Se busca: Un esposo para mí mamá

Capítulo 7: Fantasmas en la calle

Capítulo 7: Fantasmas en la calle
Gabriel Martínez

—¿Quién era? —pregunté mientras salía del baño, secándome el cabello con una toalla medio húmeda. Tenía el torso desnudo y el pantalón de la pijama arrastrando por el suelo.

Andrés colgó el teléfono de inmediato, con esa expresión rara que pone cuando quiere actuar como si nada pasara.

—¿Ah? Nada, una tontería —respondió, restándole importancia.

Fruncí el ceño.

—¿Una tontería? ¿Llaman a esta hora por una tontería?

—Era de la recepción —dijo al fin—. Hay una fan ahí abajo... medio intensa, según dijeron.

—¿Fan? —repetí, soltando una risa baja mientras dejaba la toalla colgada en una silla—. ¿Y qué quiere? ¿Una foto? ¿Un autógrafo? ¿Casarse conmigo?

Andrés se encogió de hombros, pero se notaba que estaba incómodo.

—No sé. Parece que está armando escándalo. Gritando y llorando… algo de que te conoce, que necesita hablar contigo. Ya sabes cómo se ponen algunas locas.

Me detuve un momento. No era nuevo que alguien intentara llamar la atención así, pero... el tono de voz de Andrés tenía algo raro. Como si supiera más de lo que decía.

—¿Y qué decías tú por teléfono? Porque estabas susurrando. ¿La estás calmando tú o qué?

Andrés se apoyó en el marco de la puerta, cruzando los brazos.

—No, hombre. Solo les dije que tú no ibas a bajar. Que lo manejaran ellos.

—Ya...

Caminé hasta la mesa donde había dejado el reloj y el celular mientras hablaba. Me lo puse en la muñeca sin dejar de observarlo. Él miraba hacia otro lado, evitando el contacto visual.

—Tengo que irme ya —dije, tomando las llaves del coche—. Se me hizo tardísimo para lo del hospital.

—¿No quieres esperar un poco? —dijo rápido.

Lo miré de reojo.

—¿Esperar para qué?

—Para que se calme todo allá abajo. Ya sabes cómo se pone la gente, los fans y los medios. A veces es mejor darles tiempo para que se aburran y se larguen.

—Andrés, solo es una fan.

—Sí, pero... está loca. Gritando como si fueras un dios bajando del cielo. Hay cámaras, hay otras chicas, está el tipo de seguridad medio nervioso. Dicen que hasta la gerente está afuera hablando con ella.

Me detuve un segundo.

—¿Gerente?

—Sí. Es que... bueno, está gritando cosas personales. No muy agradables. Mejor si sales por atrás.

—¿Qué tipo de cosas personales?

—Nada, estupideces. Que si te conoce, que si le hiciste algo, que si tienes un hijo con ella… ya sabes, lo típico.

Solté una risa seca, negando con la cabeza.

—Sí, lo típico. Un hijo con una mujer que nunca vi en mi vida. Qué creativa. ¿Cómo se llama?

Andrés dudó un instante, demasiado largo para pasar desapercibido.

—No lo dijeron.

—Mentira.

—¿Qué?

—Estás mintiendo. ¿Qué pasa, Andrés?

—Nada, Gabriel —insistió, levantando las manos en señal de paz—. Solo digo que mejor salgas por la parte de atrás. Evítate la incomodidad. Te lo digo como amigo, no como manager.

Asentí, no del todo convencido.

—Me tengo que ir. Es tarde. Saldré por la parte trasera, sí, pero no porque me estés escondiendo algo.

—No te estoy escondiendo nada, hombre. Solo que no vale la pena lidiar con eso ahora.

Tomé mi gorra negra del perchero y me la puse. Mientras caminaba hacia la puerta, Andrés me siguió.

—¿Seguro que no quieres esperar diez minutos? Podemos tomarnos un café y relajarnos un poco. El hospital no se va a mover.

—Tengo que estar allá. Ya voy tarde.

—Pero es que estás tenso, viejo. Tómate un respiro.

—¿Qué pasa contigo? —me giré para verlo bien—. ¿Desde cuándo me pides que me relaje antes de una cita importante?

Él se quedó callado.

—Andrés…

—Solo... no quiero que te cruces con ella. Ya.

—¿Ella?

—La tipa de la recepción. No está bien. No quiero que te afecte, eso es todo.

Lo observé por un segundo más. Había algo que no encajaba, pero no tenía tiempo para escarbar. Lo anoté mentalmente. Después lo confrontaría si hacía falta.

—Nos vemos luego —dije, y salí por la puerta del pasillo de servicio.

El camino al estacionamiento trasero estaba desierto. Algunos empleados pasaban apurados con bandejas o cajas, sin prestarme atención. Al fondo, escuchaba ruidos. Gritos suaves, como de alguien discutiendo a lo lejos. No vi nada cuando crucé el último tramo hacia el sótano donde estaba mi auto, pero sabía que allá adelante estaba la escena que Andrés quería evitar.

Me subí al coche sin encenderlo aún. Me quedé un segundo mirando el volante, como si me diera tiempo de procesar todo.

¿¡Qué carajos estaba pasando!?

Encendí el auto. El motor ronroneó como siempre. Ajusté el retrovisor, me puse el cinturón y marqué desde el teléfono del coche.

—¿JF? Soy Gabriel. ¿Tienes algo de lo que te pedí?

La voz del investigador sonó tranquila. Ese tipo no se alteraba ni con una explosión.

—Aileen Herrera. Nombre común, pero ya tengo algunos rastros. Me llegó una dirección vieja en Bogotá y otra en Ciudad Juárez, pero ninguna es reciente.

—¿Y eso qué significa?

—Que se mueve mucho. O que se esconde.

—¿Crees que me está evitando?

—Eso no lo sé. Pero alguien que cambia tanto de número y de dirección no está precisamente queriendo ser encontrado.

Asentí para mí mismo, en silencio.

—¿Tienes fotos?

—Pocas. Una de hace unos años. ¿Quieres que te la mande?

—Sí, mándamela.

Mientras hablaba, moví el coche lentamente hacia la salida. Fue entonces cuando la vi.

O pensé que la vi.

Era una hermosa figura, en la acera, a unos metros. De espaldas. El mismo cabello rubio. La misma forma de caminar.

—Espera —le dije al investigador—. Espera un momento.

Bajé la velocidad. Fruncí el ceño. La figura se giró por un segundo, como si sintiera que la observaban.

Aileen.




Reportar suscripción




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.