Se ama pero no se compra

Capítulo XVIII. Desgracia de muchos, consuelo de tontos.

Es natural entre los mortales, atravesar un infinito mar de situaciones, algunas de las cuales, te elevan a la cúspide de la cadena alimenticia, y otras, la mayoría, te devuelven al oscuro y escabroso fango del que resulta imposible escapar ileso. Del mismo modo, cuando te acostumbras a los lujos que trae aparejada la cuna de oro, es impensado embarcarse en la desventura que significa ir barranca abajo, sin nada ni nadie que detenga la caída, máxime cuando todos aquellos que alguna vez llamaste amigos, se desentienden de tu desgracia y se alejan mientras te señalan como el único responsable de la debacle; sí, como el artífice de tu propia decadencia.

¿Y quién pudiera culparlos por su indiferencia?

Hernán jamás barajó la posibilidad de emprender el viaje hacia el abismo, sin más equipaje que un apellido que no le respondía, que una reputación que le quedaba enorme. Sobre llovido mojado. Primero fue la expulsión de la Universidad debido a una trampa bien urdida por los enemigos invisibles; luego, la cita de sus sueños vuelta pesadilla por una humillante resolución que confirmaba los rumores del niño de papá que no quería escuchar, y ahora, cuando nada podía salirle peor, cuando a su juicio solo restaba por venir el apocalipsis que barriera su desdicha, se encontró con las maletas en la puerta de su casa, desterrado sin previo aviso ni hombros donde llorar.

Así las cosas, en un paso de comedia negra surrealista, el joven más orgulloso del mundo, aquel que observaba a todos desde la inmensidad del cielo, debió agachar la cabeza y arrastrarse, manso, a la madriguera polvorienta de un viejo conocido, uno que no quería verlo ni en fotografías.

—¿Qué haces tú aquí? —preguntó entornando la puerta del 4C

—Vine a hacer las paces —respondió elevando las pestañas, con un bolso negro en cada mano.

—Pues regresa por donde viniste porque no estoy interesado. Por culpa tuya terminé en esta maldita pensión de mala muerte.

—¡Alex aguarda! —vociferó deteniendo la puerta que se cerraba inclemente en su cara—. Mi padre también me echó de casa y no tengo donde ir, te lo suplico.

—¿Acaso no te das cuenta? —lo increpó—. Involucrarme contigo arruinó mi vida. Y yo que pensaba que era Úrsula la que iba a destruirme.

—Eres tú el que no se da cuenta de lo que pasa a su alrededor.

—¿Qué quieres decir?

—¿Quién te dijo que me citaras en la escuela para convencerme de confesar y terminó emboscándonos a ambos, arrastrándonos a este infierno?

—Nosotros solos nos metimos en este lío —suspiró—. Son las consecuencias de nuestros actos.

—¿Y te rendirás tan fácil? —preguntó frunciendo el ceño—. Debemos comenzar de cero y resurgir de las cenizas. No podemos cruzarnos de brazos y ver cómo la vida pasa delante de nuestros ojos sin siquiera acariciarla.

—Me gustan los discursos sentimentales, pero debo ir a trabajar —se resignó—. Este cuchitril no se pagará solo.

—¿Tienes trabajo?

—¿Conoces el puesto callejero de hamburguesas sobre la avenida Centenario?

—Moriría si tuviese que trabajar en un sitio de esos —sonrió—, definitivamente no es para mí.

—Por lo que veo, no estás en condiciones de elegir.

—Sí, eso creo —se lamentó—. Entonces….

—Sé que voy a arrepentirme —dijo abriendo la puerta de par en par—. Pero desde ya te digo que debes buscar un empleo porque compartiremos los gastos ¡Ni pienses que voy a mantenerte!

Nadie sabía cómo iba a terminar esta nueva vieja alianza que se reflotaba más por imperiosa necesidad que por deseo, y prometía sino redención, al menos la oportunidad de retomar el control de sus vidas, antes de que fuera demasiado tarde para abordar el tren sin escalas hacia el futuro.

Sin embargo, mientras unos saboreaban las mieles crueles del sufrimiento y la desidia, otros saltaban entre nubes, enfocados en un sueño que se palpaba real y prometía el paraíso solo reservado para los testarudos que insistían, una y otra vez, en esa extraña fórmula jamás probada que vinieron a denominar amor a primera vista.

Por eso, envuelta en una esperanza renovada, con la belleza que antecedía cada uno de sus pasos, Ema Nielsen aguardaba impaciente en la puerta de aquel cine a su príncipe azul o, al menos, a ese que no lastimara sus ilusiones y la hiciera sentir como la mujer especial que era.

—¿Hace mucho que esperas? —preguntó Gonzalo antes de robarle un beso.

—Solo cinco minutos —respondió con una sonrisa.

—Tengo otra propuesta para hacerte, algo que creo funcionará mejor para los dos.

—Soy toda oídos.

—¿Qué dices si salimos a caminar y luego vamos por una cerveza? Será más divertido que ver una película durante dos horas y, además, podremos conocernos mejor.

Ema se quedó callada, apenas esbozando una sonrisa tímida; debatiéndose entre aceptar el cambio de planes sorpresivo o aportarle su impronta, un tanto más casual, a riesgo de borrar del mapa una segunda cita.

—Tal vez podamos ir a tomar un helado.

—¿Con este frío? —preguntó frunciendo el ceño.



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En el texto hay: jovenes, pasion, desamor

Editado: 02.08.2020

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