Se ama pero no se dice

Capítulo I. El pasado no se rinde

El agua cristalina, el sol bronceando la piel, las palmeras sacudiendo el viento devenido en brisa relajante, eran parte del pasado y ahora, de nuevo en su casa, rodeada de libros y fotocopias, Martina ultimaba detalles para el primer escollo que le deparaba el 2020.

     Mientras sus amigas continuaban de vacaciones, buscando la forma de retrasar las manecillas del reloj y posponer lo inevitable, la mayor de las Nielsen necesitaba cambiar el chip y enfocarse sin distracciones en el examen de cultura general que definiría su suerte.

     A su favor, siempre supo lidiar con la presión escolar y sacar a relucir lo mejor de su intelecto en momentos acuciantes; en su contra, ignoraba la forma de evaluar de los profesores universitarios y temía esos esporádicos pero letales bloqueos mentales de los que hablaban las personas en las redes sociales, como si se tratara de un virus contagioso sin cura ni paliativos.

     Debía aislarse. Olvidarse del mundo que la rodeaba y confiar en su capacidad de análisis y destreza para resolver problemas, independientemente de los rumores que dejaban correr lo capcioso de las consignas a evaluar.

     No obstante el panorama un tanto oscuro que se aproximaba en el horizonte, no todas eran malas noticias para la otrora diva adolescente, porque aunque digan que la soledad no es buena consejera, era un alivio saber que todas las personas que no deseaba ver estarían ausentes y eso era más de lo que podía pedir en su primer día.

     —¿Te sabes todo? —preguntó Ema que madrugó con el único fin de desearle suerte a su hermana.

     —Eso creo.

     —Debes relajarte —la aconsejó—. Ya verás que será solo un trámite.

     —Ojalá fuera tan fácil —suspiró sin dejar de mover sus manos, liberando la tensión—. Siento que la cabeza va a estallarme.

     —Más no podías estudiar y lo sabes.

     —¿Pero qué pasa si me preguntan algo que no sé o tengo un bloqueo mental y me olvido hasta de mi nombre?

     —¿Y qué pasa si se cae la luna encima de nuestras cabezas? —bromeó—. Solo respira hondo, siéntate lejos de aquellos que transpiran o estén todavía ojeando sus apuntes, y todo fluirá.

     —No entendí el consejo.

     —El que transpira como testigo falso no estudió ni medio, y el que repasa desesperadamente hasta el último segundo, solo sabe la mitad de las cosas.

     —¡Qué tonta!

     —Tengo razón, está científicamente comprobado.

     —Bueno, mamá debe estar esperándome en la puerta.

     —Apenas mordiste una manzana.

     —Tengo el estómago revuelto —respondió llevando las manos a su vientre—, no puedo ni desayunar.

     —Llámame cuando entregues el examen —ordenó abrazándola con fuerza—. Te  amo.

     —También te amo, y gracias por los consejos.

     —Cuando quieras.

     Todo estaba listo. El tiempo de las excusas y pretextos había caducado y solo debía dejarse llevar y aferrarse con uñas y dientes a un tren que no espera por nadie, no conoce de buenas intenciones; ni se detiene en ningún andén.

     Rolloway era el punto de partida y la terminal; era la cura y la enfermedad; el único sitio al que hubiera deseado no volver a pisar, pero también el único que le daba una oportunidad, la oportunidad indeclinable de ser una persona mejor.

     Sin embargo, por mucho que pretendiera controlar cada segundo de su vida, los imponderables escapan a menudo a cualquier previsión y conspiran contra la tranquilidad necesaria en un momento de profunda angustia y nerviosismo.

     No podía ser menos oportuno. El caos de tránsito, había dejado el vehículo de Martina varado a medio camino y se esfumaron sus intenciones de llegar holgada, con anticipación, para aclimatarse y ahora, incluso, dudaba si llegaría a tiempo para presentarse a la cita.

     Iba contrarreloj. Para colmo, el aula magna, donde se llevaría a cabo el examen, quedaba a años luz de la puerta de entrada y eso la obligaba a correr, desesperada, sin mirar a los costados, con la mente fija en su objetivo impostergable. Tal vez por eso, por la desesperación y el temor que nublaban su visión, no se percató de que uno de sus compañeros venía a la misma velocidad que ella, pero en sentido  contario.

     Para su suerte, después del impacto que desparramó libros y apuntes por el pasillo, Santino la atajó en el aire, evitando que el golpe tuviera consecuencias todavía más lamentables.

     —Lo siento, fue mi culpa, venía pensando en cualquier cosa —se excusó de inmediato mientras continuaba tomándola de la cintura.

     —No, fui yo que venía a toda prisa —farfulló un tanto boleada.

     —Déjame ayudarte con tus cosas —se predispuso mientras recolectaba por el pasillo las pertenencias de su compañera.

     —No tenía idea de que vendrías a esta Universidad.

     —Bueno, supongo que ninguno de los dos tuvo más opciones.

     —En verdad, lo siento —se lamentó.



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En el texto hay: universidad, traiciones, amor

Editado: 15.01.2021

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