

—¡Llegaste!

—Parece que justo a tiempo —sonrió—. No sé qué sea lo que tienes en el horno, pero huele delicioso.

—Necesito tu ayuda con un asunto importante, casi te diría de vida o muerte —dijo mientras se quitaba el delantal y las manoplas.

—Entonces dejaré que otro pruebe primero tu comida, te quiero pero prefiero no ser el conejillo de indias.

—¡Qué gracioso! —dijo sarcástica—. Me refiero a pedirte un consejo.

—¿A mí? —preguntó frunciendo el ceño.

—Eres el más indicado; además sé que me dirás la verdad.

—Por supuesto ¿De qué se trata?

—¿Recuerdas a Gonzalo Palacios, el chico de quinto año que organizó la fiesta de disfraces el mes pasado?

—Sí… —dijo con un gesto adusto, sorprendido.

—¡Ayer me invitó a salir! —exclamó con una sonrisa de oreja a oreja—, y quedé en contestarle esta noche.

—¿Y qué le dirás?

—Por eso necesito tu consejo; quiero aceptar pero no quedar como una desesperada. O sea, hacerme rogar un poco pero no tanto como para echarlo todo a perder.

—Ya veo —susurró.

—Si tú fueras Gonzalo ¿Qué quisieras escuchar para mantener intacto el interés?

—Pues…

Hizo una pausa eterna. Respiró hondo unas cuatro veces y reprimió lo que pensaba decir, seguro de que se arrepentiría con el pasar de los minutos y, de seguro, perdería mucho más de lo que estaba dispuesto a apostar.

—¡Vamos, dime algo!

—Esperaría que dijeras que sí.

—¿Eso es todo? —preguntó abriendo los brazos de par en par—. ¿No te atraería, no lo sé, que me hiciera desear un poco?

—Supongo que estaría bien también —respondió tragando saliva.

—¿Bruno, te sucede algo? Cuando tuve aquella cita para el olvido, con el pervertido, compañero de mi hermana, acordamos tener esta clase de conversaciones y apoyarnos como amigos.

—Y me agrada que me cuentes, en serio —carraspeó—, es solo que me tomaste por sorpresa.

—Fue una sorpresa también para mí —se sonrojó—. Ni siquiera sabía que me tenía en su radar.

—Bueno… todo el mundo sabe quién eres.

—¿Por qué lo dices?

—Vienes de una familia con historia en la escuela; eres muy bonita y, además…

—¿Qué?

—Solo digamos que no pasaste desapercibida con el disfraz que llevaste —dijo desviando la mirada.

—Fui vestida de sirena —dijo frunciendo el ceño.

—Estabas casi desnuda.

—¡Estás exagerando!

—Tal vez no lo recuerdes, pero tuve que espantar a los buitres casi toda la noche.

—Dices eso porque me quieres y estás constantemente intentando levantarme el ánimo.

—Yo fui de pirata y nadie notó que estuve —se quejó con una sonrisa.

—Tal vez porque estuviste toda la noche pegado a mí, como si fueras mi guardaespaldas, y todas las chicas habrán pensando que éramos novios.

—Cómo sea, ya lo superé.

—¿Y qué hago con Gonzalo? —insistió—. Por favor necesito saber que voy en sentido correcto esta vez.

—Ambos sabemos que tomaste la decisión de aceptar…

—¿Entonces?

—Solo dile que no eres una chica para juegos.

—¿Estás loco? —vociferó—. Va a pensar que soy una histérica.

—¿Quieres ser una más de sus anécdotas de Facebook? Si la respuesta es sí, entonces deja que todo fluya con total normalidad; pero, si quieres evitar salir lastimada, entonces toma las riendas, recoge tu baba del suelo y muéstrale que nunca conocerá a nadie como tú

—¿Acaso no crees que alguien pueda enamorarse de mí con sinceridad?

—Al contrario —dijo tomándola de las manos—. Creo que cualquiera puede enamorarse de ti, pero me preocupa que tú te enamores de cualquiera.

—Por casualidad y para estar segura ¿Hay alguien que te caiga bien en este mundo?

—Solo me preocupo por ti.

—¿Sabes que yo también seré el filtro por el que deban atravesar tus candidatas, verdad?

—Una razón más para morir soltero —tiró mordaz.

Entre tanto, en el primer piso de la casa Nielsen, se celebraba otro cónclave impostergable para definir, de una vez y para siempre, una angustia que llevaba demasiado tiempo anclada en el aire y de a poco, a cuenta gotas, penetraba más y más en los corazones endebles que no hallaban refugio ni consuelo en ninguna parte.

—No tienes nada que explicarme —sonrió como si no le importara, mientras ordenaba por alfabeto su extensa biblioteca—; me alegro por ustedes.



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En el texto hay: jovenes, pasion, desamor

Editado: 02.08.2020

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